Buscando hoy entre viejos archivos, encontré estos tres micros, los cuales había dejado olvidados. Son de los primeros que escribí y para resarcirme con ellos, decidí publicarlos.
HAMBRE

El velo vuela por el viento, escapando de su cabello de ébano. Quizás me ayuda algún demonio, pues de un Dios no soy merecedor. Se acerca tras la seda que escapa acercándose a mi repugnante cuerpo. Ya la veo, está ahí, frente a mí. Me acurruco tras la piedra que sirvió de suave lecho para furtivos besos, para noches perpetuas, para extasiados cuerpos. Rencor no correspondido.
Un poco más, dos pasos, uno. Siento el latir de sus venas, el corazón que bombea mi vital ilusión. Sólo mirarla sacia mi sed. Desde mi oscuro lugar aspiro, olfateo, su olor llega a mí.
El jazmín de la noche me envuelve torturándome. Recordándome mi condena incomprensible.
La dejo pasar viendo el borde de su vestido blanco flotar tras sus pasos, mi dama, mi niña, mi criatura nocturna que quedó en orfandad obligada.
Sentado nuevamente, abrazo mis rodillas, aúllo lastimero el castigo que no entiendo. Animal soberbio me gritan sin saber, el soberbio no aúlla su desgracia, el soberbio no siente.
No tengo linda prosa para expresar sentimientos, sólo un papel en blanco que calla lo que siento.
QUIMERAS
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Cementerio Presbítero Maestro - Lima, Perú |
Diabólicas quimeras que adivinan
nuestros sueños ¿me maldecirás una vez más con su ausencia? - se preguntaba la
sanguinaria criatura arrastrando la mitad del cuerpo de su víctima sobre su
hombro mientras los intestinos se arrastraban por el piso.
Se quedó sentado en la esquina de
un pabellón de nichos del cementerio, chupaba los huesos que aún contenían algo
de vital líquido.
La aurora con su odiosa luz
rosada comenzó a abrazar el cielo. La oscuridad, su lóbrego hogar, se retiraba
al tiempo que él se escondía en alguna tumba vacía.
Su olor llegó a sus secas fosas
nasales. El olor de quien lo abandonó regresaba a él. Jazmín y canela apestaban
el camino al escondite del resentido ser.
A través de la entrada del
pequeño nicho donde se escondía, vio el tul de su vaporoso vestido pasar. La
luz le impedía salir a buscarla. Estiró su brazo, el cual el sol quemó, tocando
la tela con la punta de los dedos. Se recogió nuevamente en su tumba, una voz
llegó suave a sus oídos. Levantó los ojos muertos y la vio, sus ojos de luna
seguían brillando.
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