La seda de su vestido blanco se pegaba a mi rostro pérfido. El viento soplaba entrando por la ventana que había abierto segundos antes. Mi mirada hipnótica de no vivo la privaba del movimiento de su cuerpo. Podía regodearme en ella, poseerla, disfrutarla, yacer con ella.
Atiné a acercar mi rostro a su cuerpo posado sobre la cama que suave, como nube, contenía su cuerpo. Los tules de su vestido golpeaban suavemente mi rostro movidos por el aire nocturno, su olor era conducido por éste mismo a mi seca nariz que volvía a la vida con él.
Jazmín y canela, como lo había imaginado, olor a niña-mujer. La pureza de su cuerpo atraía mi sentido más básico así como el hambre insaciable de la vida liquida que corría por los ríos de sus venas.
Levante con mis manos impuras la bata que cubría su núbil cuerpo, sus piernas de blanco marmoleo aparecieron a mis ojos impíos. Mis manos fueron conquistándolas hasta llegar a su pequeño tesoro de cardo y rosa. Pequeño, puro, virgen, latente de vida.
Mis instintos de hombre despertaron antes que los de depredador, la distancia entre mi boca y su sexo dormido se acortó hasta sentir el roce de sus ralos vellos púbicos en mis labios, los saboree, así como su olor límpido. Mis ojos se posaron por un momento en sus pechos que se erguían a través del blanco camisón, sus aureolas se traslucían suavemente invitando a mancillarlas, mis dedos rozaron el pezón erguido por el aire frío y mi toque desvergonzado.
La tibieza de su capullo tan cercano a mi boca y tan extraño a mi condición, llamó mi atención nuevamente, cerré los ojos y aspiré profundamente aquella total pureza. Mi lengua infecta deshonró su honor de virgen, saboree sus labios más íntimos, su sexo impoluto fue mío, del hombre que había olvidado que fui. Pero la bestia saltó dentro de mí. Los colmillos rompieron mi piel y de un tajo los hundí en su hermoso monte con nombre de diosa.
No paré hasta hacer míos su cuerpo y su alma ….. y me perteneció eternamente.
Unos años después........INSTINTO
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