*Favor de leer el relato con la melodía adjunta.
Las nubes, como gases de metano,
comienzan a tomar el tinte rojizo, el viento sopla llevándolas en el
firmamento, dejando una estela en el horizonte nocturno, una línea de sangre como
la de cualquier víctima.
La violinista, en las puertas del
averno espera, espera su salida, la llegada del rey del abismo que le abrirá las
puertas de éste para dejarla libre y recibir su recompensa.
El hilo en su tobillo, que la une
al infierno, se tensa.
Mira hacia atrás, su poeta la
mira esperanzado, sus rojos ojos brillan al verla a punto de salir de su
angustioso cautiverio. Sabe que ella vive solo esperando esas noches en que la
luna se tiñe de rojo como mordida por algún ser infinito.
Satán hace su aparición, sus
caprinas patas se hunden en la roja arena, entre los rojos huesos y los rojos
pellejos, ya secos, que recubren el suelo del infierno. Mira a la violinista revolviéndole el negro
cabello con los huesudos dedos.
—Anda — proclama el caído
abriendo las puertas del averno, suenan, su chirrido es el de los gritos de los
condenados, ensordecedor, idílico.
Ella se pone el violín en el
hombro y toca, toca como nunca lo hubiese hecho en vida. Su blanco violín
regresará teñido, siempre absorbiendo el líquido contenido de alguna pobre
criatura. Pequeño envase vacío que quedará regado en la calle.
Su diminuto pie pisa el primer
tejado, la violinista comienza su baile frenético iluminada rojamente por la
luna de sangre, la llave del infierno para ella. Saltarina llega al cementerio
de la vieja París.
Los esqueletos están regados en
la parte más antigua. Salta sobre ellos, baila, un cráneo en su mano la
acompaña. Hermoso ángel de blanca
vestidura, núbil doncella de frágil figura y corrompida mente.
Besa la yerta cabeza en la boca
sin labios, en los dientes fríos que por el tiempo se vuelven pétreos, sus
dedos salen por las cuencas sosteniéndolo.
—Un baile prohibido su merced—le sonríe
coqueta al esqueleto. Otro beso frío.
Pisa las osamentas regadas por el
piso, escuchando el crujir de los huesos a su paso. Los deja atrás.
Las adoquinadas calles son suyas,
la ciudad envuelta en la niebla escarlata de la luna.
En puntitas avanza saboreando la
noche, su noche de libertad. Pasa por el orfanato, lo mira con desdén, es muy fácil.
Aquellos niños si despertarán.
Sangre noble, le requiere su
cabeza, sangre azul en esta noche escarlata.
Su cabello se mueve más lento que
ella misma al viento nocturno, el movimiento retrasado la sigue como un mar en
suave movimiento. Las notas del violín suenan en su cabeza marchita. Ella
danza, baila sobre las frías tejas casi sin pisarlas en un andar etéreo.
El palacio la recibe con la luz
de los candelabros que la guían, bailarinas velas que los llenan. Sus negros
ojos se entornan como los de cualquier mujer coqueta al ver al dueño de sus
deseos. Versalles es un paraíso de luces en las noches.
La violinista ríe saltando sobre
sus techos al compás del violín imaginario. Mira hacia abajo, hacia los
guardias que lo que menos esperan es que la muerte dance sobre sus cabezas.
Mueve la suya en un gesto de burlona
negación. Se escabulle cual reptante ser por el balcón más primoroso, aquel de
celestes cortinas tras las cuales un hermoso varón, un gracioso y pequeño príncipe
duerme sobre almohadas de satín.
Ella se acerca, pasea sus largos
dedos alrededor del chiquillo tocando las suaves sabanas. Se acerca a oler su
precioso cabello , esconde su nariz entre ellos.
—Pequeño, pequeño príncipe —
susurra nuestro roto ángel —me bendices con tu real esencia?
Sus blancos dedos entran de un
solo movimiento a la boca del delfín, lo atraganta con ellos sin dejarlo
gritar, ni respirar. Mueve su dedos dentro de la garganta del querubín
arrugando la nariz en infantil mohín.
La delicada mano libre rodea el
delgado cuello, lo aprieta, lo aprieta, lo aprieta tanto que los dedos de ambas manos se sienten entre las
carnes del niño.
—Tiembla pequeño, sacude tu
delgado cuerpecito, cae a mis pies inocente, reyecito que nunca será — va moviendo
su cabeza con los ojos cerrados al compás de las notas de violín en su cabeza.
El infantil cuerpo se deja ir ya
sin fuerza, sin luz en sus ojos ni vida en su piel.
—Pequeño — besa la roja boca. Lo
carga, posando en el piso el frágil cuerpecito.
El arco del violín será ahora el
protagonista. Las entrañas, no las ha olvidado.
Hunde el afilado arco en el estómago del pequeño, separa las carnes, las
cuales se abren cayendo su piel como hojas de otoño, tan suave es su
movimiento. La sangre brota roja, tibia y espesa sobre su vestido blanco que lo
absorbe vistiéndose con ella.
Se arrodilla hundiendo las manos
en el abierto vientre y arranca, remueve con frenesí órganos y vísceras. Las
entrañas tan amadas las levanta sobando su hermoso rostro con ellas. Su cabello
absorbe la grasienta bilis, la roja sangre, el espeso contenido del estómago.
Ella es ahora un solo cuerpo rojo
que no distingue ropajes o cabello o rasgos del rostro. Es solo un monstruo
escarlata, un pequeño, delicado y bailarín engendro con un violín en la mano.
Lo pone en su cuello, el arco
arranca su baile sobre las cuerdas. Los pies de ella se introducen dentro del
hueco vacío donde antes estaban los intestinos, donde estaba la vida. Danza
dentro del cuerpo del niño, su violín la acompaña en los pequeños pasos que puede
dar en la sangrienta cavidad. Sus pies teñidos salen con pedazos de piel entre
los dedos. Ya amanece.
Se cuelga los intestinos al cuello,
la ofrenda que prometió.
La oscuridad la protege aun, la
roja penumbra.
Tras ella el desarmado
cuerpecito, los órganos regados siguiendo el camino que tomó al salir.
En las puertas del averno,
nuevamente, su cabello se mueve en movimiento retrasado al cerrarse la puerta
tras ella.
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