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jueves, 29 de diciembre de 2016

GULA

“¡Maldita sea tu sangre!” – gritaba el marido a la mujer mientras ésta se esforzaba por mantener a los niños sentados en el mueble de tres cuerpos sucio de babas y escupitajos que ellos mismos provocaban.

El siempre la había culpado de la enfermedad de los hijos, ella recibía el castigo resignada a su vida miserable.

Los tres niños amarrados uno al lado del otro no podían mantenerse sentados por sí mismos, sus cuerpos se balanceaban de una manera compulsiva y sus bocas hacían ruidos guturales mientras su saliva chorreaba por sus pechos manchados de comida seca.

Sucios y descuidados chillaban como cerdos sin emitir palabras entendibles, su sola vista era repugnante y su olor nauseabundo por la falta de aseo y abandono en que los tenían.  El padre los insultaba llamándolos monstruos y la madre los mantenía vivos alimentándolos más de fuerza que de ganas.

Ella se dedicaba a darles de comer casi exclusivamente, los engendros no se llenaban y bufaban por que los sigan alimentando sin parar; masticaban, escupían y se atragantaban dejando caer el bolo alimenticio baboso y sanguinolento por las mordidas que se daban en la lengua al comer desesperados.

En un descuido, mientras los padres salieron a discutir sus infortunios como lo hacían regularmente terminando en la golpiza de la madre, los monstruos se desataron comenzando a avanzar empujándose entre ellos, se sentaron en el piso quitándose los protectores bucales que cubrían sus labios aprisionándolos mientras no estaban comiendo.

Comenzaron a llevarse los dedos a la boca. Los dientes arrancaban la delicada piel de las yemas dejándolas en carne viva, la sangre caía pintando los dedos y las palmas del brillante rojo de la sangre vívida. Las mordían incesantemente hasta hacer de las falanges masas informes, húmedas y gelatinosas.  Las uñas fueron desapareciendo entre los dientes, no sentían dolor, las extirpaban salvajes destrozándolas. Tomaban los colgajos de carne entre los labios jalándolos, desnudando los dedos de piel.

Las manos se deformaban por la mutilación ante el hambre insaciable de los críos. El dedo medio se volvió meñique, el anular tornó a pulgar por las partes cortadas por los dientes ávidos.

Ahora el final de sus brazos sólo eran muñones sanguinolentos que se golpeaban unos contra otros, manchando sus ropas, sus caras, pisos y muebles de espesa sangre que era absorbida por ellos.

Pero el hambre no se acababa, seguía tan anhelante, sedienta y codiciosa como cada día. El mayor de los monstruos, con los ojos desviados y babeante de saliva, se apoyó en el sucio respaldar de un sillón. Frunció los labios para luego hundirlos entre los dientes y ¡comenzó a comer!

¡Si! Comíase la cara como poseído por algún demonio devorador. La boca se convirtió en un hueco de rosa carne gelatinosa, los dientes sobresalían sin labios que los cubrieran. La sangre se combinaba con la saliva que salía ahora sin medida. Los dientes seguían mordiendo la piel de la cavidad bucal. Las mejillas fueron mutiladas, su cara llena de huecos mostraba su asqueroso interior. Dientes, lengua, paladar, se mostraban a través de los hoyos producidos.

Los hermanos, imitando al mayor, devorábanse a sí mismos mientras el primero lloraba desesperado al no tener nada más al alcance de sus dientes.

Ante el escándalo, los padres entraron encontrándose con el cuadro de horror, suciedad y sangre. Pedazos de piel esparcidos en el suelo, dedos, uñas, sus hijos comiéndose sus propias lenguas.


De un portazo el padre huyó abandonado a la desesperación. La desesperación de la madre la abandonó a sus hijos, a sus engendros, a sus monstruos, tendiéndose en el piso para que dejen de llorar.


* 600 palabras
** Relato presentado a ambos concursos
*** La enfermedad automutilante existe y es llamada Síndrome de Lesch-Nyhan

jueves, 20 de octubre de 2016

CRÓNICAS: ANTROPÓFAGO


*Favor de leer el texto escuchando la melodía adjunta.

Hambre, hambre endemoniada que me carcome el cerebro y el estómago podrido de hoyos supurosos que debo llenar con el manjar más fino, más raro y común a la vez.

Hoy será una bella joven, la tengo ya tres días dándole sólo agua. Es la única forma en que la piel se despegue del músculo sin mucho esfuerzo, además de purgar el sistema y los desechos corporales. El pellejo humano es un órgano grande y difícil de retirar. Lamentablemente no existe un mercado para este tipo de piel así que no vale la pena arrancarla prolijamente.

Igual no soy ningún salvaje, debo preparar los alimentos limpiamente, nadie quiere pescar una infección ya que ahora hay tanta depravación y la materia prima de mis alimentos está cada vez más expuesta a enfermedades y virus.

Voy entrando a la habitación donde se encuentra y aunque suene cliché el sótano es la mejor opción ¿Dónde más podrían no ser escuchados sus gritos y lamentos? Pongo mi vinilo del gran Carl Orff con una de las canciones de mí opera favorita: O Fortuna. Sólo el arte puede acompañar al arte.  Quien me diga que no es un arte preparar al animal humano para su consumo, no sabe de lo que habla.

“O Fortuna
Velut luna
Statu variabilis”

Aún está echada en el camastro de metal oxidado que le ha servido de lecho. Está desmayada, definitivamente los golpes secos y rápidos son los mejores para dejarlos inconscientes. No he querido darle sedantes pues cambian el sabor de la carne.

Un poco de cinta aislante en la boca acallará cualquier grito.

Diestro como soy en el arte del cuchillo, doy un par de cortes atravesando la parte posterior del Tendón de Aquiles, los intentos de gritos del animal acompañan mi canturreo de la melodía que estalla en el recinto mientras atravieso las incisiones con los ganchos de colgar carne.  La pequeña polea levanta los ganchos hasta poner el cuerpo de cabeza.  El animal se sacude furioso sin resultados. Mejor, eso hará que el corazón bombee más y el sangrado sea más rápido.

“Semper crescis
Aut decrescis
Vita detestabilis
Nunc obdurat
Et tunc curat
Ludo mentis aciem
Egestatem
Potestatem
Dissolvit ut glaciem”

Sus manos atadas me facilitan el trabajo. Tomo su cuello entre mis dedos presionándolo fuertemente para inmovilizarla y rápidamente hundo mi cuchillo plano en una esquina de la quijada dando un largo corte de oreja a oreja abriendo la garganta y la laringe, lo cual, convenientemente ya no le dejara emitir sonidos por lo cual mi versión de O Fortuna se escuchará más limpiamente.

“Sors immanis
Et inanis
Rota tu volubilis
Status malus     
Vana salus
Semper dissolubilis
Obumbrata
Et velata
Michi quoque niteris
Nunc per ludum
Dorsum nudum
Fero tui sceleris”

Pongo un recipiente abierto y grande bajo el cuerpo, va llenándose de sangre roja, espesa y pegote después de que el primer chorro me da de lleno en el pecho al separar con el corte las arterias carótidas y vasos sanguíneos.  La sangre entibia mi cuerpo como los brazos de la más amorosa madre. Los coágulos se pegan a los bordes de la vasija goteando al piso y manchando la orilla del depósito. Charcos escarlata rodeándome. La sangre se desecha pues no tiene ninguna utilidad por el riesgo del VIH y otras enfermedades circundantes, por eso lo importante también de escoger un buen espécimen. Una chica entre los 15 y 20 años es ideal, su cuerpo desarrollado tiene más carne que el de los niños. Cada vez se sacude más débilmente cual bailarina clásica. Podría jurar que lo hace al compás de la melodía.

Su vida se va yendo, la sangre que borbotea desde su cuello diseña delicadamente líneas abstractas en su rostro y por momentos llena su boca y su nariz haciéndola emitir arcadas cada vez más endebles. Sonrío al ver el arte que pueden crear mis manos y le canto sin dejar de mirar sus ojos desorbitados de horror. Sé que en el fondo, ella me agradece por compartir sus últimos momentos deleitándola con mi lírica voz.

“Sors salutis
Et virtutis           
Michi nunc contraria
Est affectus
Et defectus
Semper in angaria
Hac in hora
Sine mora
Corde pulsum tangite
Quod per sortem
Sternit fortem
Mecum omnes plangite”

Mi canto retumba en el sótano cerrado mientras veo la sangre disminuir su flujo.  Su cuerpo cuelga ya flácido y estático como hoja abandonada al viento.

Me acerco a cortar el cuello siguiendo la abertura de la laringe desde la mandíbula a la parte posterior del cráneo separando el musculo y el ligamento que lo unen a la medula espinal, me agacho a besar sus labios ensangrentados de los cuales aún chorrean hilos de bermejo líquido y con mis manos retuerzo la cabeza hasta arrancarla al tiempo que canto mi Arias* como el mejor de los tenores. Los nervios y ligamentos quedan colgando sanguinolentos, como pequeños fideos sonrosados temblorosos mientras miro a los ojos de la cabeza del espécimen cantándole como un homenaje a quien será mi alimento.

“Fortune plango vulnera
Stillantibus ocellis
Quod sua michi munera
Subtrahit rebellis”

Ya tengo la cabeza separada y le saco ojos y la lengua, un pequeño desarmador bastará para reventar los globos oculares, los saco de sus órbitas, el humor acuoso baña mis manos con ese líquido espeso y transparente. Paso las manos por mi rostro mojándolo todo, tengo su olor conmigo. Jalo la lengua con fuerza con un alicate hasta arrancarla de cuajo de la boca para finalmente extirpar el cuero cabelludo y desollar la piel del rostro.

Suelo quedarme con un recuerdo de mis potajes, así que pongo la cabeza en una jaula, escondida entre las plantas del jardín para que las hormigas y otros bichos rastreros hagan el trabajo de limpiar la poca carne que le queda.

La melodía envuelve el lugar y mi cuerpo, siento cada nota en mi garganta que canta con la misma pasión con la que mi cuchillo entra a la primera capa de piel sin tocar músculo ni vísceras. La arranco jalándola hacia arriba con una mano mientras voy destazando con el cuchillo con la otra.

“Verum est, quod legitur
Fronte capillata
Sed plerumque sequitur
Occasio calvata”

Dejo las manos y los pies tal como están, hoy no haré sopa. Sólo me quedaré con unos trozos de piel para hacer fritangas de delgadas tiras de piel que se fríen en aceite hasta quedar crocantes, espolvoreadas con sal y pimentón.

¡Llega la parte más apasionada de la melodía justo en mi fase favorita, el evísceramiento del cuerpo!

“Verum est, quod legitur
Fronte capillata
Sed plerumque sequitur
Occasio calvata”

Mi pequeño machete entra en el plexo solar, el punto entre el esternón y el estómago, bajando hasta casi el ano, tengo mucho cuidado de no cortar los intestinos, no quiero que la porquería se riegue dentro del cuerpo.

Ahora la herramienta que prefiero ¡la sierra! Aserro el hueso púbico hasta partirlo, así como el esternón. Al fin tengo el cuerpo abierto totalmente y me puedo dedicar a cantar relajadamente mientras extirpo riñones, vaso, hígado, pulmones, corazón, tripas y todo vaso sanguíneo restante del interior. Finalmente, meto la mano a través del pecho hacia el cuello arrancando entre mis dedos la tráquea y la laringe. Maravillosa sensación de los suaves órganos entre mis manos, suaves, húmedos, resbalosos, manchados aun de roja vida.

Separo miembros, una buena cortada de la axila al hombro separa los brazos y otra sobre la cabeza del fémur separar las piernas.  Aquí es donde está la mayor parte de la carne, entre el hombro y el codo y en los muslos ya que los músculos son más grandes en esas partes, salivo de sólo pensar en ellas y mis ojos, involuntariamente, se voltean hacia arriba como en el más satisfactorio éxtasis.

“In Fortune solio
Sederam elatus
Prosperitatis vario
Flore coronatus”

Así tenemos el cuerpo listo para ser dividido. Personalmente prefiero aserrar a través de la espina dorsal, separando ésta desde las nalgas al cuello, ya que al adherirse muy bien la carne a ella es muy buena hervida en sopa.

Dejaré los miembros para más adelante colgándolos de los ganchos de carne. Se ven apetitosos. La música me acompaña mientras corto hermosos filetes redondos y gruesos, rompo costillas y deshueso separando la deliciosa pulpa de pura carne.

“Quicquid enim florui
Felix et beatus
Nunc a summo corrui
Gloria privatus”

No hay que ser codicioso, no quiero pecar de gula, siempre he respetado a Dios y sus diez mandamientos, felizmente ninguno habla de la alimentación con los semejantes, sólo habla de amarlos igual que a uno mismo. Y no pienso en otra forma de amar más profunda que la de llevarlos dentro de uno.

Llevo al congelador las partes que no usaré en este momento, un muslo será suficiente por hoy.

“Fortune rota volvitur
Descendo minoratus
Alter in altum tollitur         
Nimis exaltatus”

El olor del carbón ardiendo en la parrilla me llena el olfato y el alma que se calma al sentir entre mis manos la preciada presa. Coloco los filetes de muslo en la marinada que previamente preparé y la dejo reposando. Reposando su muerte, reposando mi vida, reposando entre las últimas notas de la pieza de arte sobre mi obra maestra.

“Rex sedet in vertice
Caveat ruinam!
Nam sub axe legimus
Hecubam reginam”



*ARIAS: Son las partes más importantes y más vistosas de la ópera. Realizadas por solistas; la acción se para y el cantante expresa sus sentimientos por medio del lucimiento de su voz.


Si te gustó este relato, probablemente te gustará:

- ACUCHILLADOR

- ESTRANGULADOR

- PIEL

martes, 21 de junio de 2016

FIESTA INFANTIL

El pequeño Damian renegaba en un rincón de los arbustos del gran jardín de la mansión. ¡Cómo era posible que esa mujer arruinara su fiesta de cumpleaños que estaba saliendo tan divertida!

Sus amigos habían llegado y se entretenían con todos los juegos que había puesto su madre en el jardín y los shows que se había contratado.

Aunque la verdad no le gustaba mucho la decoración que su madre había realizado, mucho color para su gusto, ni que fuera una niñita. Hubiera preferido colores más oscuros pero ella siempre le decía que para su edad tenía un gusto tétrico, así que la había complacido no diciéndole nada sobre los globos y serpentinas colorinas que bañaban el gran patio interior.

El niñito decidió darle más diversión al show de magia que estaba siendo un poco lento y se concentró en el mago que hacía sus sosos trucos de ilusionista básico.

De su sombrero de copa sacaba palomas y conejos a los cuales sus ñoños amigos aplaudían sin cesar. Damian se paró detrás del grupo de niños que disfrutaba el show y miró al mago con esa mirada fija y fría que tanto temían en su casa.

El sabía que su padre no lo defraudaría y lo ayudaría a hacer de esa fiesta infantil un evento estelar.

El delgado mago se arregló el ridículo bigote torciéndolo entre los dedos y sonrió a los niños con una sonrisa chueca para hacerse el interesante.

Metió la mano al sombrero y su rostro comenzó a contorsionarse, se le desdibujó la sonrisa para dar lugar a un gesto de sorpresa y luego a uno de repugnancia.

Sacó la mano ensangrentada del alto sombrero negro, los niños mudos no entendían que era aquello que palpitaba en su mano y del cual colgaban largos colgajos de carne que goteaban sin parar la sangre más oscura y espesa formando perfectos charcos en el verde césped.

El mago soltó aquello y volvió a meter la mano para sacar, esta vez, un rosado pedazo de carne que se movía sin parar como una pequeña culebra rosa y húmeda que destilaba un líquido transparente y resbaloso el cual lo hizo caerse al piso.

El aprendiz de ilusionista metió la mano por tercera vez a su sombrero y un par de bolas blancas salieron de entre sus dedos, dos hermosos iris verdes miraban desde la mano del mago a todos aquellos pequeñuelos que gritaban horrorizados.

Allá en la esquina, una pequeña de coletas rubias se tocaba el hueco vacío en el pecho en el cual antes palpitaba su inocente corazón y que había sido el primer truco del mago. Más atrás un niño de lentes y short a cuadros vomitaba sangre por la falta de la lengua con la cual hubiera gritado por ayuda si hubiera podido hablar.

Y muy cerca a nuestro pequeño, el niño con las cuencas oculares vacías avanzaba a cuatro patas buscando a que apoyarse mientras éstas dejaban caer largos y gruesos hilos de sangre, que bañaban su rostro,  en su camino.

El mago poseído metía y sacaba la mano del mágico sombrero mostrando orejas, hígados, tripas, riñones y estómagos que vomitaban sus fluidos por todo el césped ya pegote de sangre coagulada y pedazos de cuerpos sobre el cual se arrastraban y caían pequeños cadáveres y padres desesperados.

Damian, a un lado, disfrutaba de su cumpleaños y reía ruidosamente del espectáculo mientras iba devorando los dulces, galletas y la gran torta que destrozaba con las manos, frenético.

Su fiesta estaba en el mejor momento hasta que la estúpida de su niñera malogró el momento gritando desde una de las ventanas de la mansión: ¡Oyeme Damian, hago esto por ti!



*Plus: Para que los más jóvenes conozcan a la niñera, click aqui



jueves, 24 de diciembre de 2015

CAVILACIONES VI: Decoración Navideña

Haciendo la decoración navideña, que  mi madre me obliga a realizar, saco la cajita de herramientas que guardo en el sótano de la casa. Es antigua, herencia de mi abuelo, al que le gustaba tallar en madera, por lo que contiene muchas cuchillas de diferentes anchos, desarmadores, pequeñas sierras, martillos y hasta un soplete, que yo había adquirido hace un tiempo.

Tomé clavos y los fijé a la ventana para colgar las luces que mi madre quería cayeran como una lluvia de chispas colorinas. También varios cuadros del viejo roñoso de Papa Noel, que jamás se acordó durante mi infancia que yo existía.

Si tan solo regresara ahora que ya estoy grande, lo haría pagar por cada año esperando despierto su llegada. La leche tibia y las galletas que evitaba comer para ofrecérselas a ese desgraciado.

Por años pensé que, y me convencí de ello, era el peor niño del barrio, por algo él no me traía nada.

Me senté en el sillón frente a la chimenea recordando la fábula de los cerditos y el lobo en que los marranos terminan quemándolo vivo y una sonrisa se dibujo en mi rostro.

Por supuesto, años después, supe que él no existía.  Ahora, en mi adolescencia, al fin me convencí de que no era un monstruo infantil como suponía.

Regresé de mi ensueño al grito de mi madre para que me apure. Abrí mi cajita de herramientas, observé el brillo plateado de mis cuchillas y sierras, el hermoso soplete con su haz de fuego azul, mi martillo de mango amarillo que destacaba entre tanto metal. Todo me serviría para esta ocasión especial.

Pensé un buen rato sentado en el mullido mueble en una decoración que satisfaga a mí madre y salí raudo con mi caja hacia el pequeño almacén fuera de la casa. Cargué una antigua reja de hierro oxidado del tamaño de una puerta y ayudado de mi soplete la partí por la mitad, amolde las puntas de los bordes al rojo vivo, con el martillo, llevándolas hacia arriba. Partí varias partes del centro y de lados de la reja levantando las puntas luego, con el martillo, al igual que los bordes. 

Cargué mi obra dentro de la casa acomodándola en el piso de la chimenea, bajo los leños secos recién puestos, a pesar de que no funcionaba desde hace muchos años. Esta noche nuevamente ardería  y así aseguraría los leños.

Pinté con brea el interior de la chimenea hasta lo más alto que pude. Así ardería más el fuego al prenderlo.

Colgué las luces que mi madre quería, adorné las ventanas,  y el árbol giratorio que mi hermana compró a pedido de su vástago que, de alguna manera, si recibía obsequios cada año.

Fuimos a acostarnos ya entrada la noche. Mi sobrino, pobre iluso, dejó nuevamente las galletas y la leche para el viejo gordo que nunca llegaría.

Me acosté cansado de haber complacido a mi madre con su maldita decoración anual.

En la noche, el ruido de cascabeles me despertó, un golpe en el piso, cosas que caían y un grito ahogado dieron paso al silencio natural de esa hora.

Salí del dormitorio así como mi hermana, su crío y mi madre corriendo hacia el primer piso.

¿Acaso por Belcebú existía el viejo ese? Un cuerpo gordo y alto se veía en el piso de la sala entre las penumbras de la noche.

Todo era un regadío de cosas rotas, la chimenea apagada no nos dejaba respirar bien por el polvo que esparcía y no podíamos distinguir con detalle, salvo la robusta silueta caída.

Mis instintos de futuro investigador forense especializado en sangre, como Dexter, mi ídolo, me hicieron reconstruir el escenario en un instante.

Papa Noel llegó en su trineo lleno de cascabeles y se posó en nuestro techo. Bajó por la chimenea como es su costumbre, al quedarse atorado por lo gordo que estaba trató de deslizarse hacia abajo y en el camino se levantó su traje quedando el cuerpo al descubierto, los ladrillos y el cemento sin lijar hicieron lo propio, desgarraron piel arrancando girones de ésta, la sangre se deslizó por la chimenea mojando los leños que ahora se veían de un  color tinto oscuro. El tubo de la chimenea cerrada ahogaba los gritos del hombre que sentía abrirse vivo dentro de esa tumba vertical. La piel se agrietaba, el musculo aparecía al rojo vivo, la grasa del cuerpo se deslizaba también como copos blancos de nieve que terminaban por morir en los leños. La piel del abdomen, más suave, fue la que se abrió primero, las tripas solo eran sostenidas por los muros que no las dejaban salir libremente. Sus manos ensangrentadas al fin dieron el último empujón encontrando la brea, que yo había puesto horas antes en los muros, la cual lo ayudó a caer bruscamente como un bulto informe sobre los leños que se esparcieron a su peso quedando incrustado en la reja que había acomodado debajo de ellos. Los pinchos cortos se incrustaron en la poca carne que quedaba en el torso, en piernas, nalgas, brazos y manos que temblaban al traspasar de los nervios.

Como pudo y aun con muy poca fuerza se levantó y dio unos pasos tropezando con mi caja de herramientas que, descuidadamente, dejé en el piso y cayó como un paquete a los pies del árbol que giraba aun encendido, trató de apoyarse en éste metiendo la cabeza entre el follaje intentando agarrar el tronco para levantarse pero el cordón de luces atrapo su cuello apretándolo cada vez más a cada giro. - Si no hubiera estado tan débil se lo hubiera quitado con facilidad - pensé para mis adentros. Entre luces que prendían y apagaban iba ahogándose, perdiendo la vida,  el aire cada vez llegaba menos a sus pulmones. El cable se incrustaba en su rechoncho cuello desapareciendo entre los sudorosos pliegues.

Mi madre se prestó a acercarse para prender las luces cuando el cuerpo se movió dando su último esfuerzo para tratar de salvarse, jaló con una mano el cordón que lo aprisionaba, en el esfuerzo las tripas salieron de la cavidad torácica regándose casi hasta nuestros pies desnudos. El árbol no resistió el peso del hombre bañado en sangre y brea y cayó sobre él. Solo una chispa fue necesaria para encenderlo sobre el cuerpo del infortunado Mr. Kringle que ardía como una tea gorda destripada y ensangrentada.  Ya no tuvo tiempo de gritar, ni de moverse, ni de respirar. Quedó en el piso de mi hogar, en vísperas de navidad, sobre su propia sangre dejando un olor a carne chamuscada que llenaba la noche junto a los villancicos lejanos.

Me desperté a la mañana siguiente. El olor a chocolate caliente llegó a mi habitación. Miré por la ventana la fría mañana navideña. Mi madre y mi hermana estaban llegando. La última vestida de negro luto.  Miraron hacia arriba para leer sobre la puerta principal el letrero de bienvenida:

“Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo les desea el Psiquiátrico Clarkson”


Al fin había dejado de ser solamente una cavilación.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

CAVILACIONES V : Esponja

Al fin terminé de cepillarme los dientes y mi madre dejó de exasperarme con sus gritos para que salga del baño.

Me desnudé entrando a la tina que previamente llené con agua tibia y mis burbujas del envase de Spiderman de mi hermano menor.

Mi cuerpo se hundió en el tibio líquido hasta la nariz. Era la gloria. Cerré los ojos para sentir la deliciosa sensación del agua tocando cada parte de mi cuerpo, cada leve movimiento hacia que ésta me acariciara formando pequeñas olas sobre mí.  La espuma cubría la superficie dando la sensación de estar en una nube, como estar en el paraíso, cosa que difícilmente yo conocería.

Me llené el pelo de espuma haciéndola correr por mi cuerpo  mientras lo limpiaba escuchando el opening de Bob  Esponja que mi hermano veía en su cuarto…”vive en una piña debajo del mar…Bob Es-pon-ja…”me puse a canturrear compulsivamente, lo mismo me sucedía con la canción de Barney, ¡maldito dinosaurio morado!

Al menos la canción de Bob me hizo recordar tallarme la piel. Tomé mi vieja esponja de baño, ya debía cambiarla, estaba deshaciéndose de tanto uso pero aun conservaba la suficiente grosura para cumplir su trabajo. La pasé concienzudamente por mi delgado cuerpo, tallé cada pliegue, depresión y relieve de él.  Froté mi rostro con ella, mi frente y los lados de mi nariz fueron los más rozados por la esponjita.

Aún conservaba el recuerdo de mi loco sueño con el cepillo eléctrico de dientes y las babas y mocos que aparecieron en él ¡qué repulsión¡ saqué la lengua asqueado por el recuerdo y me la tallé también, hundí la esponja hasta el fondo de mi boca para que limpiara toda esa sensación babosa que había recordado.  De pronto, la vieja esponja, resbalosa por el jabón, se deslizó por mi garganta, tiré de ésta para sacarla pero se rompió dejando un pedazo dentro de mí que seguía corriendo hacía mi esófago. Comencé a toser desesperado sintiendo el ahogo, también había cubierto mi tráquea. El airé ya no entraba a mis pulmones, por más que aspiraba y me agitaba no conseguía tomarlo. Salí de la tina resbalándome mil veces en el piso húmedo por la desesperación. Tosía frenético, comencé a meterme los dedos a la garganta para intentar el vómito pero solo conseguía hundirla más y deshacerla entre mis dedos. Mis uñas hirieron el interior de mi boca en los fallidos intentos, mi saliva caía por las comisuras de mis labios, sentía que me estallaba la cabeza y los ojos, mi pecho trataba de henchirse, de tomar aire de cualquier parte, agitaba los brazos y me golpeaba contra las paredes desesperado, no podía abrir el pomo de la puerta con mis manos jabonosas. No pensaba.

Sentí una sensación de quemazón en mi espalda, algo se desgarraba por dentro. Un líquido tibio llenó mi garganta, mis ojos se desorbitaban por la presión que le infringía a mi cuerpo tratando de expulsar la maldita esponja. Se me iba la vida. El miedo se apoderó de mí, el horror de morir en ese momento terminó con la poca cordura que me quedaba.

Mis manos y uñas comenzaron a desgarrar mi propia garganta en la desesperación de sacar aquel cuerpo extraño de mi interior. Jirones de piel llenaron mis uñas ensangrentadas. Mi tos era una emanación de sangre y pedazos mínimos, casi imperceptibles, de esponja que caían como hilos escarlata sobre mi cuerpo y salpicaban las paredes y objetos del baño. Tomé las pequeñas tijeras de uñas de mi madre y las clavé en mi cuello, las hundí intentando llegar a mi tráquea, me hice un corte abriendo mi piel como una nueva boca la cual vomitaba el vital liquido más rápido aún, metí los dedos por ésta tirando de mi piel, desollándome vivo sin conseguir llegar al objeto que me ahogaba. Mis pulmones reventaban en pequeñas porciones. La sangre se abría paso por mi nariz y mi boca. Era un espectáculo dantesco.

Caí en el piso, en un charco de mi propio liquido vital, mi cuerpo era una catarata de sangre y coágulos, mi cuello desollado mostraba los pedazos de piel arrancada colgando sobre mi pecho  en un vano intento, mis amoratados labios casi no se veían por el torrente sangriento que emanaba de mi interior, uniéndose a mis fosas nasales que cumplían la misma función. Abrí la boca lo más que pude preparado a que estallen mis ojos en mi última exhalación de vida, cuando mi hermanito abrió la puerta de un golpe y con una exclamación de alivio comenzó a orinar en el inodoro. Me mojé la cara para despertarme de la siesta que acababa de hacer en mi tibia tina, mientras Bob Esponja seguía cantando sobre su piña debajo del mar.



*Si desea leer sobre el suceso con el cepillo eléctrico, pase por aquí: Cavilaciones IV: Cepillo Eléctrico


*Este relato es la  primera Cavilación a pedido que me hizo mi nueva compañera de celda, la querida y recién estrenada chiflada: Soledad Gutierrez

* Plus:


jueves, 12 de noviembre de 2015

CAVILACIONES IV: Cepillo Eléctrico

Me miro al espejo con los ojos hechos bolsas,  la lámpara sobre el espejo del baño refleja una luz amarillenta que me acentúa las insipientes arrugas y negrea más mis ojeras. La barba crecida de tres días me da un aire vagabundo. Más bien un ventarrón.

Siento la boca pegajosa por la saliva matutina, el olor rancio y el sabor agrio me asquean haciendo que busque rápidamente mi cepillo eléctrico mientras pienso en su suave vibrar dentro de mi boca y el sabor a menta fresca de la pasta dental.

La vibración y el saborcito ligeramente picante alivia mi asco a su toque, cierro los ojos para que mis sentidos se inunden de las sensaciones de ese momento.  La espuma se forma dentro de mi boca y cae por las comisuras de mis labios al lavabo que ya necesita una limpieza.

El cepillo comienza a vibrar más fuerte en mis manos, no puedo soltarlo, la electricidad hace que se pegue a mis dedos y que su temblor se haga salvaje.

Sin poder controlarlo, ni a mi brazo, lo jalo con el que aun tengo libre pero no logra liberarlo, el cepillo entra cada vez más en mi boca y toca mi garganta, las arcadas me hacen vomitar sobre mí mismo y la punta comienza a abrirme el paladar partiendo la carne que sangra a borbotones.

El hueso hace que el cepillo vaya hacia atrás y comience a subir por la parte blanda  hacia la nariz. Mi cabeza se echa hacia atrás en un movimiento  violento que la deja con el rostro hacia arriba  y mis gritos de dolor retumban en ella sin poder ya pensar mientas siento como ese instrumento perfora mi tabique en camino a mi cerebro.  El cartílago de mi nariz destrozado y el cepillo que se abre paso por mi rostro, hace bultos bajo la piel que me va deformando como un monstruo. Puedo verlo todo en el espejo, como mi cara se va convirtiendo en una máscara sanguinolenta y deforme.

Siento la presión de la punta del cepillo en uno de mis ojos. Vibra y penetra en él reventándolo, lo veo vaciarse, el liquido ocular mezclado con sangre corre por las deformidades de mi cara.

Mi voz es un bufido, una grotesca queja animal que se ahoga en mi garganta.

Sádicamente, sigo mirando mi inminente muerte a través del espejo salpicado de sangre y vomito. Mi ropa esta pegajosa del líquido rojo que se espesa por la saliva y la mucosidad que sale de mi nariz desgarrada y la garganta abierta. La sangre del ojo estallado ciega el otro por momentos, el dolor dobla mis piernas, mis brazos hacen su último esfuerzo de arrancar el cepillo antes que mi cerebro perforado haga que mi cuerpo tiemble en los últimos estertores de la vida.


-    "¡Diego! ¡Ya sal del baño!" – chilla mi madre justo en el momento cumbre de mi ensoñación que me servirá para el informe que debo presentar en la clase de Higiene Dental.

lunes, 2 de noviembre de 2015

CAVILACIONES III: Soplete

El olor a chamuscado, a carne quemada, a cabello encendido, se esparcía en el pequeño cobertizo a las afueras de la ciudad.


Nunca me había imaginado que los ojos reventaran como palomitas de maíz al contacto con tan alta temperatura. 



Especialmente en un ser aún vivo que sentía como iban hinchándose sus globos oculares, como la presión iba abriendo venas y piel en su camino, caminitos sanguinolentos que se llenaban del bermejo  líquido hasta reventar en secas carnes quemadas y abiertas.



Se tocaba lo que quedaba de sus ojos con los dedos, llorando y gritando cosas ininteligibles entre lágrimas y saliva.



La flama azul con ese sonido a suave zumbido tocaba ahora la carne de sus brazos, el lugar era tan pequeño que a donde corría podía alcanzarlo con sólo tres pasos. Su cabello ardía por momentos y lo golpeaba con sus manos quemadas para apagarlo.



Por diversión, le arrancaba la ropa que quedaba pegada a su piel después de pasar mi flama azul por ella. La tela se desprendía junto con trozos de piel que le dejaba huecos sangrientos en el lugar despellejado. Su cuerpo era extraño ahora, casi sin cabello, su piel en carne viva le daba un color rosado como el de un cerdo hervido, sus ojos reventados, sus brazos negros quemados y sus pies que habían perdido los dedos por achicharramiento, le daban un aspecto asqueroso.



Tomé nuevamente mi instrumento encendiéndolo, gritaba apenas volvía a escuchar su sonido. Se agazapaba en una esquina cubriendose con los brazos suplicando, pidiendo, llorando ¿por qué no se darán cuenta que eso excita más a engendros como yo? Ya no era el tipo amenazante y abusivo.



Ya no tenia fuerza para gritar más ni para seguir viviendo. No quería que muriera sin un gran final. Me acerqué descubriendo su rostro de un golpe con la misma empuñadura y dirigí mi flama a su boca que comenzaba a hervir haciendo burbujas que estallaban hasta desaparecer los labios, la lengua se freiría pronto.....



- ¡Diego, deja ese soplete por Dios! Me pregunto que pasa por tu cabecita idiota que te quedas hipnotizado cada vez que lo agarras. ¡Ahora ve con tu madre antes que te reviente a patadas por imbécil!




miércoles, 14 de octubre de 2015

CAVILACIONES II : Martillo



Subí al segundo piso, mis amigos ya me esperaban para comenzar el ensayo y mi batería estaba lista aguardando por mí. Los padres de Manuel no estaban y aprovechamos la soledad de la casa para tocar la música que algún día nos llevaría a los escenarios más reconocidos del mundo para complacer a nuestros futuros miles de fans.


Tan sólo Claudia pasaba de vez en cuando por ahí a quejarse de que con nuestra “bulla” no la dejábamos ver televisión. Manuel la corría de un grito bajo las amenazas de ella de que lo acusaría con sus padres apenas regresaran. Chantajes clásicos de hermana menor adolescente.


La  música comenzó a sonar retumbando las paredes de la casa, los vidrios de las ventanas temblaban a cada golpe de mi batería y a cada solo de guitarra de Beto. Los curas del colegio donde habíamos estudiado nos hubieran excomulgado por las melodías que salían de nuestros instrumentos. 


Y pensar que en algún momento quisieron comenzar mi preparación para la carrera eclesiástica, felizmente había recapacitado y me había dado cuenta de que extrañaría demasiado los placeres mundanos.  Para ser sincero, más que recapacitar había conocido y muy bien, a Dianita, la que me hizo darme cuenta de todo lo que me perdería si me casaba con la iglesia. Por tanto, antes de ser un marido infiel, preferí no atarme a la antigua señora. 


El día transcurría tras ensayos, llenarnos de bocaditos salados que nada tenían que ver con una verdadera comida y atiborrarnos de sodas heladas. Por tanto líquido la naturaleza hizo efecto y salí a buscar un baño para aliviar la vejiga. El baño del primer piso estaba malogrado, me dijo Manuel, por lo que salí corriendo al segundo. Al fin llegué y pude dar rienda suelta a mi necesidad. Al salir pasé por el dormitorio de Claudia que veía televisión con la puerta a medio cerrar. Me acerqué más de curioso que por alguna razón especifica. Tal vez podría hablarle sin que Manuel nos viera. Ella era muy linda, siempre lo había sido. 

Me asomé a la puerta entreabierta, al lado de ésta había una pequeña banca de plástico blanca con herramientas sobre ella, seguro de algún arreglo que estaban haciendo. De pronto, un mango amarillo conquistó mi visión. Era un fuerte martillo que se destacaba entre los demás instrumentos. Lo tomé y pesaba más de lo que su tamaño podía hacer suponer. Su cabeza de puro acero tenía un brillo impoluto. Debía ser nuevo, aún no había dado ningún golpe durante su existencia. 
 

El cabello largo de Claudia se movía sobre su espalda mientras ella veía televisión echada sobre su cama tendida con un edredón rosa, suave y pomposo como una nube de algodón de azúcar. Comencé a ver todo en cámara lenta. Entraba al dormitorio ayudado por la alfombra que aplacaba el sonido de mis pasos, con el brazo en alto y el martillo de mango amarillo en la mano me acercaba a ella que concentrada en su programa no me hacia el menor caso. Llegaba a su lado y mi sombra en el piso la hacía voltear a mirarme, sus ojos se abrían desmesuradamente al mismo tiempo que su boca se preparaba para emitir el grito de auxilio que yo aplacaría antes de que existiera.


Su brazo no logra cubrir su rostro tan rápidamente como yo lo impacto con el resplandeciente acero. Le rompo los dientes al primer golpe, la sangre cubre su boca y borbotea fuera de ella tiñendo la rosada nube de algodón. Se pone de pie mirando su ropa manchada y luego a mi sin entender que pasa, su rostro lloroso me hace estremecer y sentir una alegría inexplicable, se forma en mi cara una sonrisa cómplice, mi ser se ilumina y se llena de emoción queriendo continuar mi labor. Ella corre hacia la puerta pero la tomo del cuello con mi mano apretándolo para ahogar cualquier intento de solicitud de ayuda.


La presiono contra la cama, ella patalea y agita los brazos tratando de arañarme, una de sus uñas alcanza mi rostro y rompe mi carne, eso me enerva más y levanto mi mano nuevamente, golpeo esta vez su frente hasta abrir una brecha y ver sus ojos inundados de sangre, sus hermosos cabellos se pegan entre ellos empapados en el rojo líquido que tibio baña mis manos. 


Mi vista se nubla en un universo rojo, ríos escarlata corren bajo mis párpados y en mis oídos sólo puedo escuchar su torrente. Siento mi brazo bajar y subir una y otra vez como un autómata golpeando, destrozando, rompiendo. Ella deja de pelear, su rostro es ahora una masa informe de carne molida, su cráneo abierto me muestra el rosa de su cerebro que va salpicando pedazos a mi cara y mi ropa a cada golpe sobre él. 


Termino sentado sobre ella o lo que queda de su antiguo ser. Limpio mi sudor y la sangre con el dorso de mi brazo que me ensucia más de lo que limpia.


¿Diego? – la voz de Claudia desde su cuarto rompe mi ensueño. Empuño fuertemente el martillo y en silencio entro a su dormitorio cerrando la puerta tras de mí.