El sol entra por la ventana de la
habitación dando directamente en mis ojos. Es más de mediodía y Madame De Vere
nos levanta para comenzar el día y ensayar el baile para nuestro show. El “Yellow
Rose Saloon” es el más famoso de Clipper Creek, no solo por tener las más
hermosas chicas de la comarca sino también por su show de bailarinas que
siempre se renueva.
Esta vez, Madame ha traído un
baile nuevo que dice que dejará a los clientes boquiabiertos y con ganas de seguir
empinando el codo y dejar más monedas en nuestros bolsillos.
Hemos practicado hasta el
atardecer, la verdad que el baile es muy divertido y sensual, se muestra mucho
las piernas y hay muchos saltos en él. Bailamos hasta casi desollarnos los
pies, pero todo sea por el espectáculo y la suerte de trabajar en un lugar como
este donde Madame nos hace respetar, nos dan buena comida y buen pago. No todas
corren la misma suerte. Muchas terminan trabajando con los sucios abigeos y en
las fronteras. No quiero ni pensar en esas pobres infelices.
Anochece y la penumbra cubre el
cielo sobre el pueblo, los cuervos graznan a lo lejos y se siente el sonido del
aire silbando a través de las rocas del desierto. Los clientes llegan y ya se escucha el sonido del piano que Fingers
Jo hace cantar.
Ajusto mi corpiño para resaltar
mis encantos, las medias de seda negra abrazan mis piernas sostenidas por las
ligas de cintas rojas que las adornan. La falda roja y negra hace juego con el
resto del atuendo, esta vez tiene muchas enaguas de encaje debajo, lo que nos servirá para el baile. Maquillo mis
labios de un rojo intenso, mis ojos asemejan a los de una gata y el lunar al
lado de mi boca le da el toque final a mi rostro.
Madame trajo plumas de avestruz
para adornar nuestros cabellos, dice que siempre debemos ser las mejores chicas
de la región, sonreír y que debemos tratar a los clientes como caballeros
aunque no lo sean.
Voy bajando las escaleras de
madera entre sonidos de vasos chocando, botellas quebradas, el incontrolable
piano y las risas de mis compañeras junto a la de los hombres que llegan a
vernos.
Comienza el show, en el escenario
demostramos las horas de ensayo bailando al ritmo de la alegre música, nuestras
piernas vuelan así como nuestras enaguas y los hombres aplauden a rabiar,
algunos disparan al aire presos de la euforia y el alcohol.
Wild Bill está en primera fila observándome,
muerde su pajilla entre los dientes sin dejar de mirar cada movimiento que
hago, no dejo de sonreírle, tantos años viniendo a verme y siempre con esa
misma adoración con la cual también lo miro. Sabe que no es un cliente más.
A pesar de todos los lujos con
los que Madame nos rodea, me sigue repugnando el ser tocada por otros hombres.
Sus caricias lascivas, sus excesos
pervertidos y en algunas ocasiones, violencia.
Termina el baile y corro hacia mi
habitación, cambio mis vestidos por algo menos llamativo, tomo mi pequeño
equipaje y salgo por la ventana, caminando por el tejado bajo por la enredadera
que adorna la pared del saloon.
Ahí está Bill, en su caballo, esperándome,
su sombrero de lado le da un aire aventurero, ofrece su mano para ayudarme a
subir delante de él, me abraza besándome el rostro. Sé que Madame se molestará
pero igual ya no le serviría durante los próximos nueve meses.
Cabalgamos hacia el sol que
comienza a salir.
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