Mis manos heridas tensaban la cuerda que me quemaba las palmas por el
esfuerzo que él hacía por soltar su cuello.
Su cabeza me golpeaba el estómago por las convulsiones que comenzaba a
presentar, lo miraba desde arriba disfrutando ver como su piel se volvía cianótica
y sus miembros temblaban con los espasmos antecesores de la muerte.
Sus ojos volteaban a mirarme o quizás, simplemente, era la reacción de desesperación
al inminente deceso. Se abrían de forma grotesca dando la impresión de que iban
a reventar en cualquier momento esparciendo el humor acuoso sobre mi rostro
(con suerte, en mi boca), paredes y piso del recinto.
Puse una rodilla en su espalda empujándolo con ésta y haciendo fuerza con
mis manos templando más la cuerda para hacer la presión del ahorcamiento más
fuerte aún.
Mi rostro se desfiguraba en una sonrisa que no podía evitar, el corazón me latía
de la emoción de aquel momento en el que era omnipotente y un escalofrío
placentero recorrió mi columna vertebral cuando vi su boca abriéndose hasta romper
las comisuras sangrantes y sacar la larga lengua amoratada que babeante se
volteaba hacia adentro tapando la entrada del poco aire que intentaba rescatar.
Sus miembros se sacudían como gallina degollada mientras sentía en mis
manos la vibración de su cuerpo que me llegaba a través de la cuerda convertida
en una extensión de éste.
Su última convulsión me llevó a la gloria. El éxtasis se acrecentaba al
tiempo que su cuerpo flácido caía resbalando por mis manos y acariciando mi
cuerpo hasta llegar al suelo.
Pisé su cabeza al salir mientras limpiaba mis manos ensangrentadas en mi
chaqueta negra.
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