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lunes, 17 de febrero de 2020

AMOR ETERNO

El Sena reflejaba las luces de los faroles de keroseno que eran encendidos en las calles de París. Sus aguas bailarinas servían de espejo para los miles de candados que eran cerrados en el Puente de las Artes, prometiendo un amor eterno, un amor más allá del tiempo, la distancia y la muerte.

El joven de capa roja lloraba arrodillado buscando el candado que había prendido en uno de los adornados hierros que forjaban el puente un año antes, cuando de la mano de Cosette, habían jurado no separarse jamás y tras escribir sus nombres en un pequeño pergamino pegado al candadito, lo habían cerrado sobre el puente que prometía milagros de amor.

No lo encontraba, eran demasiados y desesperado se sentó sobre el piso de maderos crujientes a llorar su desgracia.

En su mente, se reflejaban, una tras otra, las imágenes de la felicidad y de la desdicha que se sobreponían a las primeras.

Cosette lo había traicionado de la manera más vil, de la peor forma se había aprovechado de su buen corazón , de su amor por ella, le había quitado, no sólo la esperanza sino también hasta el último centavo que él ahorraba para su futura vida con ella.

Tontamente, había pensado que si encontraba el candado, podría abrirlo y romper el vínculo con la malvada joven, pues desde ese día, él no había podido ser el mismo y su vida se había convertido en una desgracia diaria.

Cosette lo había embrujado, había elaborado algún hechizo para desgraciar su vida. Pero, él solo se preguntaba el por qué.

Las lágrimas ya se habían secado en su rostro por el tiempo transcurrido, se puso de pie desesperanzado y se encaminó a su buhardilla de la Rue Dauphine, subió al humilde cuarto y echado sobre el colchón, miraba al techo escuchando como la cama de viejo fierro crujía a cada leve movimiento.

Sus párpados ya caían sobre sus ojos haciendo nebulosa la imagen de su pobre morada, cuando un golpeteo repetitivo lo despertó de su media conciencia.

—Monsieur, monsieur ¿voulez-vous me laisser entrer? — pedía permiso para pasar, golpeando la ventana que daba al tejado, una niña delgada.

—¡Mon Dieu! ¿cómo has llegado ahí pequeña? — preguntó el sorprendido joven sin saber cómo había llegado la jovencita a los tejados que rodeaban su habitación.

Abrió rápidamente la ventana dejándola entrar. La pequeña se sentó tranquilamente en la desvencijada cama.

—Vine siguiéndolo desde el puente Monsieur, excusez moi, pero lo vi llorar y no pude evitar acercarme — respondió la chiquilla acomodando el vestidito púrpura sobre sus piernas. Su oscura cabellera le caía desordenadamente sobre los hombros que presentaban, unos centímetros más abajo, el nacimiento de la curva de los incipientes senos.  

El joven la miraba sorprendido sin saber cómo había llegado hasta los techos de Paris, no había escalera que la pudiera conducir al lugar.

—Pero ¿cómo…?—comenzó a preguntar el chico olvidando por un rato el dolor del engaño.

—Tengo un pequeño secreto — contestó la jovencita llevándose el dedo índice a la boca coquetamente.

Él la miró extrañado, era tan pequeña pero tan sensual al mismo tiempo, como si sus gestos y su mirada no pertenecieran a su edad y su cuerpo.

Se acercó a él, su delgado cuerpo se pegó al del chico que, instintivamente, se alejó al verla tan joven. Ella lo tomó de los brazos y volvió a pararse delante de él, esta vez, tomando el masculino rostro entre sus pequeñas manos.  Sus ojos centelleaban como un fuego lila reflejándose en los iris del muchacho que no podía evitar estar quieto.

Genevieve se puso en puntas de pie y presionó sus rosados labios en la boca entreabierta del joven. Su aliento tibio llenó la boca del chico inmovilizándolo. Volvió a sentarse en la cama mientras él sacudía el cuerpo ligeramente como volviéndolo a despertar.

—¡Qué cruel esa mademoiselle, como se atrevió a engañarlo así! — pronunció la chiquilla sorprendiendo al joven ante aquel despliegue de conocimiento sobre su problema.

—Lo sé todo, los besos no mienten, al menos los míos — rio coqueta Genevieve — ¿la quieres de vuelta, quieres que su corazón sea sólo para ti y que estén juntos para siempre? – preguntó inquisidora jugando con un rizo de su cabello entre los dedos y moviendo las piernitas cuyos pies no llegaban al piso.

—S-si—contestó el chico intrigado, sorprendido y un poco asustado por aquella extraña presencia casi infantil que se atrevía a tanto.

—Deberás verla nuevamente, sólo para conseguir lo que necesito. Debes traerla aquí, es un buen lugar, está muy alto y no tienes vecinos — una sonrisa siniestra se dibujó en los delgados labios—será tuya, no te preocupes — confirmó — ¡Pero qué bonitos! — exclamó viendo unos pequeños soldaditos de plomo con los que comenzó a jugar.

—¿Qué esperas? Aquí estaré cuando la traigas — le ordenó al chico con una mirada impaciente.
El joven cerró la puerta tras de sí, dispuesto a cumplir la orden mientras dejaba a Genevieve haciendo bailar a los muñequitos entre las manos.

***************

No fue fácil convencerla, solo la promesa de un último regalo para terminar su relación amistosamente, llevó a Cosette al cuarto del muchacho.

Apenas entró, Genevieve se puso de pie y adelantándose apresuradamente a Cosette, la besó, sin darle tiempo a ésta, a reaccionar ante su presencia.

Cayó la mentirosa chica sobre el piso de madera que sonó al sentir el peso.  El joven la cargo llevándola a la cama.

—¡Non! ¡Je veux!¡ Déjala donde está! — ordenó Genevieve desnudando y acomodando el cuerpo de la chica boca arriba y con los brazos y piernas abiertos sobre el piso del lugar. Alrededor dibujó un pentagrama y puso una vela negra, que cargaba en su pequeño bolso,  en cada punta de éste.

—Siempre prevenida, monsieur — bromeó con el chico señalándole las velas — sabía que las necesitaría.

De pie, delante de Cosette, el rostro de Genevieve cambió, sus facciones casi infantiles adquirieron un rictus rudo, su mirada fija en algún punto del infinito mostraban años de vida, tantos que no podrían contarse con los números conocidos.

Maxima natarum pro Hela et mane stella Lucifero se, enima gratia mea require, et ancilla tua ante faciem eius. Le mien son sang et sa peau, le mien ses années. Déese de la belle droit, prince des ténebres, tiens ta promesse * —

Genevieve se movía en forma cadenciosa, su cuerpo se sacudía suavemente de adelante a atrás y sus ojos entrecerrados mostraban la blancura de unos ojos sin iris. Su voz, al comienzo infantil, se tornó en gritos pidiendo la presencia de aquellos seres que poblaban el infierno.

Levantó una mano en dirección al joven dejándolo inmovilizado , sólo observando el rito.

—Merci, me trajiste la virgen, mi aquelarre te lo agradecerá — reía Genevieve gritando su plegaria.
Tomó la pequeña daga que cargaba entre sus nacientes pechos y haciendo su marca en la piel de la chica, tres lunas concéntricas sangrantes, la dejó desangrarse sobre el pentagrama que volvió a dibujarse con la roja marea.

El joven trataba de moverse, de gritar, pero era imposible, unos brazos invisibles lo ataban y lo enmudecían.

La joven bruja se desnudó echándose sobre la sangre tibia, rodando sobre ella hasta teñir todo su cuerpo con ésta. Danzó cantando a su diosa, al mismo Satanás, bailó hasta que la luz del nuevo día comenzó a colarse por la ventana de la pobre buhardilla.

Vestida solo con la sangre seca sobre su cuerpo, se dirigió al chico.

— No incumpliré  mi promesa, Cosette será tuya, para siempre —

Se lanzó sobre el cuerpo inerte abriéndole el pecho, el corazón ya frío, descansó en sus palmas.

— Tuyo es su corazón, para siempre, pour toujours — le susurró al chico poniéndole el corazón de su amada en las manos — ¡mía es su belleza y su juventud! — proclamó, poniéndose en puntillas nuevamente, dándole un beso en los labios.

Levantó los brazos al tiempo que la ventana del cuarto se abrió y salió saltando por los tejados, levitando sobre los más altos; su cuerpo, desnudo y rojo, semejaba una flama ardiente que bailaba encendida por el astro rey que comenzaba a salir. 



*En nombre de Hela primogénita y de la estrella de la mañana, el mismo Lucifer, requiero sus favores, su presencia ante su sierva. Mía su sangre y su piel, míos sus años. Diosa de la hermosa diestra, príncipe de las tinieblas, cumplan  su promesa.

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