Un
día más amanece frío, el café de la mañana del pequeño restaurante me despierta
de mi modorra. Miro como el vapor caliente que sale de la taza se va elevando
hasta unirse al vaho de mi aliento. Sigo la estela de aquel vapor húmedo que
rebota contra la pared, contra su foto. La chica del calendario me mira
fijamente, femenina y coqueta.
Sus
ojos me envuelven en un mundo inexistente, donde ella se fija en mí. Su espalda
desnuda me indica el camino al cielo y sus labios rojos la entrada a él. Le devuelvo
la mirada, como lo hago diariamente y termino
mi café mientras admiro su figura estampada en el papel que cuelga en la
pared.
Hora
de ir a la oficina, dejo el pago sobre la mesa dispuesto a irme y salgo por la
puerta giratoria.
- “¡Pero
qué torpe! Disculpe señorita, no la vi, iba distraído, no se agache, yo recojo
sus cosas”.
- “Muchas
gracias caballero, no se preocupe, ya no hay muchos hombres que se detengan a
disculparse”.
- “¿Un
café?....por mi torpeza”
- “Bueno…solo
si no le quito tiempo”
- “No,
no, por favor…….”
Le
cedí el paso a la entrada de la pequeña cafetería y pasó delante de mí. La miré
boquiabierto y ella me miró una vez más tal como lo hacia a diario desde la pared, pero esta vez, me
sonrió.
*Favor de leer este relato con la melodía adjunta.
Delphine, salta tarareando una
canción infantil, el sonido del cascabel de su cuello acompaña su delgada
vocesita. Sus rizos rubios una vez más revuelan en el viento del atardecer que
enrojecido da paso a las primeras horas
de la oscura noche. Su vestido floreado se deja llevar por el viento vespertino
convirtiendo en ondas bailarinas su puntillado vuelo.
Como soplo del atardecer sus
zapatitos de raso apenas tocan el verde césped acercándose al parque infantil
en puntitas de pie que la llevan como las alas etéreas de un hada.
En el parque, los niños juegan en
columpios y resbaladeras entre la brisa fría que baila entre los árboles que
los rodean. Delphine se acerca despacito, paso a paso, a una ronda de niñas que
cantan una alegre tonadilla. Con sus manitas enguantadas rompe el círculo
colándose entre ellas, tomándolas de las manos. Las acompaña, ríe con ellas, dan
vueltas y vueltas divertidas en saltos que parecen llevarlas al cielo mientras
el vaho del aliento de sus risas se confunde con el frió ambiente.
“Vamos” –le dice a su nueva
amiguita llevándola de la mano tras el árbol mas grande. Desaparecen tras el
grueso tronco del centenario roble que cobija a la dulce asesina. Un corto
grito es el único aviso y la blanca manita de la niña cae sobre las hojas anaranjadas
de otoño que crujen al sentir el pequeño cuerpo aplastándolas.
“Mi querida niña, mi querida
amiguita, pequeño recipiente de vida, cierra tus ojos mi niña, pronto pasará” –
susurra en el suave oído Delphine que arrodillada
con sus mediecitas de encaje toma la débil muñeca y hunde las perlas de colmillitos
en ella, absorbe vitae y vida, líquido y alma, sangre y sueños. Se aleja dejando
tras de sí su acostumbrado riachuelo carmesí sobre el césped y las hojas que
marcan el camino que toma la pequeña muerte de melena rubia.
Su vestidito floreado queda
intacto, pulcro y sin mancha, limpia la comisura de los rosados labios con el
pañuelito bordado, se balancea en el columpio con sus piecesitos adelante y sus
bucles dorados que vuelan y caen en su espalda, oyendo como los gritos de pánico envuelven el
parque infantil, viendo como la noche se torna cada
vez más oscura y los primeros copos de nieve de la noche invernal comienzan a
caer.
Te alejaste como pájaro invernal
en busca de un nuevo cielo. Ilusionado por el espejismo que viviste. Pobre
pájaro emigrante que solo sigue sus instintos, sin ver donde lo lleva el frío
viento de octubre. A una tempestad que terminará extinguiéndolo, a una tierra
árida donde no habrá sombra que lo cobije. A un campo estéril donde no volverá
a probar el néctar dulce de las flores, suelo seco que le negará el sorbo de
agua vital y la libertad de batir sus alas. Pájaro
inconsciente que levantaste vuelo sin mirar la tierra que dejabas, deja caer
tus plumas para regresar el tiempo.
LLUVIA
Hoy me preguntaron si te extraño y la soledad cayó sobre mí
como gotas de lluvia de verano en el pavimento plomo de una ciudad nublada.
Esas gotas robustas que caen de sorpresa y que nos recuerdan que no debemos
olvidar el invierno.
"Solo por momentos" — contesté con una sonrisa triste y huí del
lugar con las manos en los bolsillos como queriendo ocultarlas de esa lluvia
para que no borre los recuerdos de tu piel en ellas.
Y aceleré el paso pensando inútilmente que en mi carrera
escaparía de la tormenta que rugía en mi interior bajo el cielo despejado de
enero.
REFLEJO
La mujer en el espejo, un reflejo, una ilusión. Hermosa
ninfa del bosque que mis ojos deslumbró.
Mi cama la humedecía con sus locas fantasías, con sus risas,
con sus poses, con las ganas que tenía.
Su olor se impregnó en mi almohada, en mis sabanas mojadas.
La cama tiene aun su forma de mujer ángel alada.
Pero enamorado no,no
se podría hacer eso porque es ninfa, porque es fénix, porque es musa
atolondrada, porque solo es un reflejo, la mujer en el espejo.
Las mecedoras se movían una al
lado de la otra en un movimiento desordenado.
El marrón de su corroída madera podrida hace mucho, sobresalía del
blanco albo y casi celestial del lugar. Su sonido era chirriante gracias a los
pobres tornillos que por siglos habían unido
aquellos pedazos de madera que las formaban.
Adelante y atrás
se balanceaban sin parar, en un vaivén hipnótico.
El blanco de la
habitación me cegaba. El piso, el
techo y las paredes sin esquinas le daban al lugar una atmósfera de paraíso
muerto.
Mi hermana se
balanceaba sobre una de las viejas sillas, calmada, quieta, feliz. La miraba
desde lejos sabiendo que yo había sido la autora de esa felicidad. Mi ser se
iluminaba tan solo pensando que había sido capaz de darle al fin eso que tanto
deseaba. Eufórica me acercaba a ella para abrazarla, para hacerle ver cuánto la
amo. Su esposo la tomaba de la mano balanceándose en la otra silla. Ambos,
almas gemelas encontrándose nuevamente. Ella sufrió mucho su partida años antes
y yo había sido artífice de su reencuentro.
De espaldas a
mí, no se daban cuenta de que me aproximaba lentamente, los sorprendería para
felicitarlos y expresar mi alegría por ellos. Paso a paso me acerqué a la pareja
de amantes,apretaba mi pincel entre los
dedos, listo para que éste diera vida a los más hondos sentimientos que ellos
me provocaban.
Abracé a ambos
desde atrás rodeando sus hombros con mis brazos, mi rostro entre los de ellos
sonreía regocijado por su unión. Ambos eran
majestuosos, sus cuerpos desnudos dejaron de moverse a mi toque para dejar ver
su esplendor. Mi hermana, por supuesto, más hermosa, mostraba sus sinuosas formas
femeninas redondas e insinuantes. El, en cambio, tenía un color plomizo, su
cuerpo seco mostraba una piel más delgada y sus ojos habían perdido el brillo
de antaño, era lógico ya que se había ido hace años.
Sin más caminé
delante de ellos, mi pincel recogió la sangre que caía por sus
cuerpos como dos pálidos frascos llenos de fresca pintura bermeja rebosante. El
rojo liquido contrastaba con sus blancas pieles que inertes la dejaban correr sobre
ellas.
¡Ah mi preciosa
hermana! ¡Cuánto había sufrido la ida de su esposo! ¡Cuánto lloraba todas las
noches por él! ¡Cuánto la había escuchado en su lamento nocturno mientras yo
solo deseaba su felicidad!
No pude
soportarlo más ¡la amaba tanto! La llevé con él, solo había que vaciar su
cuerpo, solo había que cortar, preciso y profundo. Solo había que despegar piel
del musculo y carne de huesos, dejarla ir, dejar ir su vida entre mis dedos
mientras sus pupilas se apagaban bajo mi
mirada que le entregaba todo el amor del mundo.
Cubrí su cuerpo
solo con los hilos carmesí que aun manaban de él acomodándola en su amada
mecedora de madera y su consorte vino por ella a llevarla con él eternamente.
Los dos unidos en un solo camino. Se la entregué para siempre.
Impregné mi
pincel repetidamente en sus cuerpos ensangrentados. Llené las paredes con mis
pensamientos más profundos, cantando al amor eterno en un frenesí de felicidad.
¡Que más expresión de amor que el escrito con sus propias sangres! Frases
llenas de amor de los más grandes poetas que le cantan al sentimiento más puro.
Mis letras escarlata llenaban todas las paredes alrededor de los amantes en un
canto a su amor perpetuo.
Me alejé
admirando mi obra, las paredes blancas sin esquinas, las letras rojas
encarnadas, mi hermana pálida e inerte tomada de la mano de su eterno compañero
que nunca volvería a dejarla.
Habitación en penumbra. Entre
sueños mis ojos se posan en la ventana entre
abierta, las cortinas se mueven
al compás del viento y éste entra sin
permiso silbando en mis oídos que despiertan a su llamado.
Bajo las frazadas que cubren mi
cuerpo, mis ojos se asoman buscando a la sutil luna que aparece entre las nubes
nocturnas. Mis pupilas son el reflejo de ella y de sus rayos plateados.
Mis ojos se entrecierran por los
brazos del sueño que me acuna, la luna y sus hermanas nubes van desapareciendo
de mi vista para dar lugar a la oscuridad de mis párpados.
Espero que la hermosa luna se
desvanezca, pero, ¿qué pasa con la matrona de las noches? ¿con la señora musa de trovadores y
suicidas? Se me acerca sin cesar, sin
parar se me aproxima. Estira su cuerpo
esférico en un camino largo de chispas plateadas que se cuelan por el marco de
mi ventana creando una pequeña poza de plata al
pie de mi cama. La brillante esencia se levanta, sus formas
sinuosas se mueven lentamente formando un cuerpo perfecto.
Preciosa mujer del espacio,
arrebato de poetas hecho piel bajada de
la bóveda estrellada. Me cubre, me besa con su lengua fulgurante que ilumina mi mortal tez en su
camino. Me dejo llevar por su presencia
celestial, por su sideral ternura. Agasajo mis manos con la perfecta entidad,
busco el lado oscuro de la luna que se me ofrece como dama aparecida. Lo
encuentro, lo tomo, lo poseo. Es mía la soberana de la noche en sus cuatro
fases, en menguante vergüenza y creciente lujuria. Estimula las mareas de mi vientre con su
poderoso influjo, me permite desbordarme en las entrañas de su Mar de la
Tranquilidad y crear vida en su estéril superficie.
Solo soy un poeta enamorado de
ti, diosa nocturna.
*Favor leer el presente relato escuchando la melodía adjunta.
Con los ojos cerrados y moviéndose frenéticamente, la
pequeña mueve el arco del violín rojo carmesí que toma vida en sus manos
denotando todos los años de su existencia. Las notas vuelan como vapor invernal
alrededor de su cuerpecito que enfunda en un vestido de seda rosa, sus guantes
acarician el instrumento haciéndolo flotar en sus sonidos etéreos, susurrantes
y gaseosos que se tornan en agresivos gritos de agonía y desmembramiento cuando
sus dedos lo torturan sacándole notas que sólo podrían existir en el infierno
mismo.
Sus rizos se mueven sobre su espalda donde un hermoso
listón de encaje remata el coqueto atuendo.
El violín queda en silencio, la pálida infante toma aire
en un suspiro profundo y comienza a
tocarlo en un baile clásico donde sus zapatitos de raso del mismo tono del
vestido danzan como los rayos del sol en la aurora que no ve hace siglos.
Pequeña sabandija de oscuros subterráneos y rincones
en penumbra ¿que esta cavilando tu degenerada mente? ¿Como estas planeando
saciar tu hambre esta noche de Reyes?
Pequeña Delphine, querida, querida niña
inmortal e infernal ¿a dónde te dirigen bailando tus pies de muñeca?
Noche de Reyes, noche de regalos y deseos cumplidos.
En los hogares se sienten las chimeneas encendidas y el olor a chocolate
caliente que abraza a cada ser que los habita.
Afuera, sólo los desdichados, los desprotegidos, los
rechazados por la gracia de tener una familia, los que en su vida no hicieron
nada bueno a los ojos de nuestro querido Dios para ser amados.
La dulce Delphine camina sobre la nieve que cubre como
blanca alfombra las empedradas calles de la Londres victoriana. Un ángel entre
mendigos, una diminuta aparición bendecida con gran belleza inocente.
Pequeña huérfana en busca de acogida en el noble
edificio.
A sus puertas llegó sólo con su pequeño violín en la
mano, sus bucles al viento y hambre en su rostro.
La nieve mojó su vestido y sus zapatos de tela
empapados la hacían tiritar a la vista de la buena mujer que le abrió las
puertas del lugar.
- “Pequeño ángel ¿cómo alguien osó abandonarte y
dejarte en orfandad?”
Adentro los demás dejados, como ella, disfrutaban de
la cena que buenos mecenas les ofrecían y se aprestaban a abrir los regalos
donados.
Delphine se sentó entre ellos, cambiada ya, con la
humilde ropita prestada. En un rincón, sus ojos fulgurosos veían toda la
algarabía y la alegría de los regalos desenvueltos por los huérfanos cuyos
semblantes brillaban con toda la felicidad de la esperanza mientras ella tocaba
con sus blancos dedos el cascabel que colgaba en su cuello. Los corazones infantiles latían con la fuerza
propia de su edad haciendo que los
torrentes dentro de sus venas se convirtieran en diminutos ríos caudalosos de ferroso
contenido que despertaba su hambre en lujuriosa sed de sangre. La niña era acunada por una rolliza dama que
la hacía entender que no sabían que llegaría y por eso no tendría el esperado
regalo.
Lágrimas fingidas caían por sus redondas mejillas
esperando el fin de la fiesta.
Todos se acostaron con las pancitas llenas, durmiendo
con su nuevo regalo en los brazos. La pequeña Delphine se levantó en la
penumbra de la madrugada, su hora favorita en la que las sombras reinaban
llenando las paredes del recinto. Acompañada por ellas y con su pequeño violín,
visitó cada pabellón de huérfanos. Fueron muertes silenciosas, colmillitos
hundidos en el frenesí más profundo que no dejaron gritar a las pequeñas
víctimas. Sangre de párvulo, divina esencia de vida, puro elixir que llena los
confines más oscuros de su podrido cuerpecito.
Sació el hambre en su cuerpo y dejó correr la sangre de
los huérfanos formando charcos que en el éxtasis del ímpetu usó para hundir el
violín y mantener el color que por siglos había tenido.
Al día siguiente el pueblo vio horrorizado como
delgados ríos de sangre bermeja escurrían debajo de la puerta cerrada del
edificio abriendo surcos en la nieve como los arroyos encarnados del averno.
Cada pequeña cama contenía un cuerpo vacío, todos se fueron juntos como
hermanitos.
La pequeña Delphine caminaba ya muy lejana por los aun
oscuros callejones sintiendo el viento frío golpeando su rostro sonriente. No
había llorado en vano, ella misma tomó el regalo merecido con sus manitas
enguantadas.
No quiero ser un poeta que se queja de su suerte, ni dirá que el árbol muere y que las hojas del amor marchito caen en el camino que traza su vida llena de otoños.
Ni que pasa una tormenta, la tormenta de su vida que ahoga sus pulmones en la masa de agua que es tu amor que se va entre olas de añoranza.
Tampoco seré dramático y lloraré agitado en un rincón de mi cuarto, de nuestro cuarto que vio miles de noches tu desnudez más profunda. La desnudez que está bajo la piel y toca los miedos y el alma.
No humedeceré con lágrimas las sabanas que acunaron nuestros cuerpos en llamas. Aún necesito el olor de nuestro chamuscado sexo.
Finalmente no te detendré, miraré tu camino separarse del mio, tu alma coloreada dejar la mía a oscuras, tus palabras diarias enmudecer mis días, tus ojos sonrientes cubrirse por los párpados que avivaran mi angustia, tu olor tornarse en amargo desvarío, tu cuerpo entregado separarse del mío.
Hoy no me quejaré, lo haré mañana y lloraré tu olvido.