“Carionte, Carionte
Ven a jugar conmigo
Te daré mis ojos claros
Y la lengua de mi amigo
Sal Carionte a jugar
A la ronda matinal
Llévanos a tu escondite
Y te haremos un
convite
Te harás ropa y un sombrero
Con nuestra piel arrancada
Y un bolso con cremallera
Arrancando cabelleras”
Cantaban los niños en el bosque
de algarrobos que rodeaba la ciudad y que húmedo mostraba el rocío sobre sus
hojas secas. Los rayos del sol apenas se filtraban entre los árboles como una
tela traslúcida llena de chispas brillantes. Las madres les enseñaban a sus hijos
esa canción, era una advertencia sobre una leyenda urbana: Carionte, la
criatura que se comió al Dr. Baleonte. Pero la historia era un tanto
diferente….
La cabaña del Doctor Baleonte, perdida
entre los arbustos, era alumbrada por los rayos dorados del sol dándole un aire
acogedor. Adentro, el doctor movía frascos y estantes, mezclaba masa y fluidos,
medía, pesaba e investigaba.
Puso los lentes protectores sobre
su cabeza y se limpió las manos en la sucia bata. Su cabello largo y pegoteado
caía sobre los hombros rogando que uno de estos días se acordara de
lavarlo. Baleonte murmuraba para sí
mismo mascullando entre sus finos labios.
Su cuerpo comenzó, de pronto, a
contorsionarse de forma grotesca. Nunca pensó que los efectos llegarían tan
rápido. Se quitó la bata y las ropas que usaba quedándose desnudo. Había
preparado su cuerpo durante meses para lo que comenzaba ese día. Entre
movimientos convulsionantes y torsiones llegó a una esquina de la cabaña de
madera, se paró dándole la espalda y cruzó sus brazos sobre el pecho bajando el
rostro con los ojos cerrados.
Pasaron las horas y una ligera
capa blanquecina parecida a una telaraña rodeaba su cuerpo, esta sustancia se
volvía más espesa a cada momento haciendo ya invisible el cuerpo del médico.
La gigantesca crisálida, en la
que se había convertido, exhalaba e
inhalaba. El sol que entraba por la ventana caía sobre ella creando hermosos
prismas que relucían dentro de la cabaña. La crisálida inmóvil creaba vida en
silencio. Dentro de ella el dolor era indescriptible.
Huesos, músculos y nervios
tomaban nuevas formas. El médico se había preparado para aguantar el dolor, su
disciplina fue férrea. Soportaba estoicamente cada variación de su cuerpo. Su
preparación había constado en fisurar pequeñas porciones de sus huesos adrede, golpeaba sus piernas o brazos hasta rajarlos para luego pasar por el doloroso trance de curarse. Este martirio voluntario duró meses, sabía que era la única
forma en que ahora conseguiría la metamorfosis deseada.
La crisálida maduraba semana a
semana, dentro, el ambiente era asfixiante, las paredes blancas de aquella
sustancia pegajosa aprisionaban dolorosamente sus miembros torcidos, sus
músculos doblados y sus nervios a flor de piel que con el más pequeño roce lo
hacían gritar del dolor. Su rostro desfigurado ya no tenía piel humana y sus
ojos se habían transformado en dos gigantes esferas sin párpados, su nariz ya
no existía y colgaba como un gajo inservible a un lado de su cara.
Sólo debía aguantar un poco más,
sus huesos ya se reacomodaban y la piel se estaba terminando de caer dando paso
a esos vellos gruesos que recubrían su nuevo cuerpo de extremidades largas y
delgadas. Respiraba de alguna manera que
no entendía aun, concentrado únicamente en no sentir el dolor de la
transformación, era una disciplina para lo cual había dispuesto su mente. Era
la disciplina del dolor como la llamaba él.
Se concentraba solo en los
sonidos y olores del bosque que rodeaba la cabaña que ahora se habían vuelto
mil veces más fuertes. A pesar que ya no tenía orejas ni nariz, podía
percibirlos con mucho más claridad. La
metamorfosis estaba completa.
Carionte salió de la pupa que lo
había cobijado durante semanas, Baleonte había desaparecido. Estiró su cuerpo
delgado, sus miembros nuevos vieron la luz en sus delgadas y velludas patas. Su
cuerpo se había dividido en el tórax y un gran abdomen. Peter Parker ya no sería el único.
El presente relato es el resultado de los aportes de mis compañeros de celda, con los cuales pasamos horas cavilando sobre la inmensidad del universo y babeando nuestras camisas de fuerza:
Nombre: "Baleonte" por Santiago Estenas Novoa
Objeto: "Crisálida" por Edgar K.Yera
Lugar: "Bosque" por RicardoZamoranoValverde
Título: "La Disciplina del Dolor" por José Carlos García
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