*Favor leer con la melodía adjunta.
"Take me
down
to the paradise
city
where the grass is
green
and the girls are
pretty
Take me home..."
"¡!Larga vida al Rock!!" - Una vez
más gritaba sobre el escenario ante la multitud que rugía bajo sus pies. El
largo cabello se pegaba a su rostro que sudoroso se movía en sacudidas frenéticas.
El mar de gente se agitaba como una masa única cuya energía llenaba su cuerpo,
agrandaba su alma, o lo que quedaba de ella, extasiaba sus sentidos, lo envolvía
por completo. No sentía más que la música alrededor, lo mareaba, lo
hipnotizaba, se mecía como serpiente bajo el influjo de una flauta mágica. El trance
era superior a sí mismo y él lo proyectaba al público que abarrotaba el
estadio.
Desde el primer acorde la muchedumbre
lo seguía, tal cual lo había pactado con él, nadie escapaba al influjo de su música,
en un año era el cantante más famoso del mundo, el más rico y el más desenfrenado.
Sus excesos no tenían límites, ni moral, ni vergüenza, ni perdón. Se estaba
convirtiendo en el mismo ser que le brindó este sueño horroroso, esta pesadilla
placentera, esta vida obscena en esta muerte púdica.
Bajó al tártaro esta vez, no para
pedir un favor, sino para devolverlo. Pero Satanás es terco, injusto y vil, por
algo es el mismo demonio y se rio de sus suplicas – "Mira que fresco este triste
humano que ahora quiere devolver tremendo favor. Que mente más pobre y
conformista que ya no quiere el poder sobre sus otros infelices congéneres. Pues
que se lo quede y se acostumbre, que será visto por los demás como mi embajador
en la tierra, tan perverso es".
Y siguió él con su guitarra y
pelo largo caminando por las calles empedradas, ofreciendo su preciado don,
agitando masas, succionando mentes y almas a cuanto mortal escuchara su
infernal música. No controlaba ya sus notas, tocaba como un autómata, su cuerpo
delgado y consumido por todos los narcóticos habidos y por haber, los placeres
carnales en bacanales diarios y su mente podrida por toda clase de sustancias
ya no pertenecían a este mundo, no sabía si la inmortalidad estaba incluida en
el contrato firmado pero podría jurar que cualquiera hubiera muerto con la vida
que llevaba.
Aquella noche, llena de licor,
drogas, saliva, lubricación y semen, despertó entre cuerpos desnudos, sin saber
donde estaba, con quien y en especial, cuando estaba. Caminó hacia el balcón de
la habitación, la piscina estaba allá abajo, a unos metros, celeste, su aguas relucían
con pequeñas estrellas que brillaban sobre ella como el final resplandeciente de
un túnel oscuro – "Esa era la luz al final del túnel del que tanto hablaban" –
pensó en su gaseosa cabeza.
Sintió el aire pasar a través de
sus brazos, golpear su rostro, su cuerpo sin gravedad rompiendo la fuerza del
viento, cayendo, sin fin, sin fin, sin fin.
Una luz llenaba el lugar donde
estaba, todo blanco alrededor, como atrapado en medio de un copo de algodón. No podía estar muerto pues su alma pertenecía
al averno y no a ese albo lugar. Un
fulgor como un dedo ardiente de fuego blanco se acercó a su deshecho cuerpo, el
cubrió su rostro y volvió.
Estaba parado en las puertas del
infierno, entonces si había muerto, llegaba a su nuevo hogar al fin. Su cuerpo
no aguantó más. Su guitarra colgaba de su hombro y se apoyaba en su espalda, sintió
unos deseos irrefrenables de tocarla, pero, ¿Qué sentido tenía ya? La tomó descolgándola
de su hombro, sus dedos se deslizaron por sus cuerdas, el primer acorde hizo
temblar su cuerpo, el segundo hizo temblar las puertas del infierno, el tercero
hizo temblar el suelo candente del inframundo, los demonios y condenados caían retorciéndose
de dolor cubriendo sus oídos y sus cuernos. Su música seguía siendo la misma, hipnótica,
transgresora, adictiva, lo que había cambiado era el auditorio. Se adentró,
tocando el instrumento, por la boca de fuego del abismo más profundo. Demonios,
gárgolas, condenados, pequeños diablos iban cayendo a su paso. Guardó el
momento cumbre de su último concierto para el mandamás. Al llegar al trono
frente a frente ante Satanás su solo de guitarra fue poderoso, perfecto, épico,
su voz aguda de notas tan altas irrumpió por los interiores del gran Maligno,
penetró sus venas, abriéndose paso las reventó, sus ojos saltaron por la
potencia del canto. Sus oídos sangraron por la vibración de las cuerdas. Tocó y
tocó hasta que la cabeza del príncipe de la oscuridad reventó repartiendo sus
sesos por el piso cubierto del desecho pegoste de los otros condenados.
Se sintió libre.
De vuelta al copo de algodón,
esta vez tocó la puerta, el barbudo le abrió y él sólo pronunció: “Y el Dios de
paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies, esta vez, acompañado de
una guitarra”.
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