jueves, 29 de diciembre de 2016

GULA

“¡Maldita sea tu sangre!” – gritaba el marido a la mujer mientras ésta se esforzaba por mantener a los niños sentados en el mueble de tres cuerpos sucio de babas y escupitajos que ellos mismos provocaban.

El siempre la había culpado de la enfermedad de los hijos, ella recibía el castigo resignada a su vida miserable.

Los tres niños amarrados uno al lado del otro no podían mantenerse sentados por sí mismos, sus cuerpos se balanceaban de una manera compulsiva y sus bocas hacían ruidos guturales mientras su saliva chorreaba por sus pechos manchados de comida seca.

Sucios y descuidados chillaban como cerdos sin emitir palabras entendibles, su sola vista era repugnante y su olor nauseabundo por la falta de aseo y abandono en que los tenían.  El padre los insultaba llamándolos monstruos y la madre los mantenía vivos alimentándolos más de fuerza que de ganas.

Ella se dedicaba a darles de comer casi exclusivamente, los engendros no se llenaban y bufaban por que los sigan alimentando sin parar; masticaban, escupían y se atragantaban dejando caer el bolo alimenticio baboso y sanguinolento por las mordidas que se daban en la lengua al comer desesperados.

En un descuido, mientras los padres salieron a discutir sus infortunios como lo hacían regularmente terminando en la golpiza de la madre, los monstruos se desataron comenzando a avanzar empujándose entre ellos, se sentaron en el piso quitándose los protectores bucales que cubrían sus labios aprisionándolos mientras no estaban comiendo.

Comenzaron a llevarse los dedos a la boca. Los dientes arrancaban la delicada piel de las yemas dejándolas en carne viva, la sangre caía pintando los dedos y las palmas del brillante rojo de la sangre vívida. Las mordían incesantemente hasta hacer de las falanges masas informes, húmedas y gelatinosas.  Las uñas fueron desapareciendo entre los dientes, no sentían dolor, las extirpaban salvajes destrozándolas. Tomaban los colgajos de carne entre los labios jalándolos, desnudando los dedos de piel.

Las manos se deformaban por la mutilación ante el hambre insaciable de los críos. El dedo medio se volvió meñique, el anular tornó a pulgar por las partes cortadas por los dientes ávidos.

Ahora el final de sus brazos sólo eran muñones sanguinolentos que se golpeaban unos contra otros, manchando sus ropas, sus caras, pisos y muebles de espesa sangre que era absorbida por ellos.

Pero el hambre no se acababa, seguía tan anhelante, sedienta y codiciosa como cada día. El mayor de los monstruos, con los ojos desviados y babeante de saliva, se apoyó en el sucio respaldar de un sillón. Frunció los labios para luego hundirlos entre los dientes y ¡comenzó a comer!

¡Si! Comíase la cara como poseído por algún demonio devorador. La boca se convirtió en un hueco de rosa carne gelatinosa, los dientes sobresalían sin labios que los cubrieran. La sangre se combinaba con la saliva que salía ahora sin medida. Los dientes seguían mordiendo la piel de la cavidad bucal. Las mejillas fueron mutiladas, su cara llena de huecos mostraba su asqueroso interior. Dientes, lengua, paladar, se mostraban a través de los hoyos producidos.

Los hermanos, imitando al mayor, devorábanse a sí mismos mientras el primero lloraba desesperado al no tener nada más al alcance de sus dientes.

Ante el escándalo, los padres entraron encontrándose con el cuadro de horror, suciedad y sangre. Pedazos de piel esparcidos en el suelo, dedos, uñas, sus hijos comiéndose sus propias lenguas.


De un portazo el padre huyó abandonado a la desesperación. La desesperación de la madre la abandonó a sus hijos, a sus engendros, a sus monstruos, tendiéndose en el piso para que dejen de llorar.


* 600 palabras
** Relato presentado a ambos concursos
*** La enfermedad automutilante existe y es llamada Síndrome de Lesch-Nyhan

martes, 27 de diciembre de 2016

VIAJERO

Viajero mio que un día estás
y al otro día desapareces,
lleva mi piel
en tu blanco andar,
lleva mis besos hasta la muerte.

Me quedo yo con tu grave voz,
con tus caricias,
con tus abrazos,
tus brazos fuertes me rodearan
y en mis ensueños perpertuarán.

Tus besos tibios quedan conmigo,
tu lengua fiera será un recuerdo,
tu cuerpo fuerte como tirano
que hizo conmigo lo que aquel quiso.

Sudados seres en ese lecho,
oscuro antro de perdición
me quedo siempre con tu recuerdo,
con tu saliva, 
con tu sonrisa,
con tus palabras,
con tu presencia,
con la esperanza,
mi amor viajero
quedo con vos.

domingo, 11 de diciembre de 2016

CARNE TREMULA

Carne en llamas, carne trémula, carne con olor a ti.
Tus manos aun rozan mi cuerpo caliente, aun tu mirada se reposa en mí.
Todavía tus labios paséanse tibios, mi piel aun siente tu aliento, tu peso, tu fuerza, tu brío, tu pasión por mí.
Tus ojos ladinos me desvisten fieros, antes que tus manos despojen mis ropas, mi virtud, mi boca, mis labios más íntimos, que con tu mirada se sonrosan más.
¿Acaso no entiendes señor de la noche que tan solo viéndome me haces tuya ya?
¿Y que con tu boca, tu lengua salvaje me posee entera antes de empezar?
Con tus manos me armas y desarmas, soy lo que tú quieras, como quieras ser. Yo no pongo peros, ni te pongo frenos, yo soy la muñeca que te da placer.
Que disfruta loca de cada caricia, de cada gesto y mueca que te hace brotar.
Y así confundidos en la misma cama, ángel y demonio consuman su amor, sin saber quién es el de las alas blancas y quien es el negro señor del terror.


domingo, 4 de diciembre de 2016

PRINCESAS III

Sus voces atravesaban la puerta de fierro que me encerraba a la libertad. El lugar húmedo y oscuro hecho con paredes de piedra me aprisionaba cada vez más.

Nuevamente vendrían por mí, a saciar sus instintos perversos en mi cuerpo.

Su tamaño no les impedía ser malvados. Al contrario, lo acrecentaba. Complementaban su falta de estatura con su rebalse de lascivia y malignidad.

Mi cabello negro como el ébano estaba pegado de sangre coagulada de los golpes que ejercían sobre mí. Mi piel, tan pálida como la nieve, aparecía llena de moretones de dedos, de palmas, de mordidas infinitas.

Me sacarían, como lo hacían diariamente, a atenderlos, pues no contentos con usarme carnalmente, también debía servirles cual infeliz esclava.

Salieron a la mina a arrancarle sus tesoros a la tierra dejándome, como era usual, encadenada a las paredes de piedra de la pequeña casita en medio del bosque.

La viejecita que venía a diario, por fin hoy traería lo prometido. La única forma de salvación de mi alma y mi cuerpo mancillados.

Me lo entregó en un pequeño frasco negro, una primorosa botellita de vidrio cortado con diferentes curvas y hendiduras que la hacían una minúscula obra de arte.

Por dentro contenía el más mortal de los líquidos, el más cruel, el más fiero.

Ellos llegaron tiempo después, la comida estaba lista y devoraron hasta el último bocado. Como postre, hermosas manzanas acarameladas adornaban la mesa.

Redondas expresiones del pecado original, dulces y tentadoras como tal.

Cada uno tomó una fruta de la bandeja que les ofrecía no sin ultrajarme antes con alguna libidinosa caricia.

Terminaron la perfecta cena con el postre perfecto. Una siesta reparadora finalizaría su día para levantarse a cometer sus atrocidades contra mí.

Sentada estaba frente al hogar que brillaba con sus flamas protectoras. Desde sus cuartos se escucharon los primero quejidos.

Salieron uno tras otro apoyados contra las paredes de la cabaña, maldiciéronme con voz ronca, casi ya sin habla. Se agarraban la boca y se tapaban los ojos, las hermosas frutas ejercían su dominio sobre su cuerpo. Quemábanse por dentro, las entrañas rugían, los ojos inyectados de sangre a punto de reventar, la saliva ardiendo quemaba lengua y el interior de la boca.

Los gritos pasaron de lamentos a aullidos del dolor más profundo.

Precioso Talio que todo lo destruyes a tu paso, que desmenuzas tripas y órganos, que quemas por dentro a tu víctima, que lo deshaces vivo poco a poco.

Un vomito negro, pestilente y mucoso brotó de ellos, unos a otros se lanzaban el nauseabundo deshecho y se resbalaban con sus propias heces del mismo color.

El cabello se les caían a mechones, haciendo su apariencia más espantosa aun. Desesperación, taquicardia, letargo, parálisis.

Me pasee entre los siete cuerpos convulsionados y agónicos, pateando cabezas y rostros de los cuales la sustancia negra aun surgía.

En mi mano, la última manzana acaramelada se lucia reluciente. La última, la única libre del mortal veneno. La mordí disfrutando el espectáculo, rescaté las llaves de mis ataduras y fui libre.

Comencé mi camino de retorno al castillo entonando una hermosa melodía acompañada del canto de los pajarillos y las criaturitas del bosque. 


*Si quieres conocer a más primorosas princesas, click en los siguientes enlaces:

Princesas I

Princesas II