Y llegó con su traje rojo y gran sonrisa.
Soltó el gran saco que llevaba a la espalda, el cual cayó
con un sonido seco.
Vio mi mirada curiosa, tomó la base del saco y derramó su
contenido en el piso de mi sala.
Brazos, piernas, manos y pies mezclados con tripas y toda
clase de vísceras ensangrentadas aun se sacudían sin parar.
No pude correr, su mano me atrapó del cabello y su pútrido
aliento se hizo sentir en mi nariz y mi oído: “Antes de que te des cuenta, sólo
serás una mancha de sangre en mi barba”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario