sábado, 30 de abril de 2016

.....DE PIRATAS Y ESCLAVOS



*Relato presentado al concurso "Piratas" del Círculo de Escritores.




Paso a paso la cubierta se movía bajo mis pies, el aire marino revoloteaba mi cabello y el olor a océano me hacía sentir libre bajo mis párpados cerrados. El susurro de las olas cantaba su canción de despedida, nada más bello ni perfecto con cadencias y notas sublimes. 


Sería libre en pocos momentos. Sólo un paso más y abandonaría ese barco lleno de sucios hombres con trajes raídos, faltos de dientes y olor a alcohol perpetuo. 


La bandera negra con huesos cruzados ondeaba como despidiéndose de mí, sabía que era la última vez que me vería. Los gritos de la carga negra se ahogaban en la profundidad de las galeras oscuras como el profundo mar, animales africanos sin alma que habíamos cazado días antes. El capitán Garate se paseaba por la borda supervisando la ceremonia y situándose finalmente delante de mí.


El olor a vómito y excremento de las galeras me hacía recordar su contenido y como había llegado ahí. Nosotros, sicarios oceánicos, contrabandistas náuticos, bárbaros marítimos, sólo perseguíamos nuestras propias metas de llenar las panzas, marinar el hígado en alcohol y descargar nuestros placeres en redondas mujeres. Lo conseguíamos saqueando y en ocasiones, como esta, en un negocio decente y legal como la compra y venta de carga africana lista para los más duros trabajos. 


El pequeño loro del capitán Garate gritaba en su oído al compás de la pata de palo con la que golpeaba la cubierta a cada paso. Limpiábamos los pisos, arriábamos las velas y engrasábamos los cañones manteniendo a “El Belencito” listo para cualquier abordaje. 


Rudos marineros que en sus momentos libres sacábamos los sables y practicábamos partir al rival en dos o clavar nuestros garfios en rostros ajenos. Dedos cortados y orejas caídas eran el resultado de los pequeños juegos. Nada podía sorprendernos ni ser más sanguinario que nosotros mismos.


Durante las noches, los bailes y el alcohol eran nuestros compañeros, las velas danzaban al compás del viento y de nuestra música, la sal del mar pintaba nuestras bocas secándolas como el desierto más árido y la fría brisa marina se perdía entre nuestras ropas que no lograban abrigarnos. 


Llegaba el amanecer en medio del océano, el horizonte púrpura se reflejaba en mis pupilas en destellos coloreados. Todos, alrededor mío, dormían la borrachera nocturna, era el único sobreviviente de ésta y mis instintos de hombre me llevaron a la galera. Eran animales pero hembras al fin. 


Tomé a una del brazo arrancándola de las demás que intentaban detenerme con las limitaciones de sus cadenas. La oscuridad de la galera me protegía y la voz en mi mente se hacía más nítida, sus órdenes eran claras ahora. Escuché mis propios gritos mientras desmembraba su cuerpo con mis manos, cuando mis dientes dentellaban la piel de su rostro y mi boca escupía sus ojos arrancados. Alrededor, alaridos de espanto. 


Desperté en la cubierta, amarrado y lleno de la sangre de aquella hembra, pedí perdón a mi capitán por desperdiciar la mercadería y juré pagarla. Pero nadie me escuchaba, todos me miraban aterrados y yo sin entender porque los hombres más sanguinarios temblaban como párvulos al verme. 


Me empujaron sobre el tablón y el capitán Garate se acercó con su pata de palo a presidir la ceremonia mientras el contramaestre hincaba su espada en mi espalda haciéndome caminar hacia el borde. 


Abajo, en el mar, las aletas plateadas formaban círculos que giraban sin parar, una detrás de otra creando remolinos en el océano en calma. Saltaban hambrientos abriendo la boca mostrando las hileras de dientes y sus ojos completamente negros adelantaban la frialdad del final.



*Plus: Estadísticas Comercialización de Esclavos en América del Sur. Información de las Aduanas de Lima, Puerto del Callao.