Desde mi
Ataúd se escucha la vida,
Último
camino por la negra senda.
Mis
brazos cruzados pesan en mi pecho,
Todos
lamentan mi alma atormentada.
No saben
que oigo todo lo que dicen,
Dentro de
mi caja con mortaja atada.
Los
rezos, rosarios, novenas y cruces,
Me abren
el camino celestial al cielo.
Sin saber
si soy digna del eterno,
Mi alma
condenada baja hasta el infierno.
Mi tumba
me aprieta, ajusta mis huesos,
Sin dejar
pasar la mínima luz,
Mi piel
antes blanca, plomiza se torna,
Se pudre mi
carne, causo repulsión.
Se
retuercen, doblan en mi cuerpo insano,
Por dentro
se arrastran los sucios gusanos.
Por mi
boca, ojos, nariz y mis manos,
Salen a
por miles los bichos malsanos.
El
incienso y velas me ahogan con humo,
Me
envuelve su olor a flores y cera.
Mi ataúd
cerrado resguarda mi cuerpo,
Por
siempre será celda carcelera.
Los
llantos y gritos se hacen más fuertes,
El cura
me brinda ya la extremaunción.
Antes de
meterme al profundo nicho,
Por mi
mente pasa la última oración.
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