Y él se escapó del abismo. Sólo era un niño después de
todo. Aquel lugar de eterno fuego e infinito dolor aún no tocaba su alma
infantil.
Las llamas del averno habían sido su lugar de juegos,
cada círculo del infierno su parque de diversiones, Cancerbero su fiel mascota
y los diablillos menores sus compañeros con los cuales jugaba bromas al viejo
Caronte.
El pequeño añoraba salir a conocer el mundo fuera de
su ardiente hogar. Su padre se lo negaba, él era el príncipe, el heredero, el
delfín del oscuro reino y no podía irse de ahí.
Trató de convencer a su padre, le rogó e hizo los
mayores berrinches que hicieron temblar la tierra, sin resultados.
Decidido entonces, tomó sus juguetes favoritos y se
ocultó entre los espíritus perdidos que llegaban a diario y entre los demonios
compradores de almas que salían, se escapó sin ser visto.
El príncipe caminó por la tierra, llegó de noche, las
luces de neón le llamaban la atención, no eran tan brillantes como las flamas
del infierno pero eran diferentes y de colores que no había visto antes.
Todos los vicios estaban regados acá arriba, el humo
del cigarro y otras sustancias llenaban el aire, el licor regado en el piso
mojaba sus zapatos que cubrían sus pequeñas pezuñas caprinas. Las mujeres casi
no cubrían sus partes más íntimas y esperaban algo en las esquinas. Algunos
hombres se le acercaron hasta hacerlo sentir incómodo y tuvo que correr para
esquivarlos. Los pocos niños que encontró no querían jugar con él, sólo estaban
sentados en aquel piso sucio con la mano estirada, tal vez pensaban que
llovería.
Uno de ellos, un niño rubio de pelo rizado, como uno
de esos engreídos querubines, ni siquiera estaba sentado, su cuerpo yacía tumbado
en la vereda helada sin que nadie lo mirara. El príncipe se acercó a él.
-“¿Qué haces ahí? ¿Qué esperas?”
El niño lo miró de reojo, sin moverse, su cuerpo
estaba extremadamente delgado, no tenía fuerza. El heredero sacó un corazón aún
latiente de la bolsita con la que había huido.
- “¿Tienes hambre? ¿Quieres?”
El pequeño en el piso levantó con esfuerzo su mano
tomando la del diablillo.
-“¿Quieres venir conmigo? Vivo lejos pero hay comida,
llega todos los días y tengo un perro grande con tres cabezas, puedes acariciar
una y le haremos bromas a Caronte, está casi ciego, le doy botones como monedas
y no se da cuenta a veces. Es un buen
lugar, sólo es un poco ruidoso, los gritos y llantos ensordecen pero te
acostumbrarás”.
Mientras el príncipe hablaba entusiasmado con su nuevo
amigo, los ojos del niño comenzaron a apagarse, sus pupilas se dilataron para
nunca más brillar.
El pequeño Lucifer agarró la mano de su compañero y
caminaron juntos dejando el enjuto cuerpecito en aquella calle oscura.
Regresó a su hogar, esta vez sin renegar de el. Fue a
buscar a su padre, que encolerizado mutilaba y desgarraba condenados con sus
dientes y descuartizaba infernales súbditos por haberlo dejado escapar.
Belcebú vio a su hijo sorprendido por verlo acompañado, se le acercó y le dio una sonora palmada en el trasero.
- “Ve a jugar con tu amigo”.
- “Voy padre……..no era tan genial, es igual que aquí”.
Los dos niños se internaron corriendo en las entrañas
del inframundo.
El señor de la oscuridad tomó un cuerpo más, mordió
la cabeza y apuntó a su hijo y luego al niño que se alejaban.
- “Ahí va un verdadero cazador de almas”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario