jueves, 25 de junio de 2015

EL LIBRO



Ascendí a la tierra fría al escuchar aquel llamado suplicante. En su voz se sentía la agonía de la desesperanza, la angustia de la última salvación, la plegaria final antes de la total oscuridad.
Las paredes de piedra del templo lo sumían más en las tinieblas. A lo lejos las voces del canto de los monjes rebotaban en los estrechos pasillos que conducían a la celda más oscura,  lejana y olvidada del monasterio. Sólo reservada para aquel culpable del crimen más execrable y asqueroso que existiera. Ese era mi destino, aquel desdichado era ya un muerto en vida ¿Que más podía ofrecerme que su propia alma a cambio de su insignificante vida? El averno estaba lleno de basura humana como él.

Tomé la antorcha que colgaba fuera de la puerta de su prisión y me presente frente al condenado monje.
- "Rey de las tinieblas"- bramó echándose a mis pies con la mirada en el piso- " Salvadme de mi infausto destino, arrancadme de mi lóbrego castigo, emparedadme quieren esos impíos sino cumplo con lo que les prometí para salvar mi vida. A cambio le daré mi alma ya que otro bien no poseo, seré su fiel esclavo al llegar a su reino cuando me toque la hora aciaga"- lloriqueo el desdichado.
Me dijo lo que deseaba el infeliz, fue fácil complacerlo. Todo el conocimiento del mundo estaba en ese libro, ninguna falla podía ser encontrada, el manuscrito era de un arte insuperable y las letras brillaban por la tinta usada en ellas. Como última condición a la creación de aquella obra, estampé mi magna figura en una de las páginas de ésta para recordarles quien era el autor y se la entregué.
Desaparecí de su vista pero no del lugar. Me quedé mirando el desenlace de la historia del monje negro. Llegaron los otros monjes quedándose estupefactos ante la obra maestra frente a sus ojos, sentí orgullo de autor y seguí observando. Afuera se escuchaban gritos de alguna bruja siendo quemada, el olor a carne chamuscada llegaba a mí, llenándome los sentidos.
Los monjes llevaron el gran libro al abad del monasterio, el monje negro respiró aliviado al ver su vida salvada pero ¡ay del que en el destino traicionero confía! Lo agarraron entre varios, empujándolo al hueco de una de las viejas paredes del claustro, lo amarraron y no se conmovieron de sus súplicas mientras levantaban una pared que lo cubría. ¡Ah malditos monjes! Sentí tanta satisfacción al sentir que tendría aún muchas almas para llenar el infierno.

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