Sentado aquí esperando mi consulta con el
psiquiatra, me aburro mirando el techo blanco del hospital. Saco las cosas que
encuentro en mi bolsillo para entretenerme: pelusa, un boleto del bus, mi
monedero casi vacío y un recibo de pago de la consulta que dice "4",
es mi número de turno, osea que soy el cuarto loco que escuchara el doc. Es una
buena noticia, no me recibirá muy cansado.
Alrededor mío, cinco seres insanos como yo completan mi grupo de espera. Las personas van y vienen por el hospital y al llegar a esta área se alejan un poco de las sillas de espera cerca al cartelito blanco con bordes negros que dice "Psiquiatría", seguro piensan que nos lanzaremos sobre ellos para comernos sus cerebros. Pero es que no somos zombies, ¡sólo estamos locos!
Alrededor mío, cinco seres insanos como yo completan mi grupo de espera. Las personas van y vienen por el hospital y al llegar a esta área se alejan un poco de las sillas de espera cerca al cartelito blanco con bordes negros que dice "Psiquiatría", seguro piensan que nos lanzaremos sobre ellos para comernos sus cerebros. Pero es que no somos zombies, ¡sólo estamos locos!
Me llaman para pesarme mientras llega el
galeno, no le encuentro sentido, ¿tal vez el cerebro de un ente sano pesa menos
o más que el nuestro y nos quieren comparar?
Definitivamente el nuestro debe pesar más,
la masa encefálica de nosotros, pobres orates, está llena de mundos, de
lugares, animales y seres imaginarios, según todos, que viven en nuestra
materia gris y que, en la mayoría de veces, se mudan sin aviso entre nuestro
lóbulo temporal y parietal, no hay lugar más cómodo. Así que debe tener más
peso con todos esos inquilinos.
Al fin llegó el doc, tiene más canas que
la última vez y eso que lo veo seguido, debe ser de tanto escucharme.
Entro al consultorio después de escuchar
mi nombre en la sonora voz de la enfermera y con desgano me siento en una silla
marrón de fierro.
"¿Cómo está usted Diego?"- escucho apenas me siento.
"Bien, bien" - respondo sin
siquiera ser mirado.
El doc mira la pantalla de su portátil MAC
plateada mientras me conversa sin verme. Me pregunto si los bordes de esa
máquina tan delgada serán tan finos como para funcionar como una guillotina si
se le presiona con la suficiente fuerza. La enfermera, sentada detrás de mí en
una pequeña mesa de madera, como una autómata, toma nota de todo lo que digo.
"¿Qué te dicen tus voces internas? ¿Aún
esta Siete ahí?"- me pregunta pensando que soy un traidor y que acusaré a
mi querido gato.
"No, el ya no está, se fue hace
mucho, pero dejó a Veintidós, no quería que quedara desamparado" - contesté
asegurándome que él sepa que Siete era lo suficientemente generoso y cuerdo
para un acto así.
"Mmm" - expresó - "¿Qué clase
de ser es Veintidós, quizás otro gato?" - inquirió.
"Así es, es usted muy intuitivo, Veintidós es mayor que Siete y más peludo.....y es blanco".
"Blanco....seguro da muy buenos
consejos ¿no es así?" - me mira interrogando.
"Todavía no me habla mucho, salvo
con una idea que me acaba de dar sobre su laptop" - sonrío - "él a veces
trae un amigo y corren alrededor".
No sé porque desde niño me traen siempre
con el mismo doc y me hace casi las mismas preguntas. El conoce bien a Siete, a
Viernes y ahora a Veintidós. Cada sesión me pregunta más detalles sobre lo que
me dicen mis voces y quiere que desmenuce cada idea. A veces pienso que lo
goza.
El galeno abre sus ojillos brillantes e
interesados.
"¿Y qué idea te ha dado Veintidós
sobre la laptop, cuéntame sobre ello" - comienza a preguntarme.
"Solo son cosas de él, le llamó la
atención su delgadez y los bordes que parecen cuchillas" - le respondo
aburrido.
"Interesante, y que pensaba sobre
ella, ¿qué era filosa quizás? ¿Qué podía cortar algo?" - se me acercaba cada
vez más sabiendo que no me gusta la proximidad de nadie.
"Si, ¡una cabeza!" - le respondí
casi gritando, cansado de sus indagaciones,
al mismo tiempo que me levantaba de la vieja silla y lo empujaba,
cayendo él al piso, indefenso. Me acerqué y al pasar a su lado lo pateé antes
de salir del consultorio dando un portazo.
Al tercer paso fuera de ahí, escuché un
grito ahogado y un golpe seco, miré hacia la puerta del consultorio que se iba
abriendo lentamente, una mancha de sangre chorreaba desde el vidrio de ésta hasta el piso,
el buen doctor aparecía ante mí con la delgada MAC ensangrentada en sus manos,
mientras la cabeza de la enfermera de voz sonora rodaba chocando contra mis
pies.
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