miércoles, 3 de julio de 2019

ALAS

Extraño mis alas. A veces, cuando camino, la falta de su peso me hace tambalear y trastabilleo casi cayéndome, con el tiempo me acostumbraré seguramente, por ahora, solo atino a mirarme al espejo y tocar las marcas dejadas por ellas en mi espalda. Dos cicatrices en forma de hoz dan cuenta de su antigua existencia. Mis dedos palpan esa rugosidad de la piel que envuelve el duro resto oseo que apenas se asoma entre las clavículas. Aun duele, las heridas deben estar todavía abiertas por dentro. Por fuera, una delgada piel las cubrió pero con la presión, arde, quema, como el lugar donde terminarán mis días, o mejor dicho, donde los sufriré perpetuamente. Duelen si, pero más fue el dolor que sentí al caer. Al sentir el firmamento abrirse bajo mis pies. Caía lento con el aire desnudando mis alas, las veía perder su color, su blanca esencia, abandonaba mi halo mientras mi rostro en uno carnal se tornaba. Mi falta de fe en la deidad me había llenado de dudas ante su amor incondicional lleno de pruebas.

Y caí a la tierra fría, tan diferente a mi cálido hogar entre las nubes, donde su amoroso corazón nos mantenía tibios y amados.

Mis alas fueron quemadas por la conversión al más vulgar ser humano, fueron desprendiéndose en la caída así como mis más arraigadas creencias en la eterna misericordia celestial.

El piso, mojado por la infernal lluvia, recibió mi cuerpo adolorido y desesperanzado. ¿Por qué había dejado de creer? ¿por qué mi fe se perdió entre las miserias del mundo? ¿Por qué la divinidad dejó escapar a uno de sus luceros?

Sin entender las preguntas de mi mente insana, me levanté con dolor, que por primera vez sentía, mi ropaje ensangrentado, denotaba el impacto de mi caída. Tuve conciencia de mi cuerpo gracias al sufrimiento en él. Mis pies desnudos no se acostumbraban al frío del cemento del que estaba hecha la jungla que había escogido como nuevo hogar, quizá me había equivocado, pero la perversión mundana es más grande que el temor al arrepentimiento.

Recogí mis manchadas ropas, sucias de sangre de traición, puercas de remordimiento, impregnadas de incredulidad en mi Dios antes supremo.
Caminé como un crío en sus primeros pasos, con los pies inestables, ignorante del mundo pero avancé, avancé hacia mi nuevo Dios, a sus brazos oscuros, a sus ideas macabras, a la incertidumbre de sus intenciones.