*Favor leer el relato con la melodía adjunta.
Su cabello rojo volaba como
llamaradas de un incendio letal, el delgado vestido cual alas de hada se oponía rudamente a su apariencia feroz.
Cubría apenas su cuerpo en el frio invernal de las calles parisinas en las
cuales la niebla reinaba como soberana tirana.
Angelique se escondía de la luna
plateada, aquella que la seguía desde que tenía memoria, su influjo la vencía
en mente y cuerpo.
Maldición mensual lejos de la
menstruación que ya era un fastidio. Corrió a refugiarse en el rincón más
oscuro que encontró en las viejas callejuelas cuyos adoquines sonaban como
antiguo clavicordio tocados por la insipiente lluvia que avecinaba un gran
chubasco.
Las farolas de aceite apenas alumbraban
el lugar y los carruajes la salpicaban de sucia agua al pasar presurosos. El escuálido
vestido se le pegaba al cuerpo pero no sentía frío, estaba en su naturaleza no
tenerlo.
Llegó a la cripta de su familia, la
noble casa De Brienne, el clavicordio de cristalinas gotas seguía tocando en su
mente, se sintió segura alrededor de sus muertos. Abrió los brazos y bailó,
libre, ajena a su tragedia.
Tomó uno de los cráneos en la
mano y danzó, voló con el más allá de la cantarina lluvia que la acompasaba.
Su cabello de fuego iluminaba el
lugar así como su piel blanquecina. Hermosos ojos pardos que almendrados
despertaban cualquier placer, desde el más platónico al más delirante y sádico.
Cayó al piso presa de los dolores
del cambio.
Se ovilló en el piso abrazando
sus rodillas, tocando su vientre al dolor insoportable. Sus huesos
sobresalieron, su columna se partió alargándose en una extensión de cola. Sus
redondos senos perfectos como copas del cristal más fino en atlético esternón se
transformaron. Sus miembros deformes doblaron las rodillas, codos y
articulaciones hacia atrás. El hermoso rostro contrahecho en un Largo hocico
babeaba al asomarse los puntiagudos colmillos.
El fuerte aguacero acalló sus
gritos de dolor.
Su rojo cabello convertido en
sedoso pelaje del mismo color cubría su bestial figura que se arrastraba
intentando ponerse de pie. Solo sus ojos pardos contaban su historia, solo sus
pupilas denotaban su longevidad.
Al fin, de pie en sus cuatro
patas, caminó por el piso pétreo del mausoleo, salió de el pasando por los
jardines del cementerio, que mejor lugar para un alma muerta, para un corazón
fallecido. Llego al pequeño arroyo, bebió.
Su hocico formaba círculos concéntricos
de agua al tocarla. El brillo de sus ojos en el reflejo llamó su atención. Sus
pupilas era lo único que mostraba su humanidad al que se atreviera a llegar tan
cerca de ella. Aulló iluminada por la luna, su cuerpo resplandecía bajo sus
rayos plateados como madre que presenta orgullosa a su hija amada.
El olor de la manada llegaba a su
nariz sensible por su, ahora, naturaleza animal. No quería seguirlo, ella era
una cazadora solitaria. La luna la miraba sonriente y burlona de su influjo.
Se sentó al borde del arroyo
cristalino, su sonido la calmaba y lamió las heridas que tenía su piel al
abrirse en la transformación, pronto cicatrizarían. Sus orejas se movían individualmente
a cada sonido del lugar, el aire atravesaba su pelaje que bailaba con la brisa
nocturna. La llovizna comenzó a arreciar con su sonido a clavicordio perforando
sus oídos.
Levantó la cola airosa, Loba Roja
la llamaban en el lugar, Muerte Escarlata la nombraban.
El hambre incontenible lleno su
estómago, los jugos gástricos la hacían salivar llenando su hocico. Sin
pensarlo, ya sus patas la llevaban a las afueras del lugar, a la ciudad llena
de bocados racionales.
Una pata precedió a la otra, echóse
a andar.
*Si quieres acompañar a Angelique en su cacería, click aquí.
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