Jueves, 02 de marzo
7:51 am
La estación del tren borbotea de
calor, el vaho que sale de las veredas y de las entrañas de la tierra, donde
descansan los oxidados rieles, no hace más que ahogarme entre sus vapores.
7:53 am
Al fin lo veo venir, el sol
destella sobre su cuerpo de metal pintado del más pulcro blanco. Las puertas se
abren para dejar pasar al mar de gente que sale del interior de la bestia. De
esas entrañas calientes que ahora esperan absorberme como al resto de los
mortales que esperan conmigo.
7:53:58 am
Ya dentro, el monstruo de metal
se mueve como si de la digestión se tratara. Me agarro de uno de los tubos de
metal que alcanzo. Incomodidad. Escucho un crío que llora. Cuando aprenderán las
madres que sólo ellas los aman y los soportan y no tienen que hacernos parte de
las malcriadeces de sus engendros.
Todos miran los celulares, sus
pequeñas pantallas resplandecen en los rostros mecánicos que los miran con
diferentes expresiones. Unos con preocupación del jefe molesto que ya a esa
hora los está torturando; otros sonrientes, tal vez con algún amor que envuelve
sus cabecitas inocentes en sueños de opio incumplidos. La mayoría con gesto
indiferente como sus vidas.
Llegamos a la estación central
donde se baja gran cantidad de gente y sube otro grupo igual. Yo no, por
supuesto, yo tengo que esperar entre los otros esclavos un largo tramo más.
8:05 am
Al fin me siento, igual ya no falta
mucho para bajar. Mi mirada se pierde en las ventanas, en las cuales, por la
velocidad, se observa más que rayas de colores en lo que deberían ser paisajes urbanos.
Rojo, azul, verde, amarillo, blanco, la vida se nos escapa entre ellos, cada
día igual al anterior y al siguiente. Inhalo y exhalo nada.
Cierro mis ojos mareado e
hipnotizado por los matices que se despliegan ante ellos.
De pronto, un ruido ensordecedor,
mi cuerpo golpeado por un puño gigante que me hace volar unos metros apaleandome
en un dolor masivo. Oscuridad.
…... am?
El líquido tibio mana por mi
cabeza cegándome un ojo, se introduce en mi boca con su sabor ferroso, lo escupo,
no lo soporto. Lamentos y gritos lastimeros me abrazan, trato de moverme pero
el dolor es insoportable. La asfixia me consume, abro mi boca para tratar de no
ahogarme. Oscuridad a mi alrededor.
Sacudo mi cabeza para despabilarme. El peso me ahoga, me aprieta, me tritura.
Al fin veo algo de luz entre el túnel
en el que parece que estoy. Con mis brazos me hago un pequeño espacio para
sacar la cabeza y tomo una bocanada de aire que salva mi vida por ese segundo.
Miro alrededor.
Sobre mí, cuerpos mutilados, retorcidos como un cienpies
aplastado cuyas patas se agitan en los esténtores de la muerte. No tengo fuerza
para quitármelos de encima y me van sofocando lentamente.
Miro en torno, apocalipsis, el
noveno círculo del infierno desatado. Mitades de cuerpos salen desde el techo
de la bestia, que ahora por un giro del destino, uno diabólico y sanguinolento,
se convirtió en masacrado suelo.
Aquel niño malcriado ya no llora,
los celulares están apagados y todos los rostros tienen la misma expresión.
Los gritos me enloquecen, intento
salir de mi prisión de carne.
El fuego avanza, comienza a
quemar mis piernas que atravesadas por algún fierro permanecen inmóviles. Se
prenden, grito salvajemente, me cocino vivo.
Mi piel revienta ardiendo
deformada en burbujas supurosas, mi vista se nubla, los gritos se acallan…….
8:15 am
“Próxima Estación, La Cultura”,
alcanzo a oír la mecánica voz antes de abrir los ojos agitado y salir corriendo
maldiciendo a Morfeo por haberme pasado una estación.
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