Al fin terminé de cepillarme los
dientes y mi madre dejó de exasperarme con sus gritos para que salga del baño.
Me desnudé entrando a la tina que
previamente llené con agua tibia y mis burbujas del envase de Spiderman de mi
hermano menor.
Mi cuerpo se hundió en el tibio
líquido hasta la nariz. Era la gloria. Cerré los ojos para sentir la deliciosa
sensación del agua tocando cada parte de mi cuerpo, cada leve movimiento hacia
que ésta me acariciara formando pequeñas olas sobre mí. La espuma cubría la superficie dando la
sensación de estar en una nube, como estar en el paraíso, cosa que difícilmente
yo conocería.
Me llené el pelo de espuma haciéndola
correr por mi cuerpo mientras lo
limpiaba escuchando el opening de Bob Esponja que
mi hermano veía en su cuarto…”vive en una piña debajo del mar…Bob Es-pon-ja…”me
puse a canturrear compulsivamente, lo mismo me sucedía con la canción de Barney,
¡maldito dinosaurio morado!
Al menos la canción de Bob me
hizo recordar tallarme la piel. Tomé mi vieja esponja de baño, ya debía
cambiarla, estaba deshaciéndose de tanto uso pero aun conservaba la suficiente
grosura para cumplir su trabajo. La pasé concienzudamente por mi delgado
cuerpo, tallé cada pliegue, depresión y relieve de él. Froté mi rostro con ella, mi frente y los
lados de mi nariz fueron los más rozados por la esponjita.
Aún conservaba el recuerdo de mi
loco sueño con el cepillo eléctrico de dientes y las babas y mocos que
aparecieron en él ¡qué repulsión¡ saqué la lengua asqueado por el recuerdo y me
la tallé también, hundí la esponja hasta el fondo de mi boca para que limpiara
toda esa sensación babosa que había recordado.
De pronto, la vieja esponja, resbalosa por el jabón, se deslizó por mi
garganta, tiré de ésta para sacarla pero se rompió dejando un pedazo dentro de
mí que seguía corriendo hacía mi esófago. Comencé a toser desesperado sintiendo
el ahogo, también había cubierto mi tráquea. El airé ya no entraba a mis
pulmones, por más que aspiraba y me agitaba no conseguía tomarlo. Salí de la
tina resbalándome mil veces en el piso húmedo por la desesperación. Tosía
frenético, comencé a meterme los dedos a la garganta para intentar el vómito
pero solo conseguía hundirla más y deshacerla entre mis dedos. Mis uñas
hirieron el interior de mi boca en los fallidos intentos, mi saliva caía por
las comisuras de mis labios, sentía que me estallaba la cabeza y los ojos, mi
pecho trataba de henchirse, de tomar aire de cualquier parte, agitaba los
brazos y me golpeaba contra las paredes desesperado, no podía abrir el pomo de
la puerta con mis manos jabonosas. No pensaba.
Sentí una sensación de quemazón
en mi espalda, algo se desgarraba por dentro. Un líquido tibio llenó mi
garganta, mis ojos se desorbitaban por la presión que le infringía a mi cuerpo
tratando de expulsar la maldita esponja. Se me iba la vida. El miedo se apoderó
de mí, el horror de morir en ese momento terminó con la poca cordura que me
quedaba.
Mis manos y uñas comenzaron a desgarrar
mi propia garganta en la desesperación de sacar aquel cuerpo extraño de mi
interior. Jirones de piel llenaron mis uñas ensangrentadas. Mi tos era una emanación de sangre y pedazos mínimos, casi imperceptibles,
de esponja que caían como hilos escarlata sobre mi cuerpo y salpicaban las
paredes y objetos del baño. Tomé las pequeñas tijeras de uñas de mi madre y las
clavé en mi cuello, las hundí intentando llegar a mi tráquea, me hice un corte
abriendo mi piel como una nueva boca la cual vomitaba el vital liquido más rápido
aún, metí los dedos por ésta tirando de mi piel, desollándome vivo sin
conseguir llegar al objeto que me ahogaba. Mis pulmones reventaban en pequeñas
porciones. La sangre se abría paso por mi nariz y mi boca. Era un espectáculo dantesco.
Caí en el piso, en un charco de
mi propio liquido vital, mi cuerpo era una catarata de sangre y coágulos, mi
cuello desollado mostraba los pedazos de piel arrancada colgando sobre mi pecho
en un vano intento, mis amoratados
labios casi no se veían por el torrente sangriento que emanaba de mi interior, uniéndose
a mis fosas nasales que cumplían la misma función. Abrí la boca lo más que pude
preparado a que estallen mis ojos en mi última exhalación de vida, cuando mi
hermanito abrió la puerta de un golpe y con una exclamación de alivio comenzó a
orinar en el inodoro. Me mojé la cara para despertarme de la siesta que acababa
de hacer en mi tibia tina, mientras Bob Esponja seguía cantando sobre su piña
debajo del mar.
*Si desea leer sobre el suceso
con el cepillo eléctrico, pase por aquí: Cavilaciones IV: Cepillo Eléctrico
*Este relato es la primera Cavilación a pedido que me hizo mi
nueva compañera de celda, la querida y recién estrenada chiflada: Soledad Gutierrez
* Plus:
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