*Favor leer el relato con la melodía adjunta.
Mariette tocaba al centro del salón
perdida en su propia melodía, movía su
blanco bracito aporreando el arco de su pequeño violín, su cabeza sacudía los
rubios rizos adornados con lazos de satén rosa. Alrededor sus compañeros, sus
hermanos, danzaban en el aire, dando vueltas y revoloteando suspendidos en la
oscuridad del lugar que se iluminaba por momentos con rayos de luz como
disparadas de ventanas de colores.
Dieguito hacia volar sus
cuchillos, tijeras, sopletes y todo lo que le servía de arma a su alrededor, su
sonrisa desquiciada lo hacía babear mientras danzaba con los ojos en blanco. El
capitán Garate llegó con sus cadenas alrededor del cuello, las golpeaba en el
piso de madera así como su pata de palo y en cada golpe las cadenas sangraban
manchando el piso de la sangre de los esclavos que aprisionaban. La chica del calendario,
siempre coqueta, bajó de la pared donde estaba perpetuamente dibujada y en
puntas de pies bailaba sin tocar el piso como la más ágil bailarina poseída por
la melodía.
Carniceros, Esclavos de esclavos,
Monstruos con patas de araña que te esperan en tu habitación, madres colgadas
de vigas frente a sus hijos, niños diablo, vampiros sanguinarios, escritores
asesinados por sus personajes, marcianos perdidos, hermanos idiotas y pequeñas asesinas justicieras,
todos unidos, todos celebrando, danzando, dando forma a la canción lúgubre que
la pequeña Mariette interpretaba incansable.
De pronto, la niña dejó de tocar
de un golpe lanzando el violín a un rincón del lugar.
“¿Un año ya?” – decía la voz en
mi cabeza que se transformó en imagen delante de mis ojos. Dieguito, vestido
con su cinturón de herramientas, afilaba el machete con la lima de metal que
llevaba entre sus manos.
“Así es Diego ¿no has traído nada
para la celebración?” – reclamaba la pequeña Mariette estirando con sus manitas
su vestido de gala rojo granate como el alimento que buscaba compulsivamente a
diario – “al menos ese cuchillito nos servirá para cortar el pastel” – dijo la
niña mirando con enormes ojos el gran machete y sonriendo de forma burlona.
Retorcía nerviosa la cabeza de su muñeco de trapo y con una de sus manos jalaba
el ojo de botón casi arrancándoselo – “él aun no llega,”-replicaba mirando a
los lados – “¡debe traer el pastel!”
Dieguito se acercó a la niña por
detrás sacando sus tijeras de podar que colgaban del cinturón de cuero y acarició con el filo del arma blanca los
dorados bucles de la pequeña – “¿un cortesito?”- le preguntó abriendo y
cerrando las hojas de las tijeras casi tocando el rostro de Mariette.
La chiquilla dio un salto hacia
atrás haciendo sonar fuertemente el cascabel de su cuello y con otro atacó a
Dieguito prendiéndose de su cuerpo y clavando sus pequeños colmillitos en el
cuello del chico que tomándola de la cintura se esforzaba por desprendérsela.
“No te engañes por mi tamaño
Die-gui-to, tengo más años que tú y ni con todos esos juguetes que llevas en el
cinturón podrías hacerme el mismo daño que yo puedo hacerte a ti” – le dijo la
niña que con los ojos azules casi fuera de sus órbitas lo miraba con rabia – “¡me
arrugaste el vestido pobre orate¡”- chilló bajando al piso y volviendo a
estirar, desesperada, la falda del vestidito.
“Pobre niña loca” – se fue
susurrando Dieguito a una esquina y se puso a jugar con su cepillo de dientes
que encendía y apagaba sintiendo la vibración de éste mientras se lo pasaba por
la cara.
Un golpeteo me taladró la mente
mientras el Capitán Garate con su loro en el hombro se acercaba aporreando con
su pata de palo el piso de madera sin dejar de observar a la chica del
calendario que lo seguía con la mirada sorprendida por la colorida cantidad de
globos que traía el pirata.
Siete llegó maullando y corriendo
como perseguido por el diablo.
“¡Suéltame niña!” – le gritó a Mariette
que lo tomó de la cola cuando pasó a su lado pisándole sus zapatitos de charol
– “¡anda juega con tu muñeco tuerto y déjame en paz!“– le dijo el negro gato
liberando su cola y acicalándola sentado en el centro del salón.
“¡No está tuerto!”– La dulce
Mariette abrazó cariñosa a su muñequito hecho de piel besando su frente cosida
y su boca deforme.
A lo lejos un retumbar hacía
temblar mi mente, la oscuridad comenzó a hacerse presente, su capa volaba
mientras su andar lo traía hacia nosotros. Don Diego de Torres y Messía se
acercaba a los demás con una gran torta en la mano. Era de pasta blanca
inmaculada y desde el centro brotaba relleno rojo como si estuviera
desangrándose.
“¡My beloved one, mi amado Drako,
llegaste!” – la pequeña dejando el muñeco a un lado, se acercó rauda al
caballero recién llegado abrazándolo dulcemente; su rostro, con los ojos
cerrados, se apoyó amorosamente bajo el pecho del muchacho que acariciaba sus
rubios rizos con la mano libre.
Mariette levantó nuevamente su
violín rojo y continuó con su más lúgubre melodía, el lugar se llenó y los invitados danzaron nuevamente con la
oscura canción. Bailaban en el aire, moviéndose en el viento, dando vueltas poseídos por cada nota
que Mariette tocaba endiablada mirándome fijamente.
Don Diego siguió su andar hacia
mí acercándome el pastel.
“¡Digno de ti!” - me dijo
mirándome a los ojos al mismo tiempo que los demás volteaban hacia mí, todas
las voces de mi cabeza se acallaron al unísono así como el violín, sólo
observándome en silencio, sin parpadear, sin respirar siquiera. La voz del
nuevo personaje se hizo oír sobre la de sus hermanos – ¡Feliz aniversario,
Madre!
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