La cera caía hacia el recipiente
puesto en el piso. La escuchaba caer a gotas y a veces a chorros dentro de el.
Sólo podía mover los ojos mirando al hombre que cubría mi cuerpo con ella. Sus
ojos desorbitados miraban minuciosamente su trabajo. Ya me daba cuenta que no
era un sueño. El tiempo no tenía sentido, mis ojos se abrían y cerraban en
lapsos indefinidos de horas o, tal vez, minutos. La primera vez que los abrí,
levanté la cabeza, mi cuerpo estaba asegurado a una camilla de metal oxidado,
la piel de mi pecho abierto de par en par dejaba ver mis músculos expuestos, mi
estómago latía ligeramente y mis intestinos excretaban un líquido viscoso. El hombre se acercó a mí mirándome con un monóculo
y un tapabocas cubriendo su rostro. Parecía un loco de esos de las películas de
terror. En mi cerebro se dibujaban las imágenes de mí mismo moviéndome,
gritando y soltándome de mis ataduras pero mi cuerpo no respondía, mis miembros
no se movían y mi boca estaba muda, se abría sin emitir sonido alguno. El hombre manipulaba instrumentos médicos sobre
mi cuerpo, jalaba, cortaba, desgarraba, se deshacía de mis intestinos como si
fueran una cadena que hay que jalar en su totalidad. Mi mirada se perdía en el
techo y paredes de la habitación, mi cabeza explotaba intentando saber como no
estaba muerto mientras veía como iba siendo mutilado poco a poco y en estado consiente. Cerraba los ojos apretándolos haciendo una
mueca grotesca en mi intento de despertar de esta pesadilla. El me inyectaba un
líquido cristalino en las venas, sentía el padecimiento de la tortura pero no podía
moverme, mis nervios explotaban de dolor, mi cuerpo quemaba, mi garganta seca
de no poder gritar se desgarraba sangrando, sentía la sangre caer saliendo de
mi boca pero era muy espesa y se secaba casi al contacto con el aire. El iba
llenando con cera y algodón los hoyos que dejaba en mi cuerpo casi sin órganos.
Solo se detenía cuando estaba cerca de mi corazón y no tocaba aun mi cráneo.
Metió algo que parecía tela dentro de mi boca y que me ahogaba pero no lo
suficiente para morir. Seguro vio mis ojos inyectados por el dolor y la desesperación.
“¿Quieres morir no es así? Bueno no
lo harás. ¿Cómo es posible? Fácil, esta solución en tus venas plastifica tu
sangre. El torrente se mueve tan lento que estas en un estado de catalepsia
salvo que tu cerebro sigue pensando. Tu corazón seguirá latiendo en su mínima expresión
para mantenerte vivo y no te pudrirás porque el plástico demora siglos en
descomponerse ¿Viste todos esos cuerpos en pedazos cuando entraste al museo de
cera? ¿Viste que reales se veían? Pues ya sabes porque se ven así. A ti te pondré
un casco, así no tendré que sacarte los ojos y podrás ver a través de las
rendijas lo admirado que serás. Será como deseaste hace unos días que me
dijiste que querías ser admirado por siempre” – me dijo antes de comenzar a
coserme la boca.
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