Yo no creo en los príncipes azules,
nunca he creído en ellos y si no soy su princesa pues menos. Jamás he sido de las mujeres que persiguen a
un hombre, ellos son los que deberían seguir a una y hacer lo imposible porque
los miremos. Pero acá va la excepción a la regla y me trago mi orgullo y mis
palabras.
Nunca pelee por un hombre y si me
lo hubieran dicho hace un tiempo no hubiera creído que iba a estar en esta situación.
Me desconozco. Todos los consejos que pueden darte y que podrían ayudarte solo
te sirven para recordar que en ese momento él puede estar con ella.
Por estos días en la oficina estamos
bastante ocupados, ando llena de citas de trabajo, reuniones y cambios de
horario y documentos que me llegan hasta la nariz. Me pongo histérica al
recibir nuevos mails aumentando las reuniones u otros deberes laborales porque sé
que ella disfrutara de esas horas de mi ausencia. Los imagino paseando, tomados
de la mano, sonriéndose uno al otro, en el parque o simplemente juntos.
Siempre critiqué a las mujeres
que los perseguían, que andaban llamando y averiguando paso a paso lo que hacían
e imaginaban cualquier forma de traerlo de vuelta a sus brazos. Mi ideología era
sencilla: Si me quieren bien, sino adiós. Me parecía humillante andar detrás de un
hombre cuando era el quien debería llamarme y buscarme, total ¡hay tantos!
Mi psicólogo me ha dicho que esa
actitud es solo un caparazón que muestro para no sufrir y hasta ahora me ha
dado resultado pues no recuerdo haber llorado a mares por alguien a pesar que
me han dejado y engañado. Mi orgullo siempre fue más fuerte. Pero ahora me lo
trago completo y lloro mucho.
Estamos de vacaciones en una casa
de playa y ella también está aquí. He
venido al dormitorio para poder escribir esto sin interrupciones a pesar que sé
que estos minutos estarán juntos sin mí y disfrutaran mi ausencia. No me
importa perder horas de sol en la playa ni bebidas heladas mientras escribo. Lo
que si me enerva es saber que está divirtiéndose junto a ella y no conmigo.
Salgo a husmear que están haciendo,
no están en la terraza, tal vez se fueron a la piscina, a la playa o entraron a
la sala. No los escucho.
Camino hacia el otro lado de la
casa y los encuentro. Descubrieron un pequeño estanque en ese lado, están sonriendo
y ella lo toma de la mano. El está feliz. Ella siente mi mirada y levanta la cabeza girándola
hacia mí. “Mira Bruno – le dice – ahí esta mamá”
Este hombrecito de 85 centímetros
de altura ha despertado sentimientos que se apolillaban dentro de mí. Siempre
dije que los celos no son buenos pero cada vez que llamo a la casa y la niñera
me dice: “Todo bien señora” y escucho la risa de mi niño detrás del auricular
una punzada me hinca el corazón y solo pienso en hacer las cosas más rápido para
volver pronto junto a él y alejarlo de ella.
¡Díganme si no estoy loca por el!
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