Otro día más, amanece y me
levanto con el mismo sentimiento. Mi espejo me dice lo flaco y demacrado que
soy, siempre fui así. Igual me debo alistar para ir a trabajar. La misma
oficina, las mismas caras, el mismo jefe, las mismas cuentas que cuadrar. Mi camisa
blanca me queda grande, la meto dentro del pantalón negro y ajusto la correa.
Parezco un esqueleto vestido. Salgo. Llego a la oficina. Café. El día pasa
lento, el sol va subiendo y cayendo lentamente a través de la ventana, adivino
la hora mirando las sombras que crea el astro rey en el piso a través de ella.
Regreso a la casa en el bus como
siempre, entre gente desconocida. El día ya está plomo y va dando paso a la
noche. En mi departamento me quito la corbata al fin y me dejo caer en mi sillón
frente al televisor que prendo para escuchar alguna película que no entiendo.
Voy al baño desvistiéndome, me
miro al espejo lavándome la cara. El reflejo me da ánimos. No sé porque acepté llevar a la novia a la
iglesia, nunca había hecho de chofer y menos en una boda, aunque las
celebraciones siempre me han gustado a pesar de mi aspecto mustio.
Con toda la pereza del mundo tomé
un baño y fui a recoger el auto para decorarlo. Las flores, cintas y esas latas
que se amarran al parachoques trasero deberían estar listas antes de la
ceremonia.
El lugar estaba abarrotado de
autos de novia, parecía que ese día se casaba toda la ciudad. La hora
iba avanzando y seguía haciendo la fila de espera para que lo decoraran. Llegue
al fin comiéndome las uñas de desesperación.
El encargado, un hombre de
aspecto sucio y tosco me atendió:
-“Oye flaco, tu turno” – me dijo
sin el más mínimo respeto – "trae el carro para acá".
-“Ponle geranios blancos y cintas
color salmón, así me indicaron” – le pedí
-“No hay geranios, puedo ponerle
otro tipo de flor y ¿cintas color salmón? ¿A quién se le ocurre?, voy a ver si
tenemos” – me dijo de mala gana preguntándole luego a un empleado por las
cintas requeridas.
-“¡No! ¡No hay!, escoge otro
color flaquito” – me dijo despectivo
-“Espere que llamo a la
organizadora de la boda porque todo el evento es decorado de esos colores” – le
pedí llamándola.
-“Dice que podría ser color melón”
– le dije a los hombres después de consultar.
-“Ok, ese color si tengo, espera
que ya lo hacemos" – me dijo mientras tomaban una soda apoyados en un auto a
medio decorar.
Me senté en la entrada del negocio
esperando que comenzaran, pasaban los minutos, nada, seguían conversando y
bebiendo una cerveza esta vez.
-“Señores por favor, la hora" –
les dije golpeando mi reloj con el dedo – "todavía debo ir a recoger a la novia".
-“Espera flaquito, aún hay
tiempo, eso lo hacemos en un minuto” – me dijo el más gordo de ellos sonriéndome
con los dientes amarillos.
-“¿Seguro que no es a un entierro a donde
que vas? ¡Porque pareces chofer de funeraria!” – se rieron mirándome burlándose
de mi delgadez.
Me volví a sentar mirándolos,
nunca he sido de levantar la voz o reclamar, siempre fui bastante pacífico. Los
hombres comenzaron a hacer los arreglos de flores lentamente, colocaban cada
ramito luego de quedarse parados fumando un cigarro o bebiendo algo. La hora
seguía pasando y comenzaron a llamarme para ver si ya salía por la novia. Me
acerqué a reclamar nuevamente.
-“Señores ¿quisieran apurarse? Me
están llamando para que salga ya”.
-“Eso hacemos ¿no ves?”– me dijo
el más flaco escupiendo a un lado.
Me alejé nuevamente escuchando a
lo lejos sus voces burlonas – “Esta calavera coqueta es un pinche desesperado” –
me volví a mirar a quien dijo eso y me sonrió desdentado.
Pusieron los arreglos florales y
las cintas, faltaban las latas que colgaban de la parte de atrás del auto.
-“Flaquito no hay latas, se
acabaron, hoy se casa mucha gente, así que llévalo así nomás”.
-“¡No! No puedo ir sin las latas,
luego no habrá nada que suene al irse los novios”.
-“Pero ¿Qué podemos hacer? ¡no
hay latas! ¿no me has escuchado?”- se acercó a mi amenazante sabiendo que su
cuerpo era el doble del mío en todo aspecto.
-“Pues ¡ya verán ustedes donde
las consiguen!” – levanté la voz ligeramente quedándome de píe sin retroceder
ni un centímetro.
-“¿Me estas gritando flaco
debilucho?” – me golpeó con el dedo en el centro del pecho varias veces.
-“¡Agarra el carro y vete, ya no
hagas problemas por unas latas!” – gritó el otro hombre acercándose a nosotros
con una llave inglesa en una mano y una cortadora de metal en la otra.
Corrí hacia el auto y arranqué
dejando a los dos hombres riéndose y amenazándome con las manos y las
herramientas. Llegando a la esquina el
espejo retrovisor comenzó a reflejarme, los espejos siempre sabían que decir y
me daban fuerza de donde no tenía – "¡las latas!" – me reclamaban los espejos
laterales – "¡las latas!" "¡las latas!" – me pedía el retrovisor - "¡cobarde!" "¡anda
por las latas!" "¡Qué van a decir de ti flacucho cobarde!" – los espejos no dejaban
de gritarme. ¡Tenía que exigir esas latas!
Di la vuelta haciendo chirriar
las ruedas del auto contra la pista y regresé en busca de la decoración
completa.
Una hora después iba camino a la
casa de la novia que me esperaba desesperada, ya era tarde, estaba oscuro y debíamos llegar a
la ceremonia. Apenas paré en la puerta de su casa y entró corriendo con su
padre al auto, en el camino expliqué brevemente lo ocurrido.
Llegamos a la iglesia, ya todos
estaban adentro. Bajé ceremonioso a abrirle la puerta a la novia, salió nerviosa del brazo de su padre y entró
apresurada. Me subí nuevamente al auto para aparcarlo en la parte trasera hasta
que terminara la ceremonia. Por el espejo retrovisor, que me miraba sonriente, podía
ver como se arrastraba la decoración por la pista. Los cuerpos de los dos
hombres colgaban atados de las manos al parachoques, en el camino se habían ido
desmembrando, de uno de ellos quedaban los brazos, la cabeza y la columna
vertebral con algunas costillas y colgajos de carne e intestinos. Del otro,
solo un brazo estaba pegado al cuerpo, el otro colgaba solitario balanceándose,
la mitad de la cara se había desprendido, así como la piel del estómago que
dejaba ver la caja abdominal abierta y unos metros de tripas expuestas fuera
del cuerpo. De éste, una pierna se había salvado pero solo estaba unida al
cuerpo por un girón de carne.
Ya nadie me diría flacucho
cobarde, me había hecho respetar ¡la decoración estaba completa!
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