*Favor leer el presente relato escuchando la melodía adjunta.
Con los ojos cerrados y moviéndose frenéticamente, la
pequeña mueve el arco del violín rojo carmesí que toma vida en sus manos
denotando todos los años de su existencia. Las notas vuelan como vapor invernal
alrededor de su cuerpecito que enfunda en un vestido de seda rosa, sus guantes
acarician el instrumento haciéndolo flotar en sus sonidos etéreos, susurrantes
y gaseosos que se tornan en agresivos gritos de agonía y desmembramiento cuando
sus dedos lo torturan sacándole notas que sólo podrían existir en el infierno
mismo.
Sus rizos se mueven sobre su espalda donde un hermoso
listón de encaje remata el coqueto atuendo.
El violín queda en silencio, la pálida infante toma aire
en un suspiro profundo y comienza a
tocarlo en un baile clásico donde sus zapatitos de raso del mismo tono del
vestido danzan como los rayos del sol en la aurora que no ve hace siglos.
Pequeña sabandija de oscuros subterráneos y rincones
en penumbra ¿que esta cavilando tu degenerada mente? ¿Como estas planeando
saciar tu hambre esta noche de Reyes?
Pequeña Delphine, querida, querida niña
inmortal e infernal ¿a dónde te dirigen bailando tus pies de muñeca?
Noche de Reyes, noche de regalos y deseos cumplidos.
En los hogares se sienten las chimeneas encendidas y el olor a chocolate
caliente que abraza a cada ser que los habita.
Afuera, sólo los desdichados, los desprotegidos, los
rechazados por la gracia de tener una familia, los que en su vida no hicieron
nada bueno a los ojos de nuestro querido Dios para ser amados.
La dulce Delphine camina sobre la nieve que cubre como
blanca alfombra las empedradas calles de la Londres victoriana. Un ángel entre
mendigos, una diminuta aparición bendecida con gran belleza inocente.
Pequeña huérfana en busca de acogida en el noble
edificio.
A sus puertas llegó sólo con su pequeño violín en la
mano, sus bucles al viento y hambre en su rostro.
La nieve mojó su vestido y sus zapatos de tela
empapados la hacían tiritar a la vista de la buena mujer que le abrió las
puertas del lugar.
- “Pequeño ángel ¿cómo alguien osó abandonarte y
dejarte en orfandad?”
Adentro los demás dejados, como ella, disfrutaban de
la cena que buenos mecenas les ofrecían y se aprestaban a abrir los regalos
donados.
Delphine se sentó entre ellos, cambiada ya, con la
humilde ropita prestada. En un rincón, sus ojos fulgurosos veían toda la
algarabía y la alegría de los regalos desenvueltos por los huérfanos cuyos
semblantes brillaban con toda la felicidad de la esperanza mientras ella tocaba
con sus blancos dedos el cascabel que colgaba en su cuello. Los corazones infantiles latían con la fuerza
propia de su edad haciendo que los
torrentes dentro de sus venas se convirtieran en diminutos ríos caudalosos de ferroso
contenido que despertaba su hambre en lujuriosa sed de sangre. La niña era acunada por una rolliza dama que
la hacía entender que no sabían que llegaría y por eso no tendría el esperado
regalo.
Lágrimas fingidas caían por sus redondas mejillas
esperando el fin de la fiesta.
Todos se acostaron con las pancitas llenas, durmiendo
con su nuevo regalo en los brazos. La pequeña Delphine se levantó en la
penumbra de la madrugada, su hora favorita en la que las sombras reinaban
llenando las paredes del recinto. Acompañada por ellas y con su pequeño violín,
visitó cada pabellón de huérfanos. Fueron muertes silenciosas, colmillitos
hundidos en el frenesí más profundo que no dejaron gritar a las pequeñas
víctimas. Sangre de párvulo, divina esencia de vida, puro elixir que llena los
confines más oscuros de su podrido cuerpecito.
Sació el hambre en su cuerpo y dejó correr la sangre de
los huérfanos formando charcos que en el éxtasis del ímpetu usó para hundir el
violín y mantener el color que por siglos había tenido.
Al día siguiente el pueblo vio horrorizado como
delgados ríos de sangre bermeja escurrían debajo de la puerta cerrada del
edificio abriendo surcos en la nieve como los arroyos encarnados del averno.
Cada pequeña cama contenía un cuerpo vacío, todos se fueron juntos como
hermanitos.
La pequeña Delphine caminaba ya muy lejana por los aun
oscuros callejones sintiendo el viento frío golpeando su rostro sonriente. No
había llorado en vano, ella misma tomó el regalo merecido con sus manitas
enguantadas.
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