jueves, 29 de diciembre de 2016

GULA

“¡Maldita sea tu sangre!” – gritaba el marido a la mujer mientras ésta se esforzaba por mantener a los niños sentados en el mueble de tres cuerpos sucio de babas y escupitajos que ellos mismos provocaban.

El siempre la había culpado de la enfermedad de los hijos, ella recibía el castigo resignada a su vida miserable.

Los tres niños amarrados uno al lado del otro no podían mantenerse sentados por sí mismos, sus cuerpos se balanceaban de una manera compulsiva y sus bocas hacían ruidos guturales mientras su saliva chorreaba por sus pechos manchados de comida seca.

Sucios y descuidados chillaban como cerdos sin emitir palabras entendibles, su sola vista era repugnante y su olor nauseabundo por la falta de aseo y abandono en que los tenían.  El padre los insultaba llamándolos monstruos y la madre los mantenía vivos alimentándolos más de fuerza que de ganas.

Ella se dedicaba a darles de comer casi exclusivamente, los engendros no se llenaban y bufaban por que los sigan alimentando sin parar; masticaban, escupían y se atragantaban dejando caer el bolo alimenticio baboso y sanguinolento por las mordidas que se daban en la lengua al comer desesperados.

En un descuido, mientras los padres salieron a discutir sus infortunios como lo hacían regularmente terminando en la golpiza de la madre, los monstruos se desataron comenzando a avanzar empujándose entre ellos, se sentaron en el piso quitándose los protectores bucales que cubrían sus labios aprisionándolos mientras no estaban comiendo.

Comenzaron a llevarse los dedos a la boca. Los dientes arrancaban la delicada piel de las yemas dejándolas en carne viva, la sangre caía pintando los dedos y las palmas del brillante rojo de la sangre vívida. Las mordían incesantemente hasta hacer de las falanges masas informes, húmedas y gelatinosas.  Las uñas fueron desapareciendo entre los dientes, no sentían dolor, las extirpaban salvajes destrozándolas. Tomaban los colgajos de carne entre los labios jalándolos, desnudando los dedos de piel.

Las manos se deformaban por la mutilación ante el hambre insaciable de los críos. El dedo medio se volvió meñique, el anular tornó a pulgar por las partes cortadas por los dientes ávidos.

Ahora el final de sus brazos sólo eran muñones sanguinolentos que se golpeaban unos contra otros, manchando sus ropas, sus caras, pisos y muebles de espesa sangre que era absorbida por ellos.

Pero el hambre no se acababa, seguía tan anhelante, sedienta y codiciosa como cada día. El mayor de los monstruos, con los ojos desviados y babeante de saliva, se apoyó en el sucio respaldar de un sillón. Frunció los labios para luego hundirlos entre los dientes y ¡comenzó a comer!

¡Si! Comíase la cara como poseído por algún demonio devorador. La boca se convirtió en un hueco de rosa carne gelatinosa, los dientes sobresalían sin labios que los cubrieran. La sangre se combinaba con la saliva que salía ahora sin medida. Los dientes seguían mordiendo la piel de la cavidad bucal. Las mejillas fueron mutiladas, su cara llena de huecos mostraba su asqueroso interior. Dientes, lengua, paladar, se mostraban a través de los hoyos producidos.

Los hermanos, imitando al mayor, devorábanse a sí mismos mientras el primero lloraba desesperado al no tener nada más al alcance de sus dientes.

Ante el escándalo, los padres entraron encontrándose con el cuadro de horror, suciedad y sangre. Pedazos de piel esparcidos en el suelo, dedos, uñas, sus hijos comiéndose sus propias lenguas.


De un portazo el padre huyó abandonado a la desesperación. La desesperación de la madre la abandonó a sus hijos, a sus engendros, a sus monstruos, tendiéndose en el piso para que dejen de llorar.


* 600 palabras
** Relato presentado a ambos concursos
*** La enfermedad automutilante existe y es llamada Síndrome de Lesch-Nyhan

martes, 27 de diciembre de 2016

VIAJERO

Viajero mio que un día estás
y al otro día desapareces,
lleva mi piel
en tu blanco andar,
lleva mis besos hasta la muerte.

Me quedo yo con tu grave voz,
con tus caricias,
con tus abrazos,
tus brazos fuertes me rodearan
y en mis ensueños perpertuarán.

Tus besos tibios quedan conmigo,
tu lengua fiera será un recuerdo,
tu cuerpo fuerte como tirano
que hizo conmigo lo que aquel quiso.

Sudados seres en ese lecho,
oscuro antro de perdición
me quedo siempre con tu recuerdo,
con tu saliva, 
con tu sonrisa,
con tus palabras,
con tu presencia,
con la esperanza,
mi amor viajero
quedo con vos.

domingo, 11 de diciembre de 2016

CARNE TREMULA

Carne en llamas, carne trémula, carne con olor a ti.
Tus manos aun rozan mi cuerpo caliente, aun tu mirada se reposa en mí.
Todavía tus labios paséanse tibios, mi piel aun siente tu aliento, tu peso, tu fuerza, tu brío, tu pasión por mí.
Tus ojos ladinos me desvisten fieros, antes que tus manos despojen mis ropas, mi virtud, mi boca, mis labios más íntimos, que con tu mirada se sonrosan más.
¿Acaso no entiendes señor de la noche que tan solo viéndome me haces tuya ya?
¿Y que con tu boca, tu lengua salvaje me posee entera antes de empezar?
Con tus manos me armas y desarmas, soy lo que tú quieras, como quieras ser. Yo no pongo peros, ni te pongo frenos, yo soy la muñeca que te da placer.
Que disfruta loca de cada caricia, de cada gesto y mueca que te hace brotar.
Y así confundidos en la misma cama, ángel y demonio consuman su amor, sin saber quién es el de las alas blancas y quien es el negro señor del terror.


domingo, 4 de diciembre de 2016

PRINCESAS III

Sus voces atravesaban la puerta de fierro que me encerraba a la libertad. El lugar húmedo y oscuro hecho con paredes de piedra me aprisionaba cada vez más.

Nuevamente vendrían por mí, a saciar sus instintos perversos en mi cuerpo.

Su tamaño no les impedía ser malvados. Al contrario, lo acrecentaba. Complementaban su falta de estatura con su rebalse de lascivia y malignidad.

Mi cabello negro como el ébano estaba pegado de sangre coagulada de los golpes que ejercían sobre mí. Mi piel, tan pálida como la nieve, aparecía llena de moretones de dedos, de palmas, de mordidas infinitas.

Me sacarían, como lo hacían diariamente, a atenderlos, pues no contentos con usarme carnalmente, también debía servirles cual infeliz esclava.

Salieron a la mina a arrancarle sus tesoros a la tierra dejándome, como era usual, encadenada a las paredes de piedra de la pequeña casita en medio del bosque.

La viejecita que venía a diario, por fin hoy traería lo prometido. La única forma de salvación de mi alma y mi cuerpo mancillados.

Me lo entregó en un pequeño frasco negro, una primorosa botellita de vidrio cortado con diferentes curvas y hendiduras que la hacían una minúscula obra de arte.

Por dentro contenía el más mortal de los líquidos, el más cruel, el más fiero.

Ellos llegaron tiempo después, la comida estaba lista y devoraron hasta el último bocado. Como postre, hermosas manzanas acarameladas adornaban la mesa.

Redondas expresiones del pecado original, dulces y tentadoras como tal.

Cada uno tomó una fruta de la bandeja que les ofrecía no sin ultrajarme antes con alguna libidinosa caricia.

Terminaron la perfecta cena con el postre perfecto. Una siesta reparadora finalizaría su día para levantarse a cometer sus atrocidades contra mí.

Sentada estaba frente al hogar que brillaba con sus flamas protectoras. Desde sus cuartos se escucharon los primero quejidos.

Salieron uno tras otro apoyados contra las paredes de la cabaña, maldiciéronme con voz ronca, casi ya sin habla. Se agarraban la boca y se tapaban los ojos, las hermosas frutas ejercían su dominio sobre su cuerpo. Quemábanse por dentro, las entrañas rugían, los ojos inyectados de sangre a punto de reventar, la saliva ardiendo quemaba lengua y el interior de la boca.

Los gritos pasaron de lamentos a aullidos del dolor más profundo.

Precioso Talio que todo lo destruyes a tu paso, que desmenuzas tripas y órganos, que quemas por dentro a tu víctima, que lo deshaces vivo poco a poco.

Un vomito negro, pestilente y mucoso brotó de ellos, unos a otros se lanzaban el nauseabundo deshecho y se resbalaban con sus propias heces del mismo color.

El cabello se les caían a mechones, haciendo su apariencia más espantosa aun. Desesperación, taquicardia, letargo, parálisis.

Me pasee entre los siete cuerpos convulsionados y agónicos, pateando cabezas y rostros de los cuales la sustancia negra aun surgía.

En mi mano, la última manzana acaramelada se lucia reluciente. La última, la única libre del mortal veneno. La mordí disfrutando el espectáculo, rescaté las llaves de mis ataduras y fui libre.

Comencé mi camino de retorno al castillo entonando una hermosa melodía acompañada del canto de los pajarillos y las criaturitas del bosque. 


*Si quieres conocer a más primorosas princesas, click en los siguientes enlaces:

Princesas I

Princesas II

sábado, 26 de noviembre de 2016

HOMBRE DE ARENA

“Es guapo” – me dicen mientras mi pecho henchido se llena de orgullo y febril deseo. Mis labios se arquean hacia arriba dibujando una sonrisa al saberte mío.
Tu barba dibuja tu rostro, lo hace atractivo y salvaje, con mis ojos inquietos contemplo tu imagen, mi dedo la delinea deseando tocarte.

Los recuerdos se arremolinan en mi mente. Nuestras noches, nuestros días, nuestras horas. Cada vez que fui tuya y fuiste mío.  No puedo esperar tocarte nuevamente.

Cierro los ojos y con candor me acaricio el hombro con la mejilla sonrosada. Mis manos palpan toda esta piel que es tuya, solo tú me la reclamas. Mis piernas en un suplicante gesto se unen rozando muslos que no reemplazan tus lascivas caricias.

Mi busto, que adoras, sube y baja llevado por mi agitado respirar al pensarte, al ensoñarte sobre ellos, al ver tu rostro cubierto a medias por su redondez. La mirada de tus oscuros ojos basta para que mi vergüenza se pierda entre mis piernas que te invitan a encontrarla.

Mis dedos se enredan en tu largo cabello sintiendo cada movimiento que haces para calmar tus ansias en mi cuerpo.

Cetro grandioso que hundes reclamando tu templo, santuario de un solo rey, a tu merced se doblega. Inundas cada recinto con el agua justiciera que se abre paso a embestidas conquistando mi reino que ahora es tuyo.


Hombre de arena que roza mis mares haciéndolos suyos, que forma en mí tempestades y murmullos.  Ven por mí, tómame……….hoy es siempre. 

lunes, 21 de noviembre de 2016

PRINCESAS II

Y Rapunzel lanzó su cabello una vez más, ese cabello que había caído tantas veces en busca del amor de su vida. Aquel cabello mágico curador de todo, dador de vida y juventud. Aquel cabello que la condenaba a la cárcel que era su vida.

La alta torre la protegía del mundano ruido, de la febril vida, de las pasiones y el fútil día a día. Las sombras bailaban alrededor de ella, de las piedras de las cuales estaba hecha.

Ella en la ventana mecía su rubia cabeza, el movimiento suave y parejo la mantenía en un trance tranquilo. Sus largas trenzas colgaban tensas cargando el peso del tiempo, de la pasión y del amor verdadero que se deslizaba a diario por su ventana.

Se cruzaban cual doradas cuerdas al movimiento de la princesa, adelante y atrás, de lado a lado lo acunaban.

Príncipe que la amaba a diario, que hacía suyo su cuerpo y llenaba su oído de palabras tiernas. Príncipe que era su destino y su camino, que colmaba su boca de besos, de lengua y de te amos.

Príncipe que se alejaba después de poseerla, que no la liberaba, que la mantenía cautiva sin esperanza verdadera. Príncipe que perdió la cuenta y la razón de su existencia en el cuento. Príncipe que se olvidó de que era el caballero andante, el salvador, el príncipe azul.

Ahora no lo veía tan galante, echando su mirada hacia abajo lo veía entre sus trenzas, sostenido con la seguridad que le daba su larguísimo cabello. Pero esta vez ya no trepaba, ya no se acercaba con su sonrisa perfecta. Esta vez se estaba yendo, acabada su rutina bajaba una vez más.

Sólo un movimiento fue necesario para su propósito. Un movimiento rápido y brusco como el zumbido de un rayo.

El cabello formó collar de oro alrededor del real cuello. Sus pies se sacudieron agónicos y con su último esfuerzo levanto la mirada hacia su verdugo, la hermosa princesa que lo miraba desde lo alto de la torre, dueña de la dorada horca.

Rapunzel disfrutó del balanceo y de la visión de las pequeñas venas que fueron reventándose, los globos oculares convertidos en un pequeño mar de sangre donde los iris se ahogaban iban apagando la vida de su otrora amor.


"Debiste haberme liberado" – susurró mientras el viento se llevaba sus palabras y golpeaba el cuerpo, que colgaba a mitad del camino, contra las piedras. 


*Si quieres conocer a otra Princesa, clickea aquí


DIABLO

Pensé que el diablo tenía los ojos rojos, ojos en los que el infierno se refleja, que apagan el mismo fuego del averno y hacen hervir la sangre de los condenados con solo posar su mirada demoníaca sobre ellos.

Pero ¡Ay! errada estaba yo en mis pensamientos.

¡Son azules!

Azules como el reflejo de un mar en calma, como las burbujas de jabón que alocadamente creamos y matamos con nuestros dedos cuando niños. El hermoso azul de la calma, de ese que los psiquiatras dicen que nos dará paz.

El príncipe me miró son sus dos faroles encendidos en chispas añiles. Matome entre marina quietud. Desmembrome entre el sosiego de su azul mirada. Desollome voluptuosamente tocando mi piel y arrancándola sin piedad, sin despegar su azulada mirada de cada curva de mi cuerpo. Febriles garras se posaban en la redondez de mi seno desprendiéndolo de mi ser para terminar en sus fauces.


No respetó la divinidad de mi intimidad quebrantando mi bragadura con su lengua impía antes de consumir mi sangre dejándome como vacío envase, reflejando su azul mirada en cada gota de mis lágrimas sanguinolentas que bañaban sus párpados, cerrándolos enajenados, cubriendo sus brillantes pupilas antes que los míos cubrieran las mías perpetuamente.  



viernes, 11 de noviembre de 2016

FISIOLOGIA DE MI INSPIRACION

Aburrida estoy sin ideas en la mente.
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Gotas de sangre corren por dentro de mi cráneo bajando lentamente por él, recubriéndolo todo. Sólo yo puedo verlas si mis ojos se voltean en un grotesco movimiento.

Brilla el interior de mi cabeza de un color escarlata a punto de explotar.

La sangre fluye llenando mi cuerpo como un contenedor, como una botella de vidrio. Desde mis pies la siento bullir, escalando por mis órganos, cubriéndolos con su espesa presencia. Burbujas como rubíes revientan abriéndose paso hasta llegar a mi masa encefálica que en explosión de sanguinario júbilo, se rinde ante el líquido ferroso que llena cada sentido, cada neurona.

Saboreo sangre,
Veo su bermejo color,
Huelo su oxidado olor,
Oigo el borbotear de su recorrido,
Palpo su viscosa textura con mis manos,
Llena con ímpetu cada dedo con la fuerza de una erección que desfoga, finalmente, sobre hojas en blanco, goteando cuentas rojas que uniéndose forman letras, que forman líneas, que forman párrafos, que forman mis obras.


- Mendiel -

sábado, 29 de octubre de 2016

CEMENTERIO

Entre los pabellones me movía, el viento soplaba cantando como un lobo furioso a la luz de la luna. Los árboles desnudos movían sus ramas marchitas, y el plomo cielo del día me acompañaba en mi visita.

El cementerio lleno de lapidas sucias y descuidadas me abría sus pasadizos sin fin. Los pabellones parecían tan altos que te encerraban entre ellos. Caminaba buscando el nombre del Santo que le daba su nombre a la cuadra en donde ella descansaba.

El polvo se arremolinaba a mis pies llevado por el frió soplo del aire.

Había cambiado mucho el lugar desde la última vez que lo visité. Ingrato yo que me alejaba del ser más noble, inmerecido de llamarme su hijo.

Al fin llegué. “San Cosme” rezaba el muro donde cientos de nichos acogían los cuerpos que se iban pudriendo, aunque por lo antiguo que era esa parte del cementerio, ya todos los difuntos debían ser polvo.

Levanté mi vista a su lápida, donde una mano blanca marmórea tomaba una rosa entre sus dedos, más abajo, su nombre y la fecha en que me dejó, 25 de abril de 1977.

“De amor nadie se muere”, siempre he leído y escuchado. Nada más falso, aunque sólo he conocido a una que murió de amor.

Arrodillado bajo su fría lapida rezaba, lloraba y recordaba. Trataba de recordar sus caricias, su voz, su forma de mirarme como lo único que le dejó ese amor que la mató. Y también el rostro del asesino.

El viento se llevaba mis lágrimas pegando el sucio polvo en mi rostro.

“¿La conoces?” – sonó una voz a mi espalda.

“Era mi madre” – respondí mirando al hombre con un gran abrigo que le llegaba a los tobillos y que se alejó sin darme tiempo a preguntar lo mismo.

Las borlas de su negro abrigo se movían como lúgubres alas, volando mientras se alejaba.

Su rostro pegó como un rayo en mis recuerdos infantiles, así como el dolor de mi madre al perderlo. Su llanto, su desesperanza, la delgadez de su cuerpo al dejar de comer por la pena, sus lágrimas escondidas en cada rincón del hogar que tuvimos. Su último suspiro al romperse su corazón literalmente. Mi infancia sin ella.

Me puse de pie dispuesto a seguirle sacando mi correa la cual enrollé en la mano, serviría para dejarlo inconsciente al rodearle el cuello.  Después de todo, mi madre siempre lo quiso de vuelta y había algunos nichos vacíos dentro de los cuales nadie lo escucharía gritar.


¡Papá! – lo llamé a través de los largos pasillos. 



jueves, 20 de octubre de 2016

CRÓNICAS: ANTROPÓFAGO


*Favor de leer el texto escuchando la melodía adjunta.

Hambre, hambre endemoniada que me carcome el cerebro y el estómago podrido de hoyos supurosos que debo llenar con el manjar más fino, más raro y común a la vez.

Hoy será una bella joven, la tengo ya tres días dándole sólo agua. Es la única forma en que la piel se despegue del músculo sin mucho esfuerzo, además de purgar el sistema y los desechos corporales. El pellejo humano es un órgano grande y difícil de retirar. Lamentablemente no existe un mercado para este tipo de piel así que no vale la pena arrancarla prolijamente.

Igual no soy ningún salvaje, debo preparar los alimentos limpiamente, nadie quiere pescar una infección ya que ahora hay tanta depravación y la materia prima de mis alimentos está cada vez más expuesta a enfermedades y virus.

Voy entrando a la habitación donde se encuentra y aunque suene cliché el sótano es la mejor opción ¿Dónde más podrían no ser escuchados sus gritos y lamentos? Pongo mi vinilo del gran Carl Orff con una de las canciones de mí opera favorita: O Fortuna. Sólo el arte puede acompañar al arte.  Quien me diga que no es un arte preparar al animal humano para su consumo, no sabe de lo que habla.

“O Fortuna
Velut luna
Statu variabilis”

Aún está echada en el camastro de metal oxidado que le ha servido de lecho. Está desmayada, definitivamente los golpes secos y rápidos son los mejores para dejarlos inconscientes. No he querido darle sedantes pues cambian el sabor de la carne.

Un poco de cinta aislante en la boca acallará cualquier grito.

Diestro como soy en el arte del cuchillo, doy un par de cortes atravesando la parte posterior del Tendón de Aquiles, los intentos de gritos del animal acompañan mi canturreo de la melodía que estalla en el recinto mientras atravieso las incisiones con los ganchos de colgar carne.  La pequeña polea levanta los ganchos hasta poner el cuerpo de cabeza.  El animal se sacude furioso sin resultados. Mejor, eso hará que el corazón bombee más y el sangrado sea más rápido.

“Semper crescis
Aut decrescis
Vita detestabilis
Nunc obdurat
Et tunc curat
Ludo mentis aciem
Egestatem
Potestatem
Dissolvit ut glaciem”

Sus manos atadas me facilitan el trabajo. Tomo su cuello entre mis dedos presionándolo fuertemente para inmovilizarla y rápidamente hundo mi cuchillo plano en una esquina de la quijada dando un largo corte de oreja a oreja abriendo la garganta y la laringe, lo cual, convenientemente ya no le dejara emitir sonidos por lo cual mi versión de O Fortuna se escuchará más limpiamente.

“Sors immanis
Et inanis
Rota tu volubilis
Status malus     
Vana salus
Semper dissolubilis
Obumbrata
Et velata
Michi quoque niteris
Nunc per ludum
Dorsum nudum
Fero tui sceleris”

Pongo un recipiente abierto y grande bajo el cuerpo, va llenándose de sangre roja, espesa y pegote después de que el primer chorro me da de lleno en el pecho al separar con el corte las arterias carótidas y vasos sanguíneos.  La sangre entibia mi cuerpo como los brazos de la más amorosa madre. Los coágulos se pegan a los bordes de la vasija goteando al piso y manchando la orilla del depósito. Charcos escarlata rodeándome. La sangre se desecha pues no tiene ninguna utilidad por el riesgo del VIH y otras enfermedades circundantes, por eso lo importante también de escoger un buen espécimen. Una chica entre los 15 y 20 años es ideal, su cuerpo desarrollado tiene más carne que el de los niños. Cada vez se sacude más débilmente cual bailarina clásica. Podría jurar que lo hace al compás de la melodía.

Su vida se va yendo, la sangre que borbotea desde su cuello diseña delicadamente líneas abstractas en su rostro y por momentos llena su boca y su nariz haciéndola emitir arcadas cada vez más endebles. Sonrío al ver el arte que pueden crear mis manos y le canto sin dejar de mirar sus ojos desorbitados de horror. Sé que en el fondo, ella me agradece por compartir sus últimos momentos deleitándola con mi lírica voz.

“Sors salutis
Et virtutis           
Michi nunc contraria
Est affectus
Et defectus
Semper in angaria
Hac in hora
Sine mora
Corde pulsum tangite
Quod per sortem
Sternit fortem
Mecum omnes plangite”

Mi canto retumba en el sótano cerrado mientras veo la sangre disminuir su flujo.  Su cuerpo cuelga ya flácido y estático como hoja abandonada al viento.

Me acerco a cortar el cuello siguiendo la abertura de la laringe desde la mandíbula a la parte posterior del cráneo separando el musculo y el ligamento que lo unen a la medula espinal, me agacho a besar sus labios ensangrentados de los cuales aún chorrean hilos de bermejo líquido y con mis manos retuerzo la cabeza hasta arrancarla al tiempo que canto mi Arias* como el mejor de los tenores. Los nervios y ligamentos quedan colgando sanguinolentos, como pequeños fideos sonrosados temblorosos mientras miro a los ojos de la cabeza del espécimen cantándole como un homenaje a quien será mi alimento.

“Fortune plango vulnera
Stillantibus ocellis
Quod sua michi munera
Subtrahit rebellis”

Ya tengo la cabeza separada y le saco ojos y la lengua, un pequeño desarmador bastará para reventar los globos oculares, los saco de sus órbitas, el humor acuoso baña mis manos con ese líquido espeso y transparente. Paso las manos por mi rostro mojándolo todo, tengo su olor conmigo. Jalo la lengua con fuerza con un alicate hasta arrancarla de cuajo de la boca para finalmente extirpar el cuero cabelludo y desollar la piel del rostro.

Suelo quedarme con un recuerdo de mis potajes, así que pongo la cabeza en una jaula, escondida entre las plantas del jardín para que las hormigas y otros bichos rastreros hagan el trabajo de limpiar la poca carne que le queda.

La melodía envuelve el lugar y mi cuerpo, siento cada nota en mi garganta que canta con la misma pasión con la que mi cuchillo entra a la primera capa de piel sin tocar músculo ni vísceras. La arranco jalándola hacia arriba con una mano mientras voy destazando con el cuchillo con la otra.

“Verum est, quod legitur
Fronte capillata
Sed plerumque sequitur
Occasio calvata”

Dejo las manos y los pies tal como están, hoy no haré sopa. Sólo me quedaré con unos trozos de piel para hacer fritangas de delgadas tiras de piel que se fríen en aceite hasta quedar crocantes, espolvoreadas con sal y pimentón.

¡Llega la parte más apasionada de la melodía justo en mi fase favorita, el evísceramiento del cuerpo!

“Verum est, quod legitur
Fronte capillata
Sed plerumque sequitur
Occasio calvata”

Mi pequeño machete entra en el plexo solar, el punto entre el esternón y el estómago, bajando hasta casi el ano, tengo mucho cuidado de no cortar los intestinos, no quiero que la porquería se riegue dentro del cuerpo.

Ahora la herramienta que prefiero ¡la sierra! Aserro el hueso púbico hasta partirlo, así como el esternón. Al fin tengo el cuerpo abierto totalmente y me puedo dedicar a cantar relajadamente mientras extirpo riñones, vaso, hígado, pulmones, corazón, tripas y todo vaso sanguíneo restante del interior. Finalmente, meto la mano a través del pecho hacia el cuello arrancando entre mis dedos la tráquea y la laringe. Maravillosa sensación de los suaves órganos entre mis manos, suaves, húmedos, resbalosos, manchados aun de roja vida.

Separo miembros, una buena cortada de la axila al hombro separa los brazos y otra sobre la cabeza del fémur separar las piernas.  Aquí es donde está la mayor parte de la carne, entre el hombro y el codo y en los muslos ya que los músculos son más grandes en esas partes, salivo de sólo pensar en ellas y mis ojos, involuntariamente, se voltean hacia arriba como en el más satisfactorio éxtasis.

“In Fortune solio
Sederam elatus
Prosperitatis vario
Flore coronatus”

Así tenemos el cuerpo listo para ser dividido. Personalmente prefiero aserrar a través de la espina dorsal, separando ésta desde las nalgas al cuello, ya que al adherirse muy bien la carne a ella es muy buena hervida en sopa.

Dejaré los miembros para más adelante colgándolos de los ganchos de carne. Se ven apetitosos. La música me acompaña mientras corto hermosos filetes redondos y gruesos, rompo costillas y deshueso separando la deliciosa pulpa de pura carne.

“Quicquid enim florui
Felix et beatus
Nunc a summo corrui
Gloria privatus”

No hay que ser codicioso, no quiero pecar de gula, siempre he respetado a Dios y sus diez mandamientos, felizmente ninguno habla de la alimentación con los semejantes, sólo habla de amarlos igual que a uno mismo. Y no pienso en otra forma de amar más profunda que la de llevarlos dentro de uno.

Llevo al congelador las partes que no usaré en este momento, un muslo será suficiente por hoy.

“Fortune rota volvitur
Descendo minoratus
Alter in altum tollitur         
Nimis exaltatus”

El olor del carbón ardiendo en la parrilla me llena el olfato y el alma que se calma al sentir entre mis manos la preciada presa. Coloco los filetes de muslo en la marinada que previamente preparé y la dejo reposando. Reposando su muerte, reposando mi vida, reposando entre las últimas notas de la pieza de arte sobre mi obra maestra.

“Rex sedet in vertice
Caveat ruinam!
Nam sub axe legimus
Hecubam reginam”



*ARIAS: Son las partes más importantes y más vistosas de la ópera. Realizadas por solistas; la acción se para y el cantante expresa sus sentimientos por medio del lucimiento de su voz.


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- ACUCHILLADOR

- ESTRANGULADOR

- PIEL

jueves, 13 de octubre de 2016

DEBATE

“Tiembla la tierra, las nubes, el corazón y el hígado. Cada uno con su propia razón. La tierra por sus demonios, las nubes por los ángeles que caen de ellas, el corazón, ¡Ah el corazón! Por todo de lo que lo intentamos convencer, como si fuera el cerebro y nuestro pobre hígado por los sufrimientos y la bilis de los que nuestro corazón es el culpable” - Todo esto me lo decía Priscila apenas me levanté, no podía hacerla callar, nunca puedo, debe ser porque es la única mujer que está dentro de mi cabeza.

“Déjala Diego, no le hagas caso, déjala hablar, es una resentida de los hombres de esas que puedes encontrar debajo de cada piedra que levantas” - me decía el paciente Facundo.

Las voces tenían, esta noche, un debate en mi cerebro, el cual no quería escuchar.

“¡Escúchame Diego, escúchame a mí!”- me gritaban al unísono…….tal vez……solo tal vez……¡sí! ¡Era la única forma!....siempre lo era.

Tomé mí hacha y salí, las voces se callaban apenas veían sangre.

miércoles, 12 de octubre de 2016

VAMPIMICROS

Buscando hoy entre viejos archivos, encontré estos tres micros, los cuales había dejado olvidados. Son de los primeros que escribí y para resarcirme con ellos, decidí publicarlos. 

HAMBRE

El cabello caía en su rostro del cual se veía solo la mitad, sentado con la cara entre las rodillas sentía la lluvia caer como pequeñas gotas heladas que penetraban en su piel pálida. Cerraba los ojos para mirar dentro de su cabeza a ver si podía entender todos los sentimientos que se arremolinaban en ella. Odio, nostalgia, tristeza, desesperación, tal vez una pizca de alegría? No alegría no, el no conocía eso, solo conocía el eco en sus pensamientos cuando quería imaginarse esa sensación, cuando trataba de adivinar como se sentían esos seres sonrientes que veía por doquier. La única sensación placentera que podía experimentar su cuerpo y que más se acercaba a esa alegría tan deseada por él, era el salvaje placer de matar, la sutil sensación de calor en su cuerpo aunque sea momentánea, el estremecer de sus venas vacías cuando eran llenadas por la sangre tibia, espesa, que se abría paso por sus cavidades secas, el estremecimiento de su cuerpo al sentir entre sus brazos como iba cayendo al suelo el ser ya sin vida que había respirado, llorado y suplicado minutos antes. --Sangre!---su lengua lamió sus labios en un espasmo involuntario, sintió el sabor al hierro y a muerte del rojo fluido. Abrió los ojos encendidos en deseos de muerte, se puso de pie apoyándose en el muro que lo sostenía, sacudió sus ropas, levanto el cuello de su raído traje, echose a andar en busca de la placentera sensación……………


CAZADOR NOCTURNO

Cazador nocturno caminando entre las sombras, acechando, escuchando, atento a su paso suave. 
El velo vuela por el viento, escapando de su cabello de ébano. Quizás me ayuda algún demonio, pues de un Dios no soy merecedor. Se acerca tras la seda que escapa acercándose a mi repugnante cuerpo. Ya la veo, está ahí, frente a mí. Me acurruco tras la piedra que sirvió de suave lecho para furtivos besos, para noches perpetuas, para extasiados cuerpos. Rencor no correspondido.
Un poco más, dos pasos, uno. Siento el latir de sus venas, el corazón que bombea mi vital ilusión. Sólo mirarla sacia mi sed. Desde mi oscuro lugar aspiro, olfateo, su olor llega a mí.
El jazmín de la noche me envuelve torturándome. Recordándome mi condena incomprensible.
La dejo pasar viendo el borde de su vestido blanco flotar tras sus pasos, mi dama, mi niña, mi criatura nocturna que quedó en orfandad obligada.
Sentado nuevamente, abrazo mis rodillas, aúllo lastimero el castigo que no entiendo. Animal soberbio me gritan sin saber, el soberbio no aúlla su desgracia, el soberbio no siente.
No tengo linda prosa para expresar sentimientos, sólo un papel en blanco que calla lo que siento.


QUIMERAS

Cementerio Presbítero Maestro - Lima, Perú
Diabólicas quimeras que adivinan nuestros sueños ¿me maldecirás una vez más con su ausencia? - se preguntaba la sanguinaria criatura arrastrando la mitad del cuerpo de su víctima sobre su hombro mientras los intestinos se arrastraban por el piso.
Se quedó sentado en la esquina de un pabellón de nichos del cementerio, chupaba los huesos que aún contenían algo de vital líquido.
La aurora con su odiosa luz rosada comenzó a abrazar el cielo. La oscuridad, su lóbrego hogar, se retiraba al tiempo que él se escondía en alguna tumba vacía.
Su olor llegó a sus secas fosas nasales. El olor de quien lo abandonó regresaba a él. Jazmín y canela apestaban el camino al escondite del resentido ser.
A través de la entrada del pequeño nicho donde se escondía, vio el tul de su vaporoso vestido pasar. La luz le impedía salir a buscarla. Estiró su brazo, el cual el sol quemó, tocando la tela con la punta de los dedos. Se recogió nuevamente en su tumba, una voz llegó suave a sus oídos. Levantó los ojos muertos y la vio, sus ojos de luna seguían brillando.

domingo, 9 de octubre de 2016

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*Relato presentado al concurso "Mil maneras de Morir", organizado por el Círculo de Escritores.

Soy un buen hombre, de esos de los que ya no hay. Honro a mis padres y soy responsable. Me dedico entrañablemente a mi oficio y no hago daño a nadie.

Últimamente estuve dando retórica a muchos compañeros de trabajo y gente en general sobre el buen comportamiento y la Fe en el ser supremo.

Me apasiona la palabra de Dios y vivo de acuerdo a ella. La propalo cuando puedo y la gente me escucha por horas. Tengo un encanto especial con las palabras. Parece que soy un buen orador.

Mi madre es una mujer muy buena, siempre trató de darme lo mejor que pudo, no me dejó pasar hambre y me dio mucho cariño.

Mi padre me heredó un oficio, hacemos trabajos en madera utilitarios y pequeñas obras de arte. Parece que tengo el arte en las manos, aparte de en la lengua, porque nuestros trabajos son muy cotizadas en el pueblo.

Pero, aunque mi vida sea tranquila, me angustio por el resto de la gente que vive perdiendo sus días entre el pecado y la perdición más caótica. No se dan cuenta que desperdician gran parte de su vida y que el tiempo no regresará.

La codicia, envidia, lujuria y el resto de pecados capitales están a la orden del día.

A veces no puedo dormir pensando en toda la humanidad que mancilla su alma y su cuerpo, templo de Dios, con todas estas fallas.

Una voz interior me pide ayudarlos, no quedarme callado y tratar de salvar a esa gente de la perdición indudable.

Salgo a las calles a tratar de hacerlos entender. Hablo en plazas, parques y cualquier lugar donde me escuchen, también voy a los mismos lugares mundanos donde la gente se pierde.

En una ocasión, agredí a unos comerciantes que mercantilizaban productos obscenos e imágenes idólatras.

Tal vez exagero en mi ímpetu de amparo a mis semejantes pero algo en mi interior, me obliga a hacerlo. No como un deber, sino como una responsabilidad.

A pesar de todo, tengo un grupo de personas que me admiran y escuchan. Para ellos soy una especie de gurú de la palabra sagrada.

Ahora corro peligro en manos de la gente que fomenta estas conductas despreciables. Quieren silenciarme.

Hace poco me aprehendieron bajo falsos cargos y ahora estoy en una carceleta esperando mi juicio fantasma, pues solo hay acusado, más no delito. Hasta en esto, la corrupción reina.

El juicio pasó muy rápido, me condenaron injustamente.  Pero si debo pagar para que la sociedad escuche lo que tengo que decir, me parece que vale la pena.

En una especie de desfile me trasladan al lugar donde cumpliré mi condena, lo hacen para que la gente tenga un escarmiento de lo que es meterse con los poderosos, para que puedan ver mi humillación y sufrimiento.

El camino es sinuoso y doloroso. Llego al lugar de mi expiación con el cuerpo maltrecho.

No entiendo porque tanto ensañamiento conmigo, pero es sólo parte de las razones por las cuales lucho contra la sociedad actual y sus faltas.

En el colmo de la barbarie, me suben a una especie de altar de madera, el mismo material que mi padre y yo amorosamente trabajamos a diario. Un dolor punzante que casi me hace desmayar paraliza mis miembros al mismo tiempo.

Levantan el altar en forma de T y con un golpe lo clavan en la tierra. Resignado, me doy cuenta de que ésta será mi forma de morir a los 33 años y en medio del dolor insoportable oigo a mi lengua proclamar: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.