jueves, 16 de julio de 2015

DONACION



"La donación de órganos es la prueba palpable de que existe vida después de la muerte"


Esa frase retumbaba en el hospital desde el inicio de la campaña de donación de órganos. Pero no era la frase publicitaria que solo decía “Donar un órgano es donar vida”, era la creación de uno de los ocupantes del pabellón de Psiquiatría del hospital, popularmente conocido como el nido de locos. Uno de estos pobres seres había tenido un terrible accidente y habían sido llevado a Emergencias del hospital donde pudo escuchar sobre la dichosa campaña y había creado su propio slogan que pegó más que el mismo aviso de publicidad.

Ya había sido pasado a uno de los cuartos, fuera de su pabellón, para su recuperación pero siempre paseaba por Emergencias, sus heridas ya estaban sanando y no era un paciente peligroso, apenas un infeliz diagnosticado como Psiconeurótico, según leímos en su historia clínica, inofensivo, sólo tenía manías repetitivas. Había sido atacado por uno de los esquizofrénicos que convivían con él.

Entraba a todos los pequeños cuartos de Emergencias los cuales estaban separados por cortinas blancas, era un área muy atosigada y entre médicos, enfermeras, internos, familiares y víctimas llenaban el lugar en un bullicio imparable.  Diego olvidaba su depresión en ese sitio lleno de vida y de muerte.  El andaba de un lado a otro repitiendo la misma frase inventada “La donación de órganos es la prueba palpable de que existe vida…….””La donación de órganos es la prueba palpable….””La donación de órganos ……” No era peligroso pero si molesto pues se tropezaba con las enfermeras y médicos que atendían, con los internos que aprendían y con los familiares desesperados a los cuales les repetía su famosa frase haciéndolos creer, con esto,  que su conocido había pasado a mejor vida.

Los enfermeros del área psiquiátrica lo perseguían y lo regresaban a su cuarto pidiendo disculpas a los que había molestado mientras Diego caminaba con sus clásicos pasitos cortos y apurados rascándose la cara sin parar.

Después del cocktail de pastillas que le daban, por las noches, se quedaba dormido al fin sin despertar hasta el día siguiente. Emergencias a esa hora era mucho más transitada que durante el día. Diego no molestaba a esas horas. 


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Los gritos desgarradores retumbaban por todo el lugar, el área de emergencias parecía un camal donde los ocupantes se resbalaban con la sangre de los cuerpos desmembrados en su loca huida. Los heridos lloraban y ahogaban gritos de terror sacudiendo los muñones que antes fueron manos, brazos y piernas.  El paciente de psiquiatría los perseguía con el hacha que había conseguido de uno de los  equipos de emergencia para incendios que había en el hospital.

No podían detenerlo, tenía una fuerza descomunal propia de su condición, la llamada “fuerza de loco” por la cual ya había dado muerte a varias personas entre personal y pacientes del lugar.  Se habría paso a hachazos, sin importarle que en su camino dejaba restos humanos sanguinolentos, cuerpos mutilados, destripados y cadáveres ensangrentados. Extremidades, cabezas, torsos, era una carnicería.

Los enfermeros más fuertes se reunieron para cercar al asesino pero éste ya había partido perdiéndose por los jardines del hospital que separaban los  pabellones. Ellos no podían permitir que no se hiciera justicia, él nunca cambiaria, sólo conseguían calmarlo pero su alma ya estaba podrida, no tenía ningún remedio. Se miraron entre ellos sabiendo lo que debían hacer. Entraron a Psiquiatría y fueron directamente a donde sabían que se escondería. Siempre terminaba debajo de la escalera del almacén de la cocina después de sus paseos.

A esa hora el pabellón era frio y oscuro, los gemidos de los orates, las risas, los susurros ininteligibles, algunos gritos y cantos llenaban la noche. Parecía que habían pasado a otro mundo desde el lugar de la masacre.

Ahí estaba, agachado, mirándolos con los ojos desviados, babeaba y su saliva goteaba a sus pies, no tenía camisa ni pantalones, sólo estaba en ropa interior, debió quitársela al estar llena de la sangre de los inocentes, no era tan loco, había querido borrar las huellas de su delito.

Lo tomaron de los brazos, lo levantaron, se defendió y grito como un animal salvaje pero eran muchos para él. Mordió orejas, narices y rostros, arañó y golpeó hasta que lo redujeron en el piso pateándolo hasta casi matarlo y terminaron su vida con la misma arma que este había dejado tirada en Emergencias. Defensa propia alegarían. Nadie dudaría de ellos, después de todo era un esquizofrénico conocido por su violencia.

A la mañana siguiente, la policía llenaba el lugar interrogando testigos, levantando cuerpos y miembros amputados, nadie iba caminando con su famosa frase “La donación de órganos es la prueba palpable…..”

Se había quedado dormido, fueron a despertarlo y lo encontraron echado en su cama, con una tranquilidad casi infantil, su ropa de cama se había pegado a su cuerpo por la sangre que aún no se secaba, sus manos y rostro estaban manchados, la sangre si se había secado en ellos así como las huellas que había dejado en el piso al entrar a su cuarto. Su respiración era lenta y pausada. Tenía a su lado, abrazados, algunos dedos, tripas, pedazos de cerebro y un corazón a modo de juguetes de peluche mientras hablaba dormido “La donación de órganos……”. La interna ahogó un grito con el dorso de la mano mientras leía en su historia médica: “Diego De Torres – Neurosis de Trastorno de personalidades múltiples” 






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