Sangre de mi sangre, niño no nacido, te siento en mi
vientre, en mi seno henchido.
No vi tu carita, de cardo y de rosa, aun en mis sueños tu
rostro me acosa.
Me duele el vació que dejaste en mí, un hueco en mi alma que
no conocí.
Tus latidos suenan en mi entraña vana, como un eco infértil,
mi matriz te extraña.
Pequeño intento de aquel ser viviente, que fue y que no pudo
ser finalmente.
Estas en el cielo, entre querubines, los ángeles juegan
contigo gentiles.
Y cuando la parca me lleve consigo, de lejos al menos estaré
contigo.
En mi brazos nunca, nunca te tendré, ni aquí ni en la muerte
me perdonaré.
Y mientras tú gozas con los serafines, yo desde el infierno me
consumiré.
Por cortar tu vida, por no protegerte, por separarte sin más
de mi vientre.
Y en las llamas rojas de la perdición, mis carnes hervidas
de dolor febril,
Caerán al suelo para alimentar al gran Cancerbero como el
ser más vil.
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