domingo, 20 de marzo de 2016

PALPITAR



La vieja madera crujía bajo mis pies al caminar adentrándome en la oscura habitación deshabitada, las bisagras de las ventanas aullaron al abrirlas después de tanto tiempo de encontrarse cerradas, con la escoba saqué las telarañas que colgaban de sus marcos así como a algunas inquilinas de éstos que cayeron a mis pies. Las pisé durante su huida dejando solo manchas oscuras con patas estiradas. 


La lámpara de keroseno caída en una olvidada esquina, volvió a iluminar apenas la limpié y la encendí. 


El cuarto era lúgubre pero nadie adivinaría el crimen que se cometió ahí, ni un rastro de la salvaje actuación que se había llevado a cabo hace tanto tiempo. El piso de madera aun mostraba las cicatrices de la búsqueda del cuerpo que yació debajo de él, los pedazos de madero levantados dejaban ver huecos en el piso llenos con un poco de arena.


Atraje el cubo con agua, escoba y trapeador hacia mí y comencé mi labor, el detergente corría por la madera mojándola y oscureciéndola, el trapeador  bailaba en mis manos, acompasadamente, dada ya mi experiencia en estos menesteres.


El compás de lo que parecía un reloj llegó a mis oídos, un tic-tac profundo y ronco que venía de algún lugar de la habitación. Seguí con mi trabajo bañando el piso sucio de mugre y polvo, el sonido comenzó a hacerse más fuerte, me molestaba. Metí repetidamente el trapeador en el cubo buscando el relajante sonido del chapoteo del agua al ser golpeada. El pulsar calaba mis oídos comenzando a perforar mis tímpanos, su incesable tic-tac hacia contraerse mis globos oculares hasta sentir que estaban a punto de estallar. 

Busqué el maldito lugar de donde provenía el latir que absorbía mi cordura con la rapidez de un segundero, pero no lo hallé. Era una habitación vacía. Tal vez en el piso, me dije, comenzando a golpearlo con el mango de la escoba, levantando cada tabla con éste y solo conseguía que el sonido se haga más y más fuerte. Mi cabeza era taladrada por él. Tapábame los oídos en busca de silencio, mi cerebro palpitaba dentro de mi cráneo así como mis sienes que se hinchaban y desinflaban con cada tic y cada tac.  


Mis manos cubrían mis oídos y mi cuerpo ya no tenía equilibrio, mis pies se movían uno delante del otro sin hacerle caso a mi cerebro atrofiado por ese incesante retumbo. Mi vista se nubló, la negra oscuridad me abrazó, tropecé delante de la ventana que había abierto hace un momento, el viento golpeó en mi rostro antes de sentir como mi cuerpo se destrozaba contra el pavimento. 


Ya no escuchaba el tic-tac y mis ojos se fueron apagando mientras mi último pensamiento fue para aquel infeliz que se entregó por el crimen que cometió en aquel lugar. Ahora lo entendía. Yo tampoco soporté el palpitar de aquel corazón delator.




*Pequeño homenaje a Poe y su gran obra.

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