* Favor leerlo con el presente fondo musical.
Las nubes se mueven sobre el cielo rojizo, la puerta
que dará entrada a la oscuridad de la noche. Desde abajo, el castillo muestra
las puntas de sus torres que rompen la serenidad del paisaje en el ocaso del
día. El viento se va haciendo más fuerte y frío mientras el carruaje sube hacia
la celebración, el rostro imperceptible del enmascarado se asoma por una de las
ventanillas rematada en una pequeña cortina de terciopelo rojo, logra ver la
crin negra de uno de los caballos que vuela al compás de su galope.
Las ruedas del carruaje de madera suenan chirriantes
al detenerse en la entrada de la imponente construcción, baja acercándose a la
puerta que fácilmente le quintuplica en tamaño, la luz de las miles de velas
que iluminan los gigantescos candelabros encienden la entrada deslumbrando a
los sorprendidos asistentes que van llegando con estrambóticos trajes.
Se quedó en la entrada observando, oliendo,
escogiendo; su atuendo negro asemejaba un cuervo con las plumas cosidas a lo
largo del traje que le cubría hasta los pies dando la sensación de volar a unos
centímetros del suelo cuando caminaba, su rostro lo cubría en parte una máscara
negra que rodeaba sus ojos terminando en un pico largo con líneas espiraladas
doradas, único decorado del disfraz. Su boca quedaba al aire, una boca
deformada por la enfermedad de cuyas comisuras brotaba, en ocasiones, una
saliva espesa y sanguinolenta que limpiaba con el pañuelo percudido que siempre
llevaba consigo. Su cabeza solo era cubierta por algunos mechones de cabello ralo entre los cuales se
asomaba una piel plomiza, casi transparente, la cual dejaba ver sus venas
debajo de ella, en verdad pensaba que
espantaría más sin disfraz que con este puesto. La gente a su alrededor no
adivinaba el horror que tenía tan cerca.
Se quedó a un lado de la entrada, los invitados
llegaban raudos, felices, las sonrisas llenaban el aire, una mariposa con alas
de colores, un hada con el vestido de seda más suave que había visto, un
gladiador romano con espada y escudo en mano, un mago, una princesa, un caballo,
un vampiro muy apuesto. Una carcajada interrumpió el murmullo de los saludos,
¿era en serio? ¿Así imaginaba la gente a sus congéneres? Entonces nunca seria
descubierto.
El gran salón estaba rodeado de ventanas de estilo
gótico, cada una con figuras formadas por vitrales cuyos colores dotaban de
diferentes tonos la sala en cuyo interior la fiesta comenzaba a fluir.
El engendro decidió mezclarse entre la multitud
eufórica, los músicos arrancaban notas alegres al clavicordio, los violines, las
flautas y al laúd, las parejas llenaban la pista de baile con sus pasos
acompasados y las risotadas de la gente eran animadas por los licores
multicolores que rebosaban sus copas. El deforme ser rozaba los cuerpos de los
vivos al pasar junto a ellos, sentía en sus manos la tela de sus ropajes y
ocasionalmente las pieles de sus brazos y manos, sus fosas nasales se llenaron
del olor a vida, sus oídos sintieron el palpitar del corazón que bombeaba la
sangre en los ríos profundos que ensordecían, para él, el ruido del festín y
sus pupilas se dilataron al notar el latir de las arterias y venas que latían
bajo la piel de sus descubiertos cuellos.
Los colores que tomaba el salón con el transcurso del
pasar de las horas era hipnotizante, los amarillos hacían resplandecer a los
bailarines, los celestes los festejaban y los anaranjados los encendían, más
los azules los tornaban mortuorios y los rojos los ensangrentaban; los músicos
cambiaron sus alegres tonadas a notas más pesadas, se diría que hasta lúgubres,
los hombres ya embriagados caían en muebles y alfombras dentro de sus festivos
trajes, las mujeres, algunas sobre ellos, otras en sus propios sueños,
resistían aun de pie tambaleándose, la hora del degenere estaba en su cúspide, él
se acercaba sin temor a las danzarinas almas que parecían más bailar un baile
mortuorio que uno festivo, los encajes y sedas se movían al compás de la oscura
melodía, los maquillajes caían como lluvia negra sobre piedra blanca y el
respiraba en el cuello de un ángel blanco como la pureza, bella como la misma
belleza y ebria como el mismo Baco. La tomo del talle danzando con ella en un
baile levitante, dando vueltas alrededor del salón, la dama se dejaba llevar
mirando la bóveda estrellada esculpida en el techo mientras su compañero la hacía
volar en esa danza endiablada. Muy tarde fue cuando sintió el primer colmillo
hundiéndose en su piel, tarde cuando escucho la máscara de él caer al piso, sin
esperanza cuando bajo la mirada solo
para ver la deformidad más extrema pegada a su blanco cuello succionándole la
vida, su cuerpo, ya sin alma, cayó en el piso de mármol mientras los aun
vacilantes bailarines seguían celebrando pisando la sangre que seguía saliendo
del frágil cuerpo, tan ebrios estaban.
Con el vitae abriendo sus secas venas, su contrahecho
cuerpo exigía más, se lanzó hacia un mozuelo tomándolo del cuello, lo elevo
hasta que sus zapatillas de arlequín no tocaron más el piso, su delicadeza y
caballerosidad habían muerto con la dama. Atrapó la cabeza del joven con la
otra mano y quebrándola hacia un lado partió el cuello en dos, la sangre
salpicaba en todas direcciones hacia pisos, paredes, muebles e invitados; abrió
su deforme boca salivando y mordió las venas que salían temblando desde el
cuello del chico cubriendo toda su cara del rojizo, espeso y tibio liquido al
tiempo que se alimentaba.
Una mujer gorda vestida de odalisca obesa y ebria como
una cuba lo miraba con los ojos agrandados de horror y con la boca abierta en
un grito mudo, el vampiro, dejando su presa, apareció ante ella con una
carcajada macabra arrancándole los ojos con las largas uñas y dejándola correr
sin rumbo como gallina degollada. Los aun despiertos huían ante el macabro espectáculo,
con un movimiento de su brazo en alto, las puertas quedaron selladas, los
aterrados asistentes corrían atropellándose entre ellos, pisoteándose y
resbalándose en la sangre de las primeras víctimas mientras el Malkavian
destripaba, mutilaba y desollaba silbando una alegre melodía campesina.
El sol salió al día siguiente de la celebración, iluminando
las puertas abiertas del castillo y las escaleras de piedra por las cuales
destilaba un líquido rojo, viscoso, putrefacto que llevaba consigo coágulos, vísceras y muñones cual río carmesí
corriendo hacia el bosque frondoso.
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