El pájaro negro se posó en su nuca picoteándola, ella
lo espantó al sentirlo. Era pequeño y delgado, su plumaje de un negro profundo
lo hacía relucir en el paisaje opaco del invierno.
"Mátalo, mátalo" gritaba la vieja desdentada
"mátalo antes que se vaya, si no lo haces, tu hermana morirá joven, ese
pájaro es el precursor de la muerte!!" chillaba la anciana.
Mi hermana y yo nos fuimos del lugar sin hacerle caso
a la vieja y sus historias. Nos alejamos corriendo de ella mientras
escuchábamos su voz ir desapareciendo "mátalo, ella morirá joven".
Nos miramos riéndonos y llegamos a la casa jugando,
olvidándonos del asunto del pájaro y así seguimos nuestra niñez y luego, cada
uno, nuestras vidas.
Años pasaron para volvernos a ver. Yo iba a visitarla
al hospital donde estaba internada de una extraña enfermedad que consumía y
licuaba sus órganos por dentro, sus líquidos vitales, incluyendo su sangre,
brotaban por cada cavidad que poseía. Verla horrorizaba, su piel plomiza
acentuaba más el hundimiento de sus ojos sobre una piel teñida de los surcos
que dejaba la sangre al escurrir por sus ojos, fosas nasales, boca y oídos.
Nadie imaginaria que solo tenía 21 años.
La visité hasta el último día de su vida. Esa mañana
llegué a la llamada desesperada de mis padres, ella ya se estaba despidiendo
como solo lo saben hacer los moribundos. Tomé sus manos, tan pequeñas que se
perdían en las mías, las bese sonriéndole, me devolvió una leve sonrisa con
todo el amor reflejado en sus ojos y cerró los ojos con una exhalación profunda.
Lloré sobre su pecho, inconsolable y deprimido, mi pecho agitado por el llanto,
no me dejaba escuchar más que mis propios gemidos de dolor. Cuando escuché los
golpes en la ventana, eran golpes seguidos e insistentes. Levanté la mirada
buscando su procedencia, cuál no sería mi espanto al ver al causante de los
golpes.
Era un pequeño pájaro negro, pequeño y delgado que
picoteaba la ventana llamando mi atención. Recordé a la vieja y su advertencia,
me maldije por no haberlo matado cuando pude y me abalancé sobre él. Chilló con
un sonido agudo y se alejó volando a pocos metros de mí.
Pasaron días desde su muerte. Ninguna de las noches
concilié el sueño. Los ojos amarillos del pájaro me seguían y su graznido no me
abandonaba en ningún momento. La falta de sueño ya se me iba notando en mi
físico, mi debilidad y mi falta de concentración. Los ojos del ave aparecían
gigantes ante mi persiguiéndome en caminos oscuros y sin fin mientras su
chillido perforaba mis tímpanos convirtiéndose en una voz rasposa "mátalo,
mátalo!"
Mis días pasaban ahora entre las paredes blancas y
acolchadas de mi cuarto, no había pasado ni un año de su muerte. Salía a
caminar una hora por los jardines de la institución, era un paciente
"francamente en recuperación", ya podía pasear solo.
Unos agudos picotazos hirieron mi nuca, golpeé
fuertemente con la mano al culpable, el pájaro me miro agónico desde el pasto
graznando con ese sonido agudo que me había perseguido todos esos meses: "
los gemelos corren la misma suerte" fue lo último que escuché antes de que
los latidos de mi corazón ya no se oyeran.
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