Siempre a la misma hora, me despierta en la oscuridad
de la noche. Su presencia imperceptible se desliza hasta mi lecho.
Quiero ignorarlo, pero no me deja. Cierro los ojos
esperando que desaparezca, temo que se acerque más, que me toque. Subo mis
sabanas para cubrirme como un niño pequeño, tal vez así decida pasarme por
alto.
Aprieto los párpados pero ya es tarde, lo siento a mi
lado, el vaho de su respiración en mi cuello. Ese incontrolable vibrar que hace
que abra los ojos angustiado, me encuentro con sus ojos amarillos, profundos,
como un pozo infernal. Siento su peso en mi pecho, ya no hay salida.
-“Está bien
Micifus, ya me levanto a limpiar tu caja de arena”
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