*Favor de leer el presente relato con la melodía adjunta.
Los brillantes colores de mi
tiara de princesa reflejaban, en este día de setiembre, los rayos que el sol
hacía lucir como partículas de oro en un haz de luz que penetraba por la
ventana del castillo de ventanas góticas terminadas en punta como la más filosa
espada.
Mi vaporoso vestido bailaba
conmigo en una danza etérea acompasada con la música de violines que sólo yo
escuchaba. Mis padres mil veces me habían tratado de convencer de que esas
melodías no existían pero mis dedos reventándoles los ojos con la presión de
solo mi fuerza, los habían persuadido de su existencia.
Sus cabezas me acompañaban ahora
como pequeños candelabros para una sola vela y custodiaban a las de mis otros
invitados que presas de la emoción de mi cumpleaños habían venido a saludarme.
No sé porque me niegan el placer
de danzar mi baile, no sé porque no escuchan lo que yo, no sé porque me miran
con ese rostro desencajado, no sé porque sus lenguas son tan difíciles de
arrancar, pero no imposible, nada es imposible con la fuerza que nos da Dios
padre.
Siempre respeté a nuestro Señor,
siempre me inculcaron la fe católica. Por esto agradezco cada año al creador
por uno más de vida. Especialmente éste en que me había rodeado de mis seres
más queridos, los cuales me festejaban entregándome su más preciado don, la
vida mortal que representada en sus cuerpos desmembrados daban el color y la
humedad a mi pastel de cumpleaños.
Soplemos las velas.