*Segundo homenaje a Poe
Llegando a la villa de la cual me
habían hablado tanto, me dispuse a habitar la casa de techos altos que
buenamente mi amigo Francois ……., Duque
de Merlot, me había designado pues los inquilinos que habitaban el lugar
nunca se quedaban por mucho tiempo.
Era aquella casa como las de los
cuentos que en alguna ocasión las madres cuentan al llegar la hora del dulce
sueño infantil. Para ser más exactos, la casa de la bruja del cuento, con
techos a dos aguas, clásica de la arquitectura victoriana. Valga decir que era
un vecindario de lo más exclusivo al cual mi buen amigo me había hecho llegar.
A mis vecinos, la Marquesa de ….. y el Conde de ….. sólo podía verlos al sacar
éstos a pasear a un par de chuchitos diminutos cuyo ladrido me taladraba, cual
cincel y martillo, la mente ya tan cansada y corroída por los acontecimientos
recientes.
Erase la casa una amplia mansión
muy bien iluminada con pisos de madera y hermosas ventanas con rejas artísticamente decoradas. El piso crujía
a cada paso dándole el aire de antigüedad tan elegante que respiraba todo el
vecindario.
Me apuré en instalarme para
comenzar las labores en el periódico más importante del centro de la ciudad en
el cual había conseguido una plaza de redactor.
Terminando de arreglar mis ropas
y mis enseres personales, bajé al sótano a dejar mi baúl y cajas que había
usado en la mudanza y a prender el horno que daba calefacción a la casa.
En esto estaba, cuando una sedosa
cola rozó mi pierna y un ronroneo acogedor se dejó escuchar en el silencio del
lugar. Mi primera reacción fue de sobresalto al estar yo solo, eso pensaba, en
mi ocasional morada.
Su pelaje, negro como la noche,
competía con la oscuridad del carbón usado para encender el hogar. El gran
felino se sentó delante de mí, su inteligente mirada hacía resplandecer sus
hermosos ojos, o tendría que decir ojo, pues carecía de uno de los órganos de
la visión. Pero eso, al contrario de lo que se pensaría, no lo hacía lucir
grotesco, sino que le daba aún más misterio a su presencia.
Supuse que el animalito había quedado
atrapado en el sótano desde hace un tiempo pues no había ventana ni puerta
abierta por donde pudo haber entrado y debió haberse mantenido vivo cazando
algún ratón o paloma descuidada.
Subí con mi nuevo amigo de cuatro
patas a acurrucarme frente a la chimenea con una taza de café en el mullido
sillón del salón principal. El, muy confianzudo, se aposentó en mis piernas y
se enroscó como los gatos acostumbran. No tuve corazón para echarlo y acaricié
su negro pelaje. Tenía una larga y gruesa cola y era un gato bastante grande,
más que el promedio de los gatos que había visto anteriormente. Su pelaje semi
largo cubría un collar que rodeaba su cuello con una pequeña placa de metal.
Giré el collar para leerla, pues
seguro era un animal perdido. Lamentablemente el pequeño pedazo de metal era un
relicario tan oxidado que era imposible abrirlo y ver lo que estaba escrito
dentro de él. Luego lo limpiaría con un poco de vinagre.
Comencé a trabajar al día
siguiente y al llegar a casa sólo Nuit me acompañaba, así llamé al peludo al no
saber su nombre verdadero y por lo oscuro de su pelo. Éste me seguía por toda
la casa y me prodigaba sus caricias y ronroneos y yo lo alimentaba y cuidaba
con todo el cariño que se había ganado.
Algunos meses pasaron y el
trabajo cada vez se hacía más pesado, no había muchas noticias en una ciudad
tan pequeña y la mayoría del día me la pasaba viendo como el rayo de luz que
entraba por la ventana iba cambiando de lugar a medida que pasaba el día.
Cuando el horario de trabajo terminaba tomaba mi abrigo y salía rumbo a mi
hogar al cual llegaba caminando sabiendo que Nuit me esperaba ahí.
Delante del fuego estábamos
después de haber comido opíparamente, sentía su ronroneo en mi vientre y
recordaba que en algún lugar había leído que si el amor tuviera sonido debía
ser el del ronroneo del gato. El humo de mi puro hacía espirales en el aire
tibio de la noche, mi mano estaba sobre su redonda cabeza que movía suavemente
frotándose contra ella cuando un ruido de golpes nos puso alerta a ambos.
Provenía del sótano y era
repetitivo; tres golpes, silencio, tres golpes, silencio. Nuit saltó al piso
echándose en la alfombra mirándome con su ojo achinado y arrugando la nariz, se
durmió.
Bajé con la lámpara de aceite
levantada iluminándome el camino, las escaleras de madera crujían bajo mis pies
y miraba alrededor pero no había nada extraño.
El lugar olía a humedad y moho proveniente de los muros deteriorados por
el tiempo. Solamente uno de ellos parecía haber sido restaurado hace poco, los
ladrillos eran diferentes en esa pared y los de la parte superior estaban aún
sueltos y sostenidos sólo por una viga cruzada de madera horizontal sostenida
por una igual apoyada en forma vertical en el piso formando una T gigante.
Agudicé el oído escuchando el
golpeteo que inconfundiblemente venía del hueco en el muro inconcluso, una
oscura cavidad bajo los ladrillos sueltos. Me asomé con cuidado de no apoyarme
en la viga que los sostenía y miré dentro pero no había nada, solo oscuridad.
Alrededor todos los demás muros eran iguales, no soy un maestro constructor
pero me di cuenta que varios de ellos no llegaban al techo del sótano, esos
muros no sostenían nada y tenían dos vigas, iguales a las que sostenían el muro
inconcluso, caídas en el piso delante de ellos.
De nuevo el golpeteó se hizo
escuchar, esta vez con más fuerza desde dentro del muro no terminado. Me asomé
más hondamente al hueco que era más profundo de lo que me había imaginado asemejando
una pequeña cueva y esta vez metí uno de mis pies adentrándome en él, al mismo
tiempo que dejaba la lámpara de aceite en el piso para poder palpar las paredes
interiores.
Eran irregulares y húmedas, mis
manos se deslizaban suave y rápidamente por ellas y pegaba el oído para intentar
descubrir de donde venía el incansable golpeteo.
Sentí un golpe seco detrás de mí,
una sombra negra salto a mi rostro desde la viga superior mirándome con su
único ojo sano. Traté de agarrarlo tomándolo del cuello pero arañando mi mano
se soltó de mi empuñe, sólo logré arrancar su collar quedándome con él cuando
con su pesado cuerpo golpeó el madero que sostenía la viga del techo. En
segundos, las vigas cayeron al piso delante del muro y los ladrillos se
desplomaron sobre mi cabeza rompiendo la piel de ésta haciéndome sangrar, los
fuertes golpes me hacían ir desvaneciéndome llenándome el rostro y los ojos de
mi propia sangre que iba bloqueándome la visión así como los ladrillos iban
cubriendo el hueco del muro convirtiéndolo en mi tumba. Esforzándome, acerqué
mi mano a la lámpara que se iba apagando y la abrí para mirar el relicario que
le había arrancado al gato antes de que huyera maullando endiabladamente, éste
se había abierto por el golpe y al fin podía ver lo que se leía adentro. Mi
último aliento antes de dejar la existencia terrenal fue para pronunciar su
nombre escrito: “Plutón”.
*Para leer mi primer homenaje a Poe, click aquí: PALPITAR
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