miércoles, 9 de septiembre de 2015

CHOFER DE BODAS





Otro día más, amanece y me levanto con el mismo sentimiento. Mi espejo me dice lo flaco y demacrado que soy, siempre fui así. Igual me debo alistar para ir a trabajar. La misma oficina, las mismas caras, el mismo jefe, las mismas cuentas que cuadrar. Mi camisa blanca me queda grande, la meto dentro del pantalón negro y ajusto la correa. Parezco un esqueleto vestido. Salgo. Llego a la oficina. Café. El día pasa lento, el sol va subiendo y cayendo lentamente a través de la ventana, adivino la hora mirando las sombras que crea el astro rey en el piso a través de ella. 


Regreso a la casa en el bus como siempre, entre gente desconocida. El día ya está plomo y va dando paso a la noche. En mi departamento me quito la corbata al fin y me dejo caer en mi sillón frente al televisor que prendo para escuchar alguna película que no entiendo.


Voy al baño desvistiéndome, me miro al espejo lavándome la cara. El reflejo me da ánimos.  No sé porque acepté llevar a la novia a la iglesia, nunca había hecho de chofer y menos en una boda, aunque las celebraciones siempre me han gustado a pesar de mi aspecto mustio.


Con toda la pereza del mundo tomé un baño y fui a recoger el auto para decorarlo. Las flores, cintas y esas latas que se amarran al parachoques trasero deberían estar listas antes de la ceremonia.


El lugar estaba abarrotado de autos de novia, parecía que ese día se casaba toda la ciudad. La hora iba avanzando y seguía haciendo la fila de espera para que lo decoraran. Llegue al fin comiéndome las uñas de desesperación. 


El encargado, un hombre de aspecto sucio y tosco me atendió:


-“Oye flaco, tu turno” – me dijo sin el más mínimo respeto – "trae el carro para acá".

-“Ponle geranios blancos y cintas color salmón, así me indicaron” – le pedí

-“No hay geranios, puedo ponerle otro tipo de flor y ¿cintas color salmón? ¿A quién se le ocurre?, voy a ver si tenemos” – me dijo de mala gana preguntándole luego a un empleado por las cintas requeridas.

-“¡No! ¡No hay!, escoge otro color flaquito” – me dijo despectivo

-“Espere que llamo a la organizadora de la boda porque todo el evento es decorado de esos colores” – le pedí llamándola.

-“Dice que podría ser color melón” – le dije a los hombres después de consultar.

-“Ok, ese color si tengo, espera que ya lo hacemos" – me dijo mientras tomaban una soda apoyados en un auto a medio decorar.


Me senté en la entrada del negocio esperando que comenzaran, pasaban los minutos, nada, seguían conversando y bebiendo una cerveza esta vez.


-“Señores por favor, la hora" – les dije golpeando mi reloj con el dedo – "todavía debo ir a recoger a la novia".

-“Espera flaquito, aún hay tiempo, eso lo hacemos en un minuto” – me dijo el más gordo de ellos sonriéndome con los dientes amarillos.

-“¿Seguro que no es a un entierro a donde que vas? ¡Porque pareces chofer de funeraria!” – se rieron mirándome burlándose de mi delgadez.


Me volví a sentar mirándolos, nunca he sido de levantar la voz o reclamar, siempre fui bastante pacífico. Los hombres comenzaron a hacer los arreglos de flores lentamente, colocaban cada ramito luego de quedarse parados fumando un cigarro o bebiendo algo. La hora seguía pasando y comenzaron a llamarme para ver si ya salía por la novia. Me acerqué a reclamar nuevamente.


-“Señores ¿quisieran apurarse? Me están llamando para que salga ya”.

-“Eso hacemos ¿no ves?”– me dijo el más flaco escupiendo a un lado. 


Me alejé nuevamente escuchando a lo lejos sus voces burlonas – “Esta calavera coqueta es un pinche desesperado” – me volví a mirar a quien dijo eso y me sonrió desdentado. 


Pusieron los arreglos florales y las cintas, faltaban las latas que colgaban de la parte de atrás del auto.


-“Flaquito no hay latas, se acabaron, hoy se casa mucha gente, así que llévalo así nomás”.

-“¡No! No puedo ir sin las latas, luego no habrá nada que suene al irse los novios”.

-“Pero ¿Qué podemos hacer? ¡no hay latas! ¿no me has escuchado?”- se acercó a mi amenazante sabiendo que su cuerpo era el doble del mío en todo aspecto.

-“Pues ¡ya verán ustedes donde las consiguen!” – levanté la voz ligeramente quedándome de píe sin retroceder ni un centímetro.

-“¿Me estas gritando flaco debilucho?” – me golpeó con el dedo en el centro del pecho varias veces.

-“¡Agarra el carro y vete, ya no hagas problemas por unas latas!” – gritó el otro hombre acercándose a nosotros con una llave inglesa en una mano y una cortadora de metal en la otra.


Corrí hacia el auto y arranqué dejando a los dos hombres riéndose y amenazándome con las manos y las herramientas.  Llegando a la esquina el espejo retrovisor comenzó a reflejarme, los espejos siempre sabían que decir y me daban fuerza de donde no tenía – "¡las latas!" – me reclamaban los espejos laterales – "¡las latas!" "¡las latas!" – me pedía el retrovisor - "¡cobarde!" "¡anda por las latas!" "¡Qué van a decir de ti flacucho cobarde!" – los espejos no dejaban de gritarme. ¡Tenía que exigir esas latas!


Di la vuelta haciendo chirriar las ruedas del auto contra la pista y regresé en busca de la decoración completa.


Una hora después iba camino a la casa de la novia que me esperaba desesperada, ya era tarde, estaba oscuro y debíamos llegar a la ceremonia. Apenas paré en la puerta de su casa y entró corriendo con su padre al auto, en el camino expliqué brevemente lo ocurrido. 


Llegamos a la iglesia, ya todos estaban adentro. Bajé ceremonioso a abrirle la puerta a la novia,  salió nerviosa del brazo de su padre y entró apresurada. Me subí nuevamente al auto para aparcarlo en la parte trasera hasta que terminara la ceremonia. Por el espejo retrovisor, que me miraba sonriente, podía ver como se arrastraba la decoración por la pista. Los cuerpos de los dos hombres colgaban atados de las manos al parachoques, en el camino se habían ido desmembrando, de uno de ellos quedaban los brazos, la cabeza y la columna vertebral con algunas costillas y colgajos de carne e intestinos. Del otro, solo un brazo estaba pegado al cuerpo, el otro colgaba solitario balanceándose, la mitad de la cara se había desprendido, así como la piel del estómago que dejaba ver la caja abdominal abierta y unos metros de tripas expuestas fuera del cuerpo. De éste, una pierna se había salvado pero solo estaba unida al cuerpo por un girón de carne. 


Ya nadie me diría flacucho cobarde, me había hecho respetar ¡la decoración estaba completa!

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