Una lágrima corrió por mi
redondeada mejilla de porcelana descolorida ya por el tiempo. Acomodaba estirando mi vestidito raído que un
día fue hermoso y admirado. Los bucles de mi cabello deshechos me daban un aire
fantasmal y mis ojos ya no cerraban igual. Uno se quedaba a medio camino sin
pestañas que lo adornaran.
Hace mucho la esperaba, siempre
mirando la entrada de la tienda donde me trajo a que me repararan, en el
estante más alto descansaba junto a las telarañas y el polvo que impregnaban mi
cuerpecito. Un soldadito de metal con la pierna amputada esperaba a mi lado
como el pequeño oso de peluche ahora plomo por el polvo del tiempo.
Pronto sonó la campanita que
colgaba en la puerta de la vieja Clínica de Muñecas, las pupilas de mis ojos de
vidrio brillaron esperanzados esperando, mirando.
La pequeña niña de la mano de su
padre inspeccionaba cada juguete.
“Mira hacia arriba, vamos” – rogaba
sin dejar de mirarla.
Sus ojos se posaron en los míos, éramos
una.
“La quiero” – balbuceó la pequeña
de cabello de ébano.
“Pero hija, es vieja y rota,
mírala ¿no prefieres una nueva, una Barbie?” – trataba de convencerla el padre.
“Señor yo la dejaré como nueva,
vuelva mañana” - ofreció el viejo juguetero recibiendo en pago la más grande
sonrisa de la pequeña.
Se fueron con la promesa de
volver al día siguiente. Sus manos me bajaron del estante dejando en mi sitio
un lugar libre de todo el polvo acumulado por el tiempo.
Mi cabello fue cambiado por uno
brillante de color rojo, volví a ver claramente gracias a los hermosos ojos con
las más largas pestañas que ahora lucía, mi carita fue limpiada y pintada
nuevamente devolviéndome la vida. Pero mi vestido, mi bonito y viejo vestido,
fue cambiado por uno burdo, ya no era de la más fina seda, sino de simple
felpa. Un pedazo de toalla bordada que rodeaba mi cuerpo con toscas cintas que
lo ataban a mí.
Nadie me querría así, con ese
trapo vistiéndome, la niñita que me escogió se sentiría desilusionada al verme
tan mal vestida. Lloré toda la noche limpiando mis lágrimas para no arruinar mi
pintura nueva esperando el nuevo día. Temblaba al pensar en su rechazo, en mi
cabecita de porcelana se erigían imágenes de la pequeña repudiándome y
dejándome de lado como mi niña anterior. Abandonándome.
El sol tocó la puerta de la
juguetería, la mañana ya estaba avanzada cuando entraron, llegaron a recogerme
y yo avergonzada me sonroje al ser entregada a ella.
“Valentina” – me nombró la niña
con sus ojos ilusionados mirándome.
Ya en su habitación me tomó
echándome en la cama, a su lado. Me abrazaba mirando mi cabello y mis ojos,
pasando su dedito por mi cara delineando mi rostro. Tocó el vestido de felpa y
sonrió, una sonrisa limpia, amplia, mostrando dientes y haciendo hoyuelos en
sus mejillas ¡una sonrisa sarcástica, irónica, farsante!
¡Se burlaba! ¡Lo sabía dentro de
mí! Todos esos mimos eran solo señal de su embuste. Esos cuidados conmigo y con
mi atuendo no eran más que satírico comportamiento.
¡Claro niña embustera! ¡Sigue
burlándote de mí, acaríciame y ríete! Juega conmigo haciéndome pasar vergüenza
delante de mis compañeros, todos tus movimientos son sólo para hacerme ver mal
y fea ¡Todo por este maldito vestido de felpa cosido a mi cuerpo!
Esperé la noche, ese manto
estrellado que nos oculta a nosotros, los que sólo nos movemos en la oscuridad,
los que escondidos entre las sombras tenemos vida cuando tus parpados, cual
cortinas de escenario, disimulan nuestros actos y movimientos.
Las tijeras estaban en el cajón
del baño, mis pequeños dedos hicieron lo impensable para poder hacerme con
ellas.
Al fin caminé por el oscuro
pasadizo, sus padres dormían, su respiración acompasada acompañaba mis pasos
hacia la niña dormida.
Las tijeras en mi mano se movían casi
cayéndose y mi vestido, a cada paso, se mecía como una gallina degollada.
De un salto subí a su cama,
aquella en la cual me brindaba sus hipócritas caricias. La punta de la tijera
entró suavemente en su tierna piel, jalé con toda mi fuerza abriéndole rápidamente
el cuello para que no pueda gritar. Su piel se separó semejando una gigantesca
boca y la sangre brotó espesa y tibia, graciosamente el vestido de felpa la absorbió
tiñéndolo de rojo, gotas escarlata caían por mi cuerpecito creando dibujos
abstractos de líneas y arabescos.
Sus miembros se sacudían sobre la
cama, su boca abierta y sus ojos cerrados en una muestra de horror e impotencia
intentaban detener la hemorragia incontenible.
Trepé a su pecho para que me
viera, mis piececitos se hundían en su suave cuerpo mientras avanzaba. Quería que me viera, que supiera que no podía
burlarse de un ser que pudo ser su mejor amiga. Sus ojos apretados no le permitían
verme y de un par de tajos arranque sus párpados y aparecí ante ella sonriente
con mi boca recién pintada y el burdo vestido goteando su propia sangre.
Minutos duró su silenciosa
muerte, minutos largos en mi infinita felicidad – “Siempre seremos amigas” – se
escuchó desde mi diminuto disco interior en el mismo momento en que sus
miembros dejaron de sacudirse.
Le di un beso en la frente y me
acosté en su almohada, a su lado, como a ella le gustaba. Y dormí sobre un mar
de sangre donde mi vestido de felpa se perdía entre coágulos y se enredaba en su cabello largo
pegoteado.
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