Un
día más amanece frío, el café de la mañana del pequeño restaurante me despierta
de mi modorra. Miro como el vapor caliente que sale de la taza se va elevando
hasta unirse al vaho de mi aliento. Sigo la estela de aquel vapor húmedo que
rebota contra la pared, contra su foto. La chica del calendario me mira
fijamente, femenina y coqueta.
Sus
ojos me envuelven en un mundo inexistente, donde ella se fija en mí. Su espalda
desnuda me indica el camino al cielo y sus labios rojos la entrada a él. Le devuelvo
la mirada, como lo hago diariamente y termino
mi café mientras admiro su figura estampada en el papel que cuelga en la
pared.
Hora
de ir a la oficina, dejo el pago sobre la mesa dispuesto a irme y salgo por la
puerta giratoria.
- “¡Pero
qué torpe! Disculpe señorita, no la vi, iba distraído, no se agache, yo recojo
sus cosas”.
- “Muchas
gracias caballero, no se preocupe, ya no hay muchos hombres que se detengan a
disculparse”.
- “¿Un
café?....por mi torpeza”
- “Bueno…solo
si no le quito tiempo”
- “No,
no, por favor…….”
Le
cedí el paso a la entrada de la pequeña cafetería y pasó delante de mí. La miré
boquiabierto y ella me miró una vez más tal como lo hacia a diario desde la pared, pero esta vez, me
sonrió.
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