La vieja madera crujía bajo mis
pies al caminar adentrándome en la oscura habitación deshabitada, las bisagras
de las ventanas aullaron al abrirlas después de tanto tiempo de encontrarse
cerradas, con la escoba saqué las telarañas que colgaban de sus marcos así como
a algunas inquilinas de éstos que cayeron a mis pies. Las pisé durante su huida
dejando solo manchas oscuras con patas estiradas.
La lámpara de keroseno caída en
una olvidada esquina, volvió a iluminar apenas la limpié y la encendí.
El cuarto era lúgubre pero nadie
adivinaría el crimen que se cometió ahí, ni un rastro de la salvaje actuación
que se había llevado a cabo hace tanto tiempo. El piso de madera aun mostraba
las cicatrices de la búsqueda del cuerpo que yació debajo de él, los pedazos de
madero levantados dejaban ver huecos en el piso llenos con un poco de arena.
Atraje el cubo con agua, escoba y
trapeador hacia mí y comencé mi labor, el detergente corría por la madera
mojándola y oscureciéndola, el trapeador
bailaba en mis manos, acompasadamente, dada ya mi experiencia en estos
menesteres.
El compás de lo que parecía un reloj
llegó a mis oídos, un tic-tac profundo y ronco que venía de algún lugar de la
habitación. Seguí con mi trabajo bañando el piso sucio de mugre y polvo, el
sonido comenzó a hacerse más fuerte, me molestaba. Metí repetidamente el
trapeador en el cubo buscando el relajante sonido del chapoteo del agua al ser
golpeada. El pulsar calaba mis oídos comenzando a perforar mis tímpanos, su
incesable tic-tac hacia contraerse mis globos oculares hasta sentir que estaban
a punto de estallar.
Busqué el maldito lugar de donde
provenía el latir que absorbía mi cordura con la rapidez de un segundero, pero
no lo hallé. Era una habitación vacía. Tal vez en el piso, me dije, comenzando
a golpearlo con el mango de la escoba, levantando cada tabla con éste y solo
conseguía que el sonido se haga más y más fuerte. Mi cabeza era taladrada por él.
Tapábame los oídos en busca de silencio, mi cerebro palpitaba dentro de mi
cráneo así como mis sienes que se hinchaban y desinflaban con cada tic y cada
tac.
Mis manos cubrían mis oídos y mi
cuerpo ya no tenía equilibrio, mis pies se movían uno delante del otro sin
hacerle caso a mi cerebro atrofiado por ese incesante retumbo. Mi vista se
nubló, la negra oscuridad me abrazó, tropecé delante de la ventana que había abierto
hace un momento, el viento golpeó en mi rostro antes de sentir como mi cuerpo
se destrozaba contra el pavimento.
Ya no escuchaba el tic-tac y mis
ojos se fueron apagando mientras mi último pensamiento fue para aquel infeliz
que se entregó por el crimen que cometió en aquel lugar. Ahora lo entendía. Yo
tampoco soporté el palpitar de aquel corazón delator.
*Pequeño homenaje a Poe y su gran obra.
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